Tweet Segui @dini912030 Maleta de Opiniones: marzo 2012

29 marzo, 2012

Micrero, escucha: ¿Me lleva por escolar?

19.15 de un día jueves cualquiera. Calle Las Quilas con una esquina cualquiera. Viene la 8A, se estira el dedo para detenerla y hace como que se acerca pero no para. Es más, sigue de largo con un conductor que se ve apurado. Los estudiantes se enojan, como es lógico, y gritan improperios difíciles de reproducir en este medio. No se alcanza a notar la patente de los rápido que va. La chica le dice al muchacho “¡Pero pa’ qué mostraste el pase!”.

No, no es una obra de teatro: es lo que sucede día con día en las calles de Temuco y de Chile. Hay varias cosas que se esconden tras ese simple hecho que no deben dejar de mencionarse.

Partamos por la máquina. Lo primero que se vislumbra, junto con el color de la micro y la línea es el letrerito que dice “tarifa escolar rebajada con aportes del Transantiago”. Es decir, el pasaje está barato porque una “ley espejo” nos regaló la plata. Un peso que va a Santiago es un peso que debe dividirse por catorce para cada Región. Lo peor es que si uno paga los $130 del pasaje, la cara de quien maneja el transporte público no es la más alentadora.

El pase escolar, obligación de su porte y uso para el estudiante, es un cuento aparte. Emplazo derechamente al Gobierno de Chile por haberlo reemplazado por el nuevo, pues es de pésima calidad, fácil falsificación y deterioro rápido. Tiene el récord de que en menos de un año a muchos se les peló una buena parte, mientras que el anterior estaba intacto desde hacía años. La razón: había que acabar con símbolos de la administración anterior que hacían inevitables los recuerdos y comparaciones. La sacaron peor: ahora es más irresistible comparar con los otros que eran de mejor calidad y de un color que, aunque chillón, llamaba la atención más que éste. No era necesario sacrificar diseño gráfico por calidad.

Pero eso no es lo peor: la gestión de la Junaeb es pésima. No estoy en conocimiento de si habrán solucionado esta falencia (bienvenida es la aclaración), pero se demoran muchísimo en gestionar los pases, tomar la foto, imprimir una tarjeta que no debe costar más de $50 y entregarlo. Y, si se pierde, no hay solución alguna. Los conductores no creen que se perdió por culpa de la mínima fracción que se aprovecha de la tarifa rebajada y echan abajo al que no porta la credencial. Por favor, ruego: no se comprometan con fechas, que el chofer las va a revisar (y si no están los pases, nos echan abajo diciendo “no tenemos la culpa”).

Es verdad: muchos se aprovechan del precio mínimo para viajar barato al centro comercial o a juntas sin mayor relevancia, que nada tienen que ver con el estudiar. Sin embargo, esto corre más bien para educación básica y media. Los universitarios no manejamos la misma semana de los demás: a veces dura cinco, ocho o diez días, sin horarios definidos ni lugares fijos. Es decir, a veces tenemos que ir al otro lado de la cuidad para conseguir un libro o estudiar, ni ir con mochila (recordemos que muchos trabajan con programas computacionales, lo que hace más difícil demostrar que estudiamos). Muchos días estudiamos desde muy temprano hasta muy tarde y no necesariamente tenemos la “pinta” para demostrarlo.

Pido respetuosamente a la autoridad y al gremio del transporte hacer una aclaración pública y determinar y hacer cumplir dos cosas: los horarios de uso del pase y definir claramente, con normas claras, qué es un motivo de estudio (o por lo menos lo que se tolerará en las micros como eso). Me disculparán, pero andar con una bolsa de supermercado o un paquete de papas fritas no demuestra nada, es sólo un trámite más. No necesitamos tener apariencia de gerente para demostrarles que estamos estudiando.

A quienes infringen la ley, falsifican pases y no respetan la norma, que se les castigue con todo, porque empañan a los estudiantes y ciudadanos que sí hacemos nuestra pega, que es estudiar. Pero a los honestos, a los que nos sacamos la mugre tratando de hacer las cosas bien, que se nos respete, así como respetamos el duro trabajo de transportar a cientos de miles de personas al día. Como dicen por ahí, “cuentas claras conservan la amistad”.

Y así usted con su pega y nosotros con la nuestra, en paz. La idea final es que tanto la Junaeb como el gremio del transporte entreguen el mejor servicio posible y a nosotros tampoco se nos dificulte la compleja tarea de estudiar para que las condiciones de todos también sean las mejores que se puedan lograr.

28 marzo, 2012

¿Qué esconde, en sus neumáticos, la barricada?

La barricada es un punto de explosión social que puede tener múltiples significados. En esta oportunidad, no quisiera ni defenderla ni atacarla, sino denotar algunos elementos que pueden servir para discutirlos cada vez que veamos una. Antes que todo, es necesario quitar frases como: “es un atentado al Estado de Derecho”, “es un rompimiento del orden público”, “es una resistencia contra el capital”, “es una forma de lucha legítima”.

¿Cuándo explotamos en rabia? Cuando se nos acaba la paciencia. ¿Cuándo dejamos de hablar? Cuando hay otro que no quiere conversar. ¿Cuándo tenemos ganas de golpear? Cuando acumulamos rabias, resentimientos y conversaciones que nunca se dieron. Pues bien, a nivel social esto opera de manera mucho más compleja pero similar.

La barricada, amigos y amigas, es una de las tantas formas de resistencia que tienen ciertos sectores contra el orden actual y pasado. Es la más radical de todas, la que corta el tránsito, la que quema el orden público, la que arma esa pequeña batalla contra la policía uniformada en todas partes del mundo. Desde quienes la conforman (para no insistir con la visión de siempre, esa que siempre sale en las noticias), es un medio legítimo para expresar el descontento. Ojo: legítimo no debe enlazarse necesariamente con correcto.

Nadie quiere llegar a ese minuto en que la calle se corta. Nadie quiere que la policía se enfrente con los que interrumpen el tráfico de personas y vehículos. Sin embargo, su principal virtud es que es un llamado de atención con luces de fuego hacia la autoridad para que cambien las cosas. Genera un impacto mediático muy breve y logra efectivamente hacer que se hable del tema. Sin embargo, no pasa de allí: llegan “los verdes” y hasta ahí llegó la cosa.

¿Nadie se ha preguntado alguna vez por qué es que siguen pasando, a pesar de los años? ¿Alguien se ha cuestionado cómo es que siguen a pesar de los cambios que han pasado por nuestro país? Bueno, debe ser que algo pasa.

¿No será que los que están en el poder no están haciendo algo bien? ¿No será que la barricada es para tirarle las orejas a los que gobiernan, independiente de su ideología, para que hagan la pega en beneficio de la gente y no de sus compadres y amigos de aquí y afuera? ¿No será que en vez de apagar la barricada a punta de lumas y gases sería más efectivo ir y preguntar qué pasa?

Todo gobierno, en el sistema ultrapresidencialista, liberal y neoconservador chileno, tiene dos caminos: hacer como que nada pasa o ir y atacar la raíz de los problemas para darles solución definitiva o, al menos, avanzar en ese empeño. Es decir, optar por la vía histórica de resolución de los problemas sociales o pasar a la historia (independiente de si las dificultades eran “de este gobierno” o “del anterior”).

Es más difícil, costoso y engorroso, pero se puede. Otros lo han hecho y han salido bien del empeño. El que no quiera al menos preguntar por qué prenden los neumáticos, bueno, cosa de él. Sin embargo, lo que demuestra la barricada es que ese fuego arderá mientras haya algo que no anda bien. Más en momentos como éste en que las cosas en Chile no se manejan de adecuada manera.

A la autoridad le digo: vaya y pregunte por qué prendieron fuego en la barricada y busque una mínima solución. Le garantizo que varios neumáticos dejarán de arder.

27 marzo, 2012

Daniel: el peso de ser "maricón" en Chile.

Estoy tan impactado como todos ustedes por lo que han escuchado. No hay palabras para describir el dolor que debe haber sentido Daniel cuando lo torturaban, lo masacraban, lo golpeaban. No hay analogías para relatar cuánto debe haber sufrido aquel hombre antes de que su alma comenzara lentamente a desprenderse del cuerpo. No hay líneas que puedan cargar con el dolor que debe haber sentido cuando se le pasó toda la vida por la cabeza. No hay letras que puedan reflejar la carga del momento en que lo señalaban de “maricón”.

No hay nadie más que sienta lo que el sintió cuando lo molestaban en el colegio porque sabían que era “raro”. Nadie más que él sabe cuánto sufrió cuando sintió por primera vez atracción por un hombre (cosa penada por la sociedad). Nadie más que él sabe cuánto le dolían las miradas extrañas, los pelambres, los cuchicheos de conventillo, las amenazas de que le iban a pegar. Nadie más que él sabe lo mal que se siente que le hayan dicho “maricón”.

Nadie más que él sabe las penurias que pasó porque tenía que enfrentarse a una sociedad que lo castigaba sin querer, por querer ser dueño de su voluntad y tener los cojones para enfrentarse a la sociedad y querer a otro hombre como los heterosexuales queremos a las mujeres. Nadie más que él sabe el miedo atroz a que la familia lo rechace, a que el padre deje de lado los prejuicios y lo quiera. Nadie más que él sabe cuánto lloró por todo lo mal que se sentía cuando la gente lo apuntaba con el dedo, o cuando sintió miedo a que su padre lo mirara con odio y le decía “maricón”.

En Chile, ser “maricón” es más castigado que matar a otra persona. Porque es un país que aun cree que el hombre debe sentarse frente a la tele y babear con el fútbol y la mujer debe subyugarse a lo que él quiera. El que se sale de la norma es un criminal, un raro. Simplemente, no es hombre.

Somos especialistas en enorgullecernos de nuestra democracia y decir “nunca más”. Bueno, esta es la manera de demostrar que no queremos que jamás vuelvan a repetirse este tipo de situaciones. Chilenos, chilenas: esto es la democracia. Es respetar al otro tal cual es, es no imponer ideología o pensamiento alguno, es buscar el acuerdo y el entendimiento simplemente porque somos hermanos, porque somos miembros de la misma comunidad, porque nos alojamos en la misma casa.

Esto es la democracia. Es no discriminar, es tolerar, es mirarnos a la cara y conversar. Nadie tiene el derecho de quitarle la vida a otro porque se le ocurrió y le dio rabia que no le gustaran las mujeres. Es no torturar, descuartizar y matar al otro porque se te ocurrió que era un “maricón”. Esto es lo que perdieron nuestros abuelos y ganaron con mucho esfuerzo nuestros padres.

¡Hasta cuándo tiene que seguir pasando algo grave para que nos demos cuenta que las cosas no están bien! ¡Que quienes tengan que entender se pongan los pantalones y sean bien hombres y respeten al que no es de su condición! ¡Comprendan que tildar al otro de “maricón” y quitarle la vida es tan fuerte como matar en vida! ¿Cuántas muertes más deben ocurrir para que aprendamos, de una vez por todas, a respetar al otro como se debe?

Ese “maricón” al que tanto apuntaron hoy ha muerto. Tengan por seguro que su partida al cielo, a ese cielo de todos por igual, no ha sido en vano.

25 marzo, 2012

Chile necesita un cambio (pero de líderes).

Mirar las noticias hoy es como leer un libro de historia situado en 1924. Los parlamentarios discuten cuánto ganarán mientras que diversas leyes sociales no son aprobadas. Chile está a punto de estallar y Alessandri “aviva la cueca” envalentonando a las masas para que lo apoyen. Todo antes de que interviniera la casta militar y se abriera un ciclo de tumultos políticos que acabaría recién en 1932. Edwards miraba los acontecimientos de su tiempo (por cierto, de una manera muy acertada) con un ojo crítico que lo llevaba hasta “el día antes de Lircay”, es decir, a una transformación radical en el orden y el sistema político.

No podemos dejar de observar ciertos hechos que saltan a la vista. Concertación y Alianza son dos variantes de una misma realidad económica que, con ciertos matices, se mantiene. Miles de personas salen a las calles a mostrar el desacuerdo ante el manejo y abuso del sistema económico, nuestras autoridades parecieran no oír las voces que piden avances (que realmente se noten) y nuestra clase política se mantiene ahí, inamovible si no es por la acción de las masas informadas que piden reformas estructurales.

22 años de democracia nos enseñaron que ya pasó la época de los grandes discursos sin fundamento, del voto únicamente “por la persona”, y del sufragio “por el partido” (o porque es “de la Concertación”). Hoy se hace necesaria, más que nunca, una generación de líderes que provenga de las masas, que sea capaz de recoger el sentir más fino de la gente y lo transforme en propuestas de solución concretas y visibles. Es fundamental que la política tradicional se renueve para dar paso a las nuevas generaciones salidas de la calle.

Sí, hay mucha gente que “hace la pega”, eso no se puede negar. Sin embargo, hay mucha gente que se aburrió de esa forma “vieja” de hacer política en la que prima el compadrazgo, el apellido, la negociación entre cuatro paredes. Lo bueno es que no debemos perder la calma: esa generación está aquí, para germinar un nuevo grupo de líderes que, de seguro, no estará tan contaminado como los que tradicionalmente manejan el poder.

Ello devela la necesidad de nuevos perfiles de liderazgo que combinen la acción efectiva con el conocimiento de las reales necesidades de los movimientos sociales, el recorrer cada punto del territorio con el sustento teórico y las ideas que sustenten el accionar. Y, por sobre todo, no perder las raíces, no perder la calma y estar siempre dispuesto a buscar el acuerdo.

Varias personas calzan en este perfil. Es de esperar que su incorporación a este mundo tan complejo (y quienes lo manejan, algunos al punto de que se creen “indispensables”) no los mate en el camino.

Tolerancia y democracia.

En Chile y el mundo, 1990 fue un año clave para la democracia occidental-liberal: Pinochet entregaba el mando con la paradoja fundacional de la República Concertacionista, avances económicos “ejemplo” para el mundo con una fractura tremenda en lo social. La nueva coalición de partidos que recibía el país estaba en condiciones de cumplir el programa de gobierno que algún tiempo antes había elaborado.

Según este programa, la educación “debe fortalecer el respeto por los derechos humanos y las libertades fundamentales (…) así como favorecer la tolerancia y la comprensión entre las personas”. El sistema, en su conjunto, debe contribuir entonces al encuentro y la tolerancia como valores democráticos, y a la cicatrización de la nación fragmentada.

Un avance significativo en este ámbito fue enseñarnos lo que era la tolerancia, el respeto y el encuentro. Una de las consecuencias indirectas de la Reforma Educacional impulsada por el Banco Interamericano de Desarrollo fue potenciar el que volviéramos a hablar.

Ello se ha visto potenciado por medio de los trabajos en grupo y el encuentro permanente. Reflexionar sobre el pasado reciente en asignaturas del área de las humanidades, ha posibilitado el internalizar que una situación como la de 1973 no debe volver a repetirse, propugnando la consecución del diálogo como medio para resolver los conflictos.

Es lamentable que a ratos se nos olvide que este logro no es gratuito y que costó miles de esfuerzos, protestas y muertos a nuestros padres. Es lamentable que muchas veces, grupos que pretenden imponer una visión de la existencia terminen matando a otro porque simplemente se les ocurrió que estaba mal.

Procuremos no perder ciertos valores democráticos que se han transmitido en la escuela y que han servido de mucho para recomponer nuestra fragmentada democracia. La tolerancia nuevamente se ha puesto a prueba y, en esta ocasión, ha perdido.

La importancia de un Ministerio de Ciencia y Tecnología.

Siempre caemos en el mismo mal de siempre: Chile pretende ser desarrollado sobre bases frágiles que lo hacen insostenible. Lo peor es que seguimos en la misma senda y apostaría mi cabeza a que el día que lleguemos a la meta será tan desigual que habrá gente muriéndose de hambre o endeudada hasta el cuello mientras que el gobierno de turno celebra la buena nueva.

Sin embargo, como he señalado en otras oportunidades, debemos tener como una de nuestras primeras metas en esta senda el poder otorgar el mayor valor agregado a nuestros productos y hacer que, por medio de la innovación, nuestros procesos productivos sean menos costosos y más eficientes, para poder acceder de manera competitiva a los mercados internacionales. Mientras no lo logremos, le seguiremos vendiendo “en bruto” al mundo a un dólar y compraremos elaborado a seis.

Hasta 2000, la conexión económica a través de los Tratados de Libre Comercio fue fundamental; entre 2000 y 2010, el empeño estuvo en crear infraestructura para el desarrollo. Ambas metas fueron logradas con la incorporación que se puede apreciar a simple vista. Sin embargo, la gran deuda pendiente ha sido la innovación y el aporte al área de las ciencias y la tecnología. Los fondos que se aportan son mínimos y los aportes a la investigación siguen siendo bajos con respecto a la región.

Es por ello que se hace necesario crear un Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación que aporte a la solución de estas necesidades y que traspase los frutos del progreso económico a la reinversión para su mejor potenciación.

De las múltiples lecturas de la historia nacional se puede deducir una vía histórica de desarrollo económico (que siempre nos lleva a la “frustración”): alcanzar metas muy altas en un período muy corto (ambición sistemática de todos los gobiernos) y con los mismos medios de hace una o más décadas atrás. Es decir, construir un edificio con bases de adobe.

La tarea, desde esta perspectiva, es fortalecer al aparato estatal para que el desarrollo (económico) sea viable y justo para todos los actores, con el fin de alcanzarlo de una vez por todas. Y no sólo eso, todo esto debe ir de la mano con las buenas ideas y el fortalecimiento de la producción, para que de una buena vez sea realidad.

"Fuerza de trabajo" v/s "Fuerza de pensamiento".

¿Cuántas mentes creativas, capaces de transformar hasta los cimientos de nuestra sociedad, no se han perdido por estar trabajando? Sí, es una necesidad, hay que comer. No se puede vivir del pensamiento ni pensar todo el día, pues eso no nos da para vivir. Mucho más aun en este mundo competitivo en el que el mejor es el que trabaja de manera más eficiente.

Más de algún trabajador de nuestro país tiene un pensamiento superior al de nuestra clase política y de los líderes más conocidos de nuestra historia. Es que para poder dedicarse a la política y al pensamiento como profesión, en cuerpo y alma, se necesita dinero para costear todos los gastos diarios y mensuales. No se puede de otra manera.

Cuando entramos a trabajar en la mañana, mucho más si el ambiente de trabajo es bueno, lo hacemos con todas las ganas y el ánimo para cumplir nuestros deberes de la mejor manera. A la hora de almuerzo nos agotamos un poco, pero nos recuperamos con la comida y el reposo. En la tarde, lo único que queremos es irnos para la casa. Nos sentamos en la micro y ya ni siquiera nos quedan energías para sonreír.

Por eso es que, dicho sea de paso, la farándula y las teleseries nocturnas son tan exitosas: llegamos a la casa a descansar y hundirnos en los problemas de otros. ¿Para qué ver los problemas de uno, siendo que son tantos y tan complejos, si puedo ver cómo los otros se agarran de las mechas sin saber qué hacer? En fin, comemos, convivimos un rato, dormimos y así hasta el otro día.

La gente que sabe de física me matará, pero plantearé la idea de todos modos. Entramos al trabajo con una energía “pura”, que vamos desgastando durante el día, a través de lo que se podría denominar “fuerza de trabajo”.

La capacidad que tenemos para pensar, es decir, la “fuerza de pensamiento”, se transforma y supedita a la “fuerza de trabajo”, la que nos desgasta y nos impide pensar con toda la capacidad que podríamos hacerlo. Nuestros niveles potenciales para crear se van desgatando y quedan muy bajos al final del día. Es por ello que cuesta, más que al que no trabaja, estudiar o crear con la magnitud que podría hacerse.

Pero no todo está perdido. Más de algo se puede hacer. La única solución para romper esta lógica de que el trabajo desgasta al cuerpo y a la mente, por ende, a la capacidad creativa, es andar siempre con un lápiz y un papel (en el caso de la gente que escribe) y, cuando baje la carga de trabajo, aprovechar las pequeñas grietas para crear. Esta producción de pensamiento puede ser más costosa y puede dificultarse al ser parcelada; sin embargo, puede resultar.

Lo que se pretende con esto es hacer un llamado de atención a todos los trabajadores del país a los que les gusta pensar, imaginar y mejorar realidades o relatos, para que aprovechen esos ratos libres y den libertad al pensamiento. Porque no es posible que en un mundo como éste, cuando tanta falta hacen los pensadores, la “fuerza de trabajo” se coma a la “fuerza de pensamiento”.

Cuando eso pasa, somos esclavos. Vivimos únicamente para trabajar y comer.

La plata no vale nada, ¿A propósito?

Es la sobremesa de un día cualquiera, a la hora de almuerzo, después de comer porotos con maíz. Lo mismo de siempre en la tele, porque ya no hay mucho que escoger cuando se tienen los cinco canales básicos más los regionales. Es hora de reportajes repetidos en la televisión, cuando no deja de salir la pregunta que abre la conversación: “¿Te acuerdas, hijo, de que antes no teníamos tantas cosas?”

No podemos ser peladores, hoy la pobreza es más llevadera. Ya la gente no se muere de hambre en las cantidades en que pasaba a principios del siglo pasado, o hace cincuenta años. La medicina está mejor: hoy accedemos a medicamentos en mayor cantidad que hace dos décadas. Hoy en las casas tenemos televisores, refrigeradores, camas cómodas, un techo que no se gotea como antes, un equipo de música (la máxima realización de los noventa). Y así, un sinfín de cosas que nos hacen pensar que, efectivamente, estamos mejor.

Pero no nos engañemos del todo. No sólo anda la sensación de que el sueldo que ganábamos antes alcanzaba para comprar hartas cosas. Hoy, el carro ya no se llena. Y ahí salta el crédito salvador que todo lo viene a resolver, en estos tiempos en que la pobreza es más llevadera. ¿No será, entonces, que esto va más allá del alza de los alimentos y los bienes, y se nos quiere empujar a la obtención de créditos?

Como alguien señaló una vez, el crédito es la forma en que los sectores populares resuelven la contradicción del trabajar y trabajar pero no acceder a los bienes que se necesitan, o entrar a un mejor nivel de vida. Con la democratización de la banca, no sólo se corre el riesgo de prestar indiscriminadamente, sino el de que los dineros no lleguen de vuelta en las cantidades esperadas.

Yo no quiero pensar mal, pero quiero dejar la duda lanzada sobre la mesa. Una primera estrategia para empujar a las masas a la”sociedad del consumo” era la democratización de la banca, porque era una manera de ampliar la cartera general de clientes. Muchos no podían, por lo que no alcanzaba.

He aquí la segunda estrategia. Con las mejores condiciones del país de un tiempo a la fecha, era inevitable ofrecer recursos a diestra y siniestra para que la gente mejorara su vida. Pero, ¿Cómo empujarlos de manera definitiva a todos? Pues bien, la respuesta era simple: aprovecharse del alza de los productos y servicios de toda especie. Había que devaluar al principal instrumento de cambio: el dinero.

La tercera estrategia no podía ser otra que el ofrecimiento de créditos muy baratos para que la gente accediera a lo que quería. En una sociedad con estímulos de sobra, llena de necesidades creadas, sin bienes que puedan declararse absolutamente “libres”, con publicidad que sobreestimula a la gente a comprar sin freno, no sería novedad que nos arrastraran a esta vorágine de la cual no podemos salir.

Insisto, no quiero especular innecesariamente, más aun de esta manera. Sin embargo, dejo esta reflexión sobre la mesa para que reflexionemos un poco más que ayer sobre el por qué no nos alcanza el dinero y por qué anda medio mundo con tarjetas de crédito y préstamos en el aire.

Más de alguna conclusión podremos aportar al debate.

¿Qué sería China sin nosotros?

Y pasamos los bullados doscientos años y todavía seguimos subdesarrollados. Debo aclarar de entrada que no comparto, bajo ningún caso, la lógica de que este concepto se basa en sacar el promedio de todos los sueldos del país porque es lógico que todos nos vamos a ver arrastrados por los que ganan más. Sin embargo, es lo que nos han impuesto como concepto y desde ahí hay que hablar.

¿No será que, adrede, quienes manejan el país en política y economía propician vender el cobre a tres dólares y que nos llegue de vuelta a seis u ocho, completamente transformado? Si no vemos desde la historia, encontraremos ejemplos que son reveladores. Ambrosio O’Higgins ya se quejaba de esta situación a fines del siglo XVIII, cuando intentó emprender una serie de proyectos que potenciarían económicamente al territorio. Sin embargo, fracasó porque nadie se interesó realmente en aportar en este camino.

Hoy pasan cosas parecidas. Con todo lo “bien” que le va al país y las potencialidades que todos sabemos que tiene, ¿Por qué, durante todos estos años en que el Estado chileno se ha articulado bien a las redes económicas y de comercio mundiales, no se han elaborado planes de industrialización y transformación de productos? ¿Por qué seguimos vendiendo cobre a los chinos, gringos y europeos en cantidades descomunales sin procesarlo aquí mismo?

¡Imagínense los niveles a los que podríamos llegar como Chile! Una cuestión tan básica, que lo puede entender perfectamente cualquiera, por alguna extraña razón no llega a la comprensión de nuestros gobernantes: con los recursos del cobre se puede estimular la inversión pública y privada y comprar la maquinaria necesaria, a la par que se fomenta la innovación para, en el futuro, fabricarla aquí, transformar la materia prima y venderla al mundo elaborada. ¿Se imaginan lo que haríamos con todos esos recursos?

Uno de los desafíos de nuestra clase política, de cara al futuro, es convencer a los diversos sectores económicos de potenciar proyectos para transformar los productos aquí y que esos recursos queden para nosotros.

Porque todo responde a una pregunta fundamental: ¿Qué sería China sin nosotros? Sin ánimos de infundir nacionalismo, es pertinente señalar que sería bastante menos de lo que es, o que pagarían bastante más por lo que podemos ofrecer, principalmente porque los recursos más grandes están aquí.

O si no, sigamos actuando como lo hace la organización del Festival de Viña que recién pasó: que los demás impongan las condiciones y nosotros nos limitamos a obedecer.

Identidad nortina, un aporte a la discusión.


¿Qué define al norte chileno? ¿Lugares típicos como San Pedro de Atacama, el Morro de Arica o el Valle de la Luna? ¿El desierto que todo lo cubre con un manto eterno de sol y sequedad? ¿El valor de nuestros hombres salitreros que, con muchísimo esfuerzo, sacaron de las entrañas de la tierra lo que alguna vez hizo grandes a los que manejaban el país? No tengo la respuesta. Sin embargo, se pueden aportar algún par de elementos que pueden contribuir, en algo, a la discusión sobre el permanente tema de la identidad.

En tiempos en que a lo local se lo come –literalmente- lo global, siempre es bueno rescatar el valor de lo propio, por ende, quererlo. Pero, ¿Se puede querer algo a ciegas, sin recorrer los cimientos que lo conforman?

Desde esta perspectiva, Chile se extiende desde Coquimbo hasta Concepción, lo que conforma un núcleo que exporta su identidad al resto del país para poder conformar lo que se conoce como “identidad nacional”. De ahí vienen las guerras de Independencia, las empanadas, la chicha, el vino, la fruta. Esto fabrica un paquete completo que, en gran parte, nos hace sentir “parte de Chile”.

El Estado Nacional chileno, en un lago proceso de conformación, necesitaba consolidar sus frágiles bases. De ahí la necesidad de avalar la guerra para mostrarnos fuertes ante nuestros vecinos y los accionistas ingleses, y el requerimiento fundamental de expandir nuestras tierras para ser vigorosos por dentro. Es así como, en sucesivas batallas, se incorporaron “anexos” a los cuales siguió la imposición del “concepto Chile”.

Toda vez que se consolida la llegada de colonos o militares, según sea el caso, se impone la identidad chilena (este “concepto Chile” del cual les hablo), para luego extraer de las comunidades locales todos los elementos que pueden aportar a la construcción de la identidad nacional y mostrar al Estado chileno como algo “de todos”.

Es así como el resto del país conoce al hombre de la pampa como un sujeto social valorable y parte del “roto chileno”, a los lugares turísticos como componentes de la identidad nacional, a la Guerra del Pacífico como un hito celebrable desde Arica hasta la Antártica. Lo demás, no le interesa.

No creo, personalmente, que estemos ante el fin del Estado chileno tal como lo conocemos. Sin embargo, estamos en medio de una crisis transformadora que cambiará el sistema de relaciones entre los gobernantes y los gobernados. El nivel central, por obligación, deberá entender que las regiones merecen una mejor tajada de las que se les ha dado hasta ahora, y los habitantes de éstas deberán comprender que la comunidad organizada puede más.

Es momento de que el norte chileno se dé a conocer no sólo por sus lugares característicos o por su desierto imponente. Es tiempo de que reflexione sobre lo que lo compone y reflexione si es que es realmente parte de Chile para que exija lo que le corresponde y sea capaz de incorporar, a este análisis, el elemento histórico. Es momento de dejar de tomar al norte como un anexo y valorarlo, desde la heterogeneidad, como parte del país.

El norte se lo merece. Es su hora.

14 marzo, 2012

Portales y el aborto.


Estamos en Valparaíso y Diego Portales Palazuelos es designado Gobernador. Ya no le interesan “las cosas públicas” y prefiere retirarse allí para descansar de esa aristocracia que tanto le abruma. Constanza -esa amante a la que muchos afectos le tuvo pero que postergó por el viejo anhelo de forjar la República naciente- le comunica, con muchas ansias, que tendrán un tercer hijo.

Un escalofrío y mil pensamientos recorren la cabeza de aquel hombre. ¿Qué dirán aquellas vetustas del barrio alto? ¿Quién se hará cargo esta vez de este hijo? ¿Garfias? No, ya le había pedido muchos favores. ¿El jardinero? No, ya había reconocido al anterior. Quería ahorcarla, quería devolverla al Perú de donde nunca debió haber salido, quería volver el tiempo atrás para no haberse encandilado con esa niñita que tanto le escribía.

En medio de todo ese soliloquio, salió la más simple solución: un aborto.

¿Qué cosas habrán pasado por la cabeza de aquella enamorada cuando Diego la obligó? ¿Había que hacerlo porque él lo decía, para no perderlo? ¿Tendría la libertad para poder decirle que no en esa sociedad tan rígida? ¿Podría decidir ella qué hacer con su hijo?

No, nada de eso. La mujer, simplemente obedece. Nada de soluciones políticas: las leyes las hacen los hombres nobles que, por patriótica virtud, se han ganado un escaño en aquel honorable Congreso Nacional. Es primordial discutir las formas de financiamiento de la República y no pequeñeces de mujeres como esas de interrumpir la vida de un cristiano por nacer. No, la mujer debe ceñirse a las labores del sexo: a lavar, cocinar, bordar, ser una buena esposa.

Constanza, la “emperrada”, es llevada a uno de los mejores médicos del país entero. En ese entonces el aborto era considerado un homicidio pues se interrumpía la nueva vida. Había que protegerla a cualquier costo, permitiéndose sólo en aquellas ocasiones en que la madre tuviera serio riesgo de morir. Sin embargo, como Portales podía mover influencias y callar el tema, no tenía problema alguno en llevarla a aquel duro cadalso.

Quizás porque lo amaba, quizás porque quería evitarle buscar otra nueva manera de que su nuevo hijo llevara el apellido del jardinero, quizás porque se rindió, Constanza salió desde esa sala llena de lágrimas. Nadie sabe si se opuso, si aceptó sin condiciones o esperó que algún día nadie volviera a pasar por lo mismo. El hecho era uno: ya no tendrían un nuevo hijo.

Han pasado casi dos siglos desde que las leyes sólo eran discutidas por hombres y las mujeres no podían decidir sobre sus cuerpos. Constanza estaría contenta. Hoy no se obliga a nadie a abortar: si ponen en riesgo su vida, las mujeres pueden interrumpir su embarazo, hoy no existe nadie que imponga cánones morales y no existe diferencia entre la que puede pagarlo y dejarlo en el silencio “mejorándose” en una clínica privada y la que lo hace en un lugar clandestino y corre serio riesgo de morir. No, esos tiempos ya pasaron. Hoy no habría un Diego que la obligaría.

No, parece que las cosas no se han movido mucho de su sitio: aun existen Portales que quieren forjar una República e imponer sus cánones morales. ¿Es que hemos cambiado realmente entonces? Porque aquellos que se definen como herederos de quien intentó cuarenta años atrás cumplir el viejo sueño portaliano ven a la mujer como el contenedor que nada puede decidir, y no se quitan los orgullos en pos de lo que ellas piden limitándolas lo más posible.

Las cosas siguen igual casi doscientos años después. Si hoy Constanza viviera, con todo el dinero que tiene se aseguraría el mejor abortista de Chile y, aunque fuera un secreto a voces, nadie diría nada. Porque si una cara del ministro habría dicho que no a toda costa, de seguro en su casa la habría mandado nuevamente al mismo lugar. Porque con o sin ley esta triste realidad seguirá ocurriendo.

Es hora ya de legislar al respecto. Aunque, si fuera por la defensa de los altos valores morales, hoy Portales los aplaudiría de pie. Los alumnos han superado al maestro forjador.

10 marzo, 2012

Los cuerpos masacrados y la búsqueda incesante.


En 2013 habrán pasado cuarenta años desde el momento más crudo de nuestra historia reciente. Habrán pasado cuarenta años desde que a cientos de familias les arrancaron un pariente, un amigo, un hijo, un amor. Quizás suene repetitivo el tema que saco a colación, pero es que este país sufre de un mal que, en toda su vida, no ha podido sacarse: el olvido.

Chile siempre mira hacia adelante, como con ese complejo de decir “mamá, mamá, cuando grande quiero ser...”. Siempre se compara con los mejores e intenta llegar a los puntos más altos del planeta en todo. Siempre ha querido figurar y ser el centro de la conversación mundial. Es un país infinitamente hermoso y de tremendas potencialidades, con cientos de posibilidades de desarrollo económico y social.

Pero no tiene memoria. Todos se lo han dicho hasta el cansancio, pero nadie hace caso.

No bastaba con balear el símbolo de la República, no bastaba con tomar prisionera a las mentes a través del respiro del miedo: había que masacrar a los cuerpos y mutilarlos para hacer que la gente los viera y supiera lo que podía pasar si es que hablaban. El nacionalismo exacerbado no era suficiente para hacer que la gente reconvirtiera el proyecto anterior a las nuevas autoridades: había que detener a las mentes pensantes para que cayeran en el olvido y cerraran la boca por Decreto-Ley.

La Transición -sí, esa con mayúscula, esa que habla del proceso-, se simplificó a un proceso político que podía ser cerrado entre políticos. Lo consiguieron bastante bien en los dos esfuerzos más grandes que la situación “permitió”: las comisiones Rettig y Valech. Sin embargo, las cúpulas políticas nunca comprendieron que le pertenece a la comunidad entera.

La gran culpa de nuestras autoridades es que nunca se abrió una gran tribuna pública nacional para que todos desahogaran las legítimas penas y pesares, de ambos bandos, que en ese momento por sus mentes corría. Los años 1990 a 1992 eran claves para emprender un gran proceso de reencuentro verdadero que, aunque durara tiempo, podía haber sido efectivo para obtener la sanación de las heridas.

Pero no, no se hizo nada.

Quienes cometieron los crímenes hoy cargan con la culpa de sesenta mil cuerpos masacrados y memorias fragmentadas, dispersadas en cada rincón de la tierra queriendo recuperar el alma después de tanta violencia, de tanto odio y de tanto rencor. Culpa tuvieron quienes tomaron las armas y astillaron los cráneos de quienes fueron arrestados.

Culpa tienen quienes negociaron la democracia antes de las elecciones de 1989 y que pactaron un acuerdo secreto por el cual Pinochet sería el principal blindado. Culpa tienen quienes llenaron nuestra democracia libre y limpia de olvidos rápidos, dolores enterrados y reparaciones de a goteras.

Estas consideraciones que, quizás, no pueden tener un hilo conductor -en el intento arrogante de ponerse en el lugar de quienes han llevado ese dolor por cuarenta años y quienes interrumpieron su vida por el odio cruel-, pueden resumirse en el siguiente ejemplo: imagínate atado de pies y manos, con la boca amordazada, con los ojos cegados por una venda oscura, con miedo, sin agua y sin saber dónde estás, apuntado en la frente con un fusil, pensando en qué pasará con los tuyos. El militar te dice “aprovecha de correr que te dejaron libre”, te desatan, corres cien metros y un disparo por la espalda corta tus sueños para siempre.

Por eso, quizás, en cada uno de esos cuerpos se encuentra el mejor ejemplo de la Transición y la democracia actuales. Nos sentimos libres pero nos disparan desde la nada. Y en esos cuerpos está el dolor eterno de cuarenta años de historia nacional, para algunos, un dolor que no pasa hasta que estén los cuerpos con quienes siempre los esperaron.