Tweet Segui @dini912030 Maleta de Opiniones: julio 2013

28 julio, 2013

El amor sí es una cuestión de capital.

Desde un punto de vista técnico, no tengo idea qué es el amor. No sé qué es exactamente y no podría definirlo porque depende de la experiencia de cada persona. No sé cuánto tiempo se queda en nuestros corazones, mentes y cuerpos. Sólo puedo señalar al respecto que es una sensación revolucionaria, puesto que transforma nuestras estructuras de manera extraña, loca y particular, motivando a que cada sujeto emprenda acciones para sentir que posee aquella palabra.  

Quisiera centrarme, en esta ocasión, en aquel tipo de amor que llega como un torbellino a sacudir nuestras estructuras y a inmiscuirse en nuestras conciencias y sueños; a remover cada centímetro de absoluta soledad y a entremezclar la realidad más perecedera con los sueños más estratosféricos. Ese tipo de amor que, como señalé previamente, nos lleva a cometer acciones que jamás hubiésemos pensado que cometeríamos tiempo atrás.

Sin embargo, estas acciones (cualquiera que se haya venido a la mente mientras cada letra de esta columna entra por sus ojos) son mediadas por la despiadada acción del capital. En nuestro Chile, país neoliberalista en constante reinvención, no acostumbramos a juntarnos si no es para salir a beber trago o para comer algo; peor es si es que invitamos a alguien a conversar: Debemos pagar, como “nos enseñaron nuestras madres” lo nuestro y lo de la otra persona” o, en su defecto, “no llegar con las manos vacías” –por cierto, a no ser que quien nos acompaña manifieste lo contrario-.

Todas y todos sabemos que más de algún gasto hemos tenido que hacer. Muchas veces no molesta y hasta nos gusta; sin embargo, cuando los recursos escasean los sentimientos se ponen a prueba.

Aunque se niegue, aunque se procure hacer de cuenta que no importa, aunque se diga que no, las diferencias sí molestan a la larga. Es cierto, generalizar es siempre equivocarse, pero en algún punto aquellas diferencias chocan. Cuando existe un desequilibrio en los flujos de acumulación de recursos entre quienes componen la pareja, más aún si es en el marco del coqueteo, esto puede derivar en que los sentimientos se supediten al capital. Y peor aún: Que ello se haga notar haciendo que quien se ve más desfavorecido quede como “culpable” de una situación de la que no tiene responsabilidad alguna.

Si, el amor sí es una cuestión de capital. Suena tajante, pero a la larga es cierto. Sin embargo, no puedo ser tan drástico.

A ratos siento que dos de las peores cosas que  nos pudieron haber pasado como país fueron la democratización del crédito y el aumento en los ingresos. Si bien nos pavimenta el camino al “desarrollo” (meta que alcanzamos recientemente con un Ingreso Per Cápita de US$21.580), también nos pone una fijación obsesa por tener cada vez más objetos que no nos sirven para nada más que marcar distancia con quien menos posee, creyendo que somos “felices”.

Lo anterior tiene bastante que ver con el tema central pues, desde un punto de vista muy personal, comparto aquello de que no existe acto más revolucionario que salir a comer sopaipillas de carrito, con muchas anécdotas y poco presupuesto; comulgo con invitar a caminar por el centro de la ciudad simplemente observando el paisaje o capturando algunos fotogramas de la existencia; celebro eso de juntarnos en la casa de la otra persona cuando se pueda; abrigo lo relacionado con una salida sin rumbo llevando un par de panes con mortadela y un jugo en polvo preparado en alguna botella retornable. Para algunas personas es algo exagerado, pero a pesar de la poca producción es, a la larga, lo más recordado.

Si ese sentimiento al que llamamos amor es real, supeditará los orgullos y las diferencias de clase, las necesidades y temores, la falta de recursos y los complejos,  a la maravillosa experiencia del amar. Quien nos acompañe en el camino de la vida debe ser, a mi juicio, una persona que sea capaz de cumplir en parte con lo planteado previamente. Y, por cierto, disfrutar de la misma forma el mejor de los carretes, la más selecta de las comidas y compartir a medias una sopaipilla de carrito.


Al final del día, es un acto tan revolucionario como el amor mismo. 

Imagen: huescamedioambiental.blogspot.com 

23 julio, 2013

Patrimonio en Temuco: Adiós a las casonas.

Esta semana falleció la Casa Massardo (Avenida Alemania, entre Senador Estébanez y pasaje Poseck), de 1895, tras la autorización de la autoridad municipal para su demolición. Este inmueble se suma a una larga lista de propiedades patrimoniales demolidas en pos de un progreso que se va comiendo lenta, visible e irreversiblemente la poca identidad arquitectónica de la joven ciudad de Temuco.

Ya no es sorpresa para nadie el círculo vicioso que desde 2011 ha estado permanentemente en la agenda noticiosa local. Tras múltiples presiones económicas y políticas, los organismos públicos firman autorizaciones a espaldas del Alcalde y el Ministerio de Vivienda; de noche, las empresas de demolición nos dejan el escenario propicio para el punto de prensa del siguiente día. Al amanecer, los representantes del aparato público lamentan profundamente la pérdida del patrimonio de la ciudad y anuncian sendos sumarios a Contraloría para detectar las “posibles” irregularidades. Finalmente, los responsables no son sancionados y, algunos meses después, se erigen cubos grises carentes de relación con el entorno en el que están inmersos.

“Entre gallos y medianoche” se nos va, de a poco, el reflejo del pasado glorioso de los sectores gobernantes del “Temuco fundacional” (1881-1908) que se expresa en los chalets y casas quinta de la Avenida Alemania.

Mucho antes del Portal Temuco, de las universidades, restaurantes y locales comerciales, allí existía un camino reservado para las familias más importantes de los primeros años de la capital regional. Los Zirotti, los Massardo, los Ernst y otros tantos apellidos levantaron allí viviendas en las que adaptaron a las particularidades locales los estilos más representativos de sus países de origen. Si bien consolidaban la segregación socioespacial y el dominio del sector poniente de la pujante ciudad, por otro lado conformaron un crisol multicolor y de estilos diversos. El sector podría haberse levantado como una postal donde el reciclaje urbano fuera el norte, podríamos haber sido reconocidos a nivel internacional por el cuidado del patrimonio local.

Pero no, porfiadamente había que echarlo todo abajo.

Muchas y muchos recuerdan el viejo edificio de la Intendencia, o los colores originales del Edificio Marsano. Otros, por cierto, rememoran ese centro de los años cincuenta, el recinto antiguo de la Estación de Ferrocarriles y lo que eran las casonas de la avenida anteriormente mencionada. Pero no, a punta de incendios, terremotos y construcción destructiva se han cercenado los pocos vestigios de otras épocas.

¿Es necesario tener que llegar al recurso del emplazamiento forzado a la autoridad para que detenga las demoliciones y sancione a los responsables? ¿Es preciso, cada vez que ocurren situaciones como estas, tener que presionar a los legisladores para actualizar un marco jurídico obsoleto para nuestras necesidades? ¿Tenemos que llegar a este lamentable círculo vicioso para poner sobre la agenda que no existen los incentivos necesarios para que los propietarios protejan sus inmuebles?

En lo personal, creo que es hora de decir basta. Como representante de una organización ciudadana, hago el llamado a que las autoridades abandonen este doble discurso y definan una postura clara: O están con la protección del patrimonio o están con quienes presionan económicamente para que se destruyan los pocos vestigios históricos que quedan en pie. O respetamos la normativa vigente o demolemos los inmuebles patrimoniales existentes en Zonas de Conservación Histórica.

No está muy lejos el día en que, como ciudad, terminemos lamentándonos por las pocas casonas que quedan en pie. Pareciera ser que la única solución posible ante la desidia de la autoridad es la organización ciudadana y la insistencia en un punto básico: Hacer bien la pega. O también, despedirnos de las antiguas casonas, olvidarlo todo y dejar que los de siempre hagan lo suyo.


“Defendamos la Ciudad de Temuco” es un espacio. Es cosa de ponernos de acuerdo. 

La “puerta giratoria”: ¿Trabada en parte por sus policías?

Un fin de semana cualquiera, cuando el humo no era tanto en nuestra ciudad, la fotógrafa recorría las calles para captar algún instante interesante del cotidiano pasar. Llevaba entre sus pertenencias aquel lente casi místico que permitía transmitir una visión particular de este presente algo conflictivo en el que nos encontramos.

Sin embargo, como si de un negro sueño se tratara, en menos de un suspiro dos delincuentes la inmovilizaron y le sustrajeron lo que más valoraba: Aquel lente que simbolizaba la captura de la realidad y la paz que sentía al fotografiar. Tras haberse recuperado en parte de lo sucedido, no dudó en acudir a la policía para estampar la denuncia. “No podemos hacer nada”, le dijeron tras recibir los pocos antecedentes que tenía la denunciante.

Con el pasar de los días, ella misma inició una investigación y llegó a dar incluso con el nombre, la dirección y la ocupación de las personas que la habían asaltado. A pesar de haber entregado estos antecedentes a la policía, la institución le mencionó con desidia que tenía “que esperar que la justicia actuara”.

Lo anterior no es únicamente un relato de ficción: Ocurrió en las inmediaciones de un barrio de la capital de la Región de La Araucanía, en la que la delincuencia no es un problema ajeno. En el caso que se acaba de describir, la policía se convierte en un cómplice de la inoperancia del sistema judicial al no darle mayor importancia a estos delitos, y da cuenta de la preferencia que tiene el Estado de reprimir por la fuerza al movimiento social a través del desalojo de establecimientos educacionales. Se prefiere controlar otro tipo de situaciones que se pueden resolver con diálogo y voluntad en vez de atender a las demandas de las ciudadanas y los ciudadanos que esperan dormir tranquilos confiando en que se actuará en su favor.

La puerta giratoria no se ha trabado en lo absoluto, pues los delincuentes salen rápidamente de los centros de detención y no existen políticas efectivas en las poblaciones para detener problemas graves como los asaltos y el microtráfico de drogas. Existen ocasiones en que pareciera dejarse entrever que las policías saben quiénes son los asaltantes y se coluden con ellos como en un pacto tácito de silencio, como conspirando en contra de lo que debería ser un Estado eficiente en contra de la delincuencia a nivel micro.

La delincuencia y, en otros casos el microtráfico, responden al fracaso del Estado en nuestros barrios pues se convierte en un ente incapaz de articular a la gente honesta y trabajadora que quiere vivir en paz. A nivel personal, esto incide en la inseguridad creciente de salir a la calle y disfrutar de un paseo cotidiano con secuelas que no son fáciles de borrar; a nivel comunitario, lo anterior se refleja en una desarticulación de la gente para controlar su territorio y poner freno a estas bandas organizadas que controlan espacios que son de todas y todos; a nivel país, lo relatado recientemente se cristaliza en el fracaso de políticas públicas que se basan en la instalación de una barrera en las puertas del barrio alto para que los delincuentes no pasen y se queden en sus lugares de origen.

Es menester de las dirigencias policiales y de la administración pública revisar sus protocolos de acción y las políticas que siguen para el control de la delincuencia, pues en muchos casos no se condicen con la realidad que vivimos quienes residimos en alguno de los múltiples barrios de nuestro país. Por cierto, el cuestionamiento sobre si la “puerta giratoria” de la delincuencia y el microtráfico está trabada por sus policías queda sobre la mesa.


De esta manera, el país honesto y trabajador podrá vivir en paz, las ciudadanas y los ciudadanos tendrán un control real del espacio en el que viven y la fotógrafa podrá recuperar la paz perdida y disfrutar de la vida en un estrecho abrazo con el lente sustraído aquel fin de semana. 

Aquellos colonos forjadores.

Han pasado cuatro años desde la fundación del Fuerte Temuco. Ya con características de caserío, la población local vería llegar a los primeros colonos extranjeros. Más allá del relato tradicional, que plantea un arribo heroico en filas interminables de convoyes cargados de sueños, estos inmigrantes serán instalados en todos los alrededores del naciente centro urbano.

            Familias como los Tepper, Ziem, Gottschalck, Burgemeister, Becker y otras  recibirían entre 20 y 140 hectáreas. La distribución de estas hijuelas no solo terminará por desarticular las dinámicas existentes de manera previa al proceso de expansión territorial del Estado de Chile, sino que también afianzará esta ocupación por medio de familias que serán funcionales a la labor del Estado. Aquí estará una de las bases de la desigualdad territorial temuquense, pues mientras chilenos y franceses se instalaron en las manzanas aledañas al Fuerte, los alemanes con mayor vocación rural accedieron a extensos terrenos que posteriormente los convirtieron en prósperas quintas y parcelas. La mayoría de estas familias se instaló en los campos de La Labranza, la Vega Larga, Pueblo Nuevo y Tres Robles.

Demostración de la defensa de la propiedad privada y de los nuevos ocupantes por parte de la autoridad es reflejada en la prensa de la época. José Jesús Sepúlveda, en El Cautín del 28 de enero de 1888, es claro en señalar que los colonos: “se quieren dar el instinto de creerse señores feudales en los pedazos de terreno (que poseen), por como tratan a los campesinos: ya amarrándoles un buey, ya cerrándoles las sendas por dónde sacan carbón, madera y hasta por dónde sacan las cosechas. Todo esto va en detrimento de los habitantes laboriosos que viven bajo el imperio de la ley”. Incluso se les cobra peaje por sacar sus productos y que sus reclamaciones no son escuchadas. Sepúlveda agrega a esto que hay que hacer diversas reclamaciones a la autoridad “para evitar convertirse en encomenderos de estos señores”.

            Este proceso no es exclusivo de Temuco. El sociólogo Felipe Portales comentará que en vez de crear una frontera de agricultores campesinos, a semejanza de Estados Unidos, las políticas se orientaron a convertir a los nuevos territorios anexionados en dominios de la hacienda, “sistema por excelencia de explotación agrícola oligárquica”. La diferencia fundamental con el proceso de ocupación territorial norteamericano fue que “el grueso de los latifundistas eran nuevos ricos provenientes de actividades comerciales, mineras o bancarias, identificándose con los sectores políticos más “progresistas” de la oligarquía: liberales y radicales. Ambas facciones estuvieron, muchas veces, juntas en los remates de tierras”. A esto, también habría que agregar que estas facciones no solo estuvieron juntas en los remates de tierras, sino que también en los gobiernos municipales en el Temuco fundacional, tal como se ha podido comentar en columnas anteriores.

            No obstante todo lo anterior, a la llegada de los colonos sólo 48 propietarios cumplían las condiciones fijadas por las leyes para ocupar un sitio en la pequeña planta urbana; muy por el contrario, la inmensa mayoría de los ocupantes sin títulos era gente pobre que no tenía dinero para hacer el depósito de 20 pesos.

            Encontraremos a aquellos colonos forjadores que ocuparán cargos en el gobierno municipal, que serán los verdaderos propietarios de la nueva localidad y concentrarán el poder político, económico y simbólico; y también a aquellos que con esfuerzo labraron los primeros surcos del progreso. Son los relojeros, los pequeños comerciantes, los tinterillos, los que ocuparán aquellas profesiones básicas que darán impulso a la ciudad. También, por cierto, contribuirán a la consecución del orden en este mundo complejo y violento.


            Es tiempo entonces de comentar el tercer mito: El de los desheredados, el de aquellos que generalmente no tienen cabida en los relatos clásicos de nuestro pasado local por no ser dinero, prestigio social o algún negociado que diera como fruto un puesto político.  

Hernán Trizano: ¿Héroe de la Frontera?

Mientras que el Estado representaba el avance en orden, patria y paz, el bandidaje aparecerá
como una respuesta que reflejaba la dispersión y la falta de control de las autoridades, un discurso alternativo y que cristalizaba la violencia que persistía, casi desde la fundación, en nuestra localidad. Este sector llegó por la atracción que produjo por el nuevo centro de riqueza, teniendo la impunidad más absoluta producto de la falta de control y contingente de la nueva Policía y del Ejército.

Esta sensación de inseguridad generó algunas voces de alerta que derivaron en la decisión de llamar a Hernán Trizano para que resguardara este orden que a veces se escapaba de las manos.

Este personaje, a veces dotado de características mesiánicas, debió enfrentarse a individuos “acostumbrados a todas las artimañas de la montonera, militarmente muy superiores a las policías improvisadas, a las que no temían en absoluto y, por el contrario, las buscaban para desafiarlas y mofarse de ellas”, según consigna Jorge Lara en su Trizano, el Búfalo Bill chileno

De hecho, como dirá Eduardo Pino en 1969, los policías “se quejaban a las autoridades por el abandono en que se encontraban, y especialmente por la falta de cabalgaduras cuya ausencia les llevaba al oprobio de tener que soportar diariamente los insultos de cuatreros, que magníficamente montados, llegaban hasta las mismas puertas del cuartel en Padre Las Casas para injuriarlos y huir cuando las cosas se ponían difíciles”.

            Es menester transmitir la descripción de un hecho que relata Jorge Lara y que refleja el clima de tensión constante que se vivía en esta parte del país, el “crimen del pozón”. Era 1902. Una noche, en el sector de Fundo Maipo, un grupo de bandoleros buscó refugio en la casa de unas inquilinas; tras ello, asaltaron la casa, encontrando allí a dos mujeres de 14 y 16 años. Las violaron y amarraron, arrojándolas posteriormente a las aguas del Cautín. No conformes con esto, dieron muerte a un bebé  a cachazos de revólver. Una niña pequeña, según se comenta, logró escapar y correr a la casa de Trizano para avisar del hecho.

            Acompañado de cinco hombres, Trizano salió en la persecución de los bandoleros, quienes balanceaban los cuerpos de los dueños de casa. La persecución se dio en medio de la oscuridad, con un capitán de Gendarmería que luchaba contra la corriente para que no se le humedecieran las balas, y una tropa de facinerosos que no hacía más que huir. Tras una larga carrera, logra atraparlo.

“Ambos, estaban ahora frente a frente y en iguales condiciones. El bandido quiso disparar, pero Trizano desapareció un momento debajo de las aguas y emergió un segundo después, en la espalda del maleante. La respiración de ambos se podía oír fácilmente desde la orilla. El bandido no era hombre que pudiera ser dominado fácilmente, y a su vez, Trizano no dejaría escaparse de sus manos una presa como la que tenía a su alcance”.

            Esta batalla culmina con un fuerte golpe en la sien que le proporciona Trizano al bandido. Luego después, “las aguas se abrieron y como una boca inmensa, tragaron lentamente el cuerpo ya sin vida del feroz asesino”. Cinco de los seis asaltantes fueron detenidos y conducidos por las calles de Temuco, custodiados para evitar el linchamiento. Este crimen del pozón tendría su final cuando “el público siempre ávido de emociones fuertes, pudo presenciar cómo dos cuerpos caían acribillados por las balas de la justicia vengadora”.

            El caso presentado, lejos de pretender relevar los méritos de Hernán Trizano, deja entrever distintos aspectos que conforman este orden. En primer lugar, se visualiza la debilidad que tienen las fuerzas de policía para enfrentar el bandidaje rural, que supera en armas y hombres al aparato coercitivo del Estado. Los delincuentes, amparados en un paisaje que favorecía sus acciones, cometían ese tipo de acciones dado el clima de inseguridad que se producía en la zona. Esta batalla viene a reflejar la lucha entre el aparato estatal por imponer un nuevo proyecto de sociedad, y la adaptación que hace una parte de los sectores populares a las nuevas dinámicas sociales y económicas.

            Como si de una lucha cuerpo a cuerpo se tratara, finalmente vence el proyecto que refleja Trizano. La figura simbólica de los asaltantes ajusticiados por la policía pareciera vislumbrar una suerte de aniquilación de todas las subversiones que aquí se puedan encontrar, llevadas al extremo en este caso.

Aquí se refleja el error que cometieron las autoridades chilenas en la ocupación de este espacio, pues como comentará Leonardo León, “se equivocaron al dirigir su fuerza militar contra los mapuches, que por siglos habían demostrado su voluntad de pactar acuerdos de gobernabilidad”, lo que generaría el costo social que pagaron los residentes de este espacio local después de 1881. De hecho, tanto la auto marginación de este pueblo originario como la violencia mestiza atentaron contra el proyecto integracionista y homogeneizador de la élite.


El orden, que se ha intentado desde siempre conseguir a partir del enfrentamiento y la violencia, parece todavía no tener respuesta. Aún no tenemos un proyecto integracionista, integral e inclusivo y, por más que estemos a mil dólares del desarrollo, aun parece que continuáramos en aquella batalla sin un desenlace claro. 

El bandidaje y su respuesta: El Intendente Gorostiaga.

Estamos en Temuco, en 1885. Es año de censo (de la época en que se podía confiar medianamente en las cifras) y nuestra pequeña ciudad superaba las tres mil personas. Por su posición estratégica para el control de la zona, el Presidente Balmaceda decidió ubicar aquí los principales servicios públicos, creando para ello la Provincia de Cautín.

Al año, un Intendente ganaba $4000, destinándose $600 adicionales para el arriendo de una casa y una oficina. Quien ocupó este cargo por primera vez fue Alejandro Gorostiaga, que había tenido alguna participación en las campañas del norte y había participado en la transición política (de lo militar a lo civil) en Angol hacía un tiempo atrás. Para poner orden a esta tierra cargada a la violencia creó la Policía Urbana, pues no existía el contingente necesario.

Este cuerpo policial debía llevara a cabo algunas medidas como vigilar que la gente amontonara la basura, que se pusiera la luz en edificios particulares a modo de “alumbrado público” y prohibir a la gente que construyera en terrenos fiscales. Estas medidas eran aplicadas por funcionarios que efectuaban procesamientos judiciales sin fondos siquiera para la alimentación de los funcionarios ni del alumbrado de los patios. Los sueldos de los funcionarios distaban bastante de los de los demás: 18 pesos mensuales. 

Los seis hombres que conformaban el cuerpo de policía no sólo debían afrontar este tipo de temas, sino que también al creciente bandidaje que llega como la consecuencia directa que generan los nuevos centros de riqueza. Producto de la falta de control y contingente de la nueva Policía y del Ejército, atacará por igual a mapuche y chilenos bajo la más absoluta impunidad. Esta sensación de inseguridad era producto de una realidad conflictiva, fruto de las diversas desigualdades presentes en la zona. Temuco era un centro urbano pobre, con caminos inseguros y, como dirá Óscar Arellano en 1931, de casas “bajas con relación al suelo, lijeras en sus materiales y en su solidez, a tal punto que era una escepción (sic) hallar una cómoda e higiénica, de fea y mala arquitectura y malsanas”. Sólo la instalación de los servicios públicos y la posterior llegada del ferrocarril hacia el fin de siglo cambiarán esta realidad hasta convertir a la ciudad en un floreciente centro comercial y financiero.

La mano de obra predominante en la zona es el de los peones o gañanes, que en palabras de Jaime Valenzuela es el “excedente laboral que no había podido integrarse al sistema económico imperante, puesto que el tipo de producción predominante (...) había sido la ganadera, que requería poca mano de obra permanente”. Es decir, son todos aquellos trabajadores que no caben en el sistema económico, al no poseer una calificación mínima desde el punto de vista de la división social del trabajo.

El origen de los bandidos que asolan la ciudad tendrá ese doble origen. Los que: “en su confesión señalaban como oficio carrilano o ser peón contratado en alguna obra pública privada o no agrícola concentraban su actividad delictual en salteos a mano armada”, buscaban fundamentalmente un salteo rápido que les proporcionara dinero fácil. Eran solteros en su mayoría y, al no tener una familia “que alimentar”, no poseían la presión de buscar trabajo. Existía desarraigo, inestabilidad y falta de perspectivas económicas, lo que conducía hacia el vagabundaje.  

            Como se puede apreciar, existen formas de sentir el territorio que distan notablemente, pues mientras la policía pretende la consecución del orden, la figura del bandido representará un quiebre en las reglas que se pretenden implantar en esta zona anexionada al territorio chileno. El Intendente Gorostiaga será la respuesta del Estado a esta ruptura en los códigos que se pretenden imponer, y el bandidaje representará la dispersión, la falta de control, el vacío de autoridad.


            Esto, por cierto, no sólo quedará así y se cristalizará en la figura de otro referente de la imposición del orden: Hernán Trizano. Pero eso es otra historia. 

Algunos hitos políticos del Temuco fundacional.

Como se ha relatado en columnas anteriores, nuestra ciudad nace como un enclave militar orientado a afianzar una zona de control y sujeción militar contra la población originaria, con el fin de concretar los planes de expansión territorial del Estado-nación chileno. Sus primeros siete años fueron de “asamblea militar” o mando de las autoridades del Fuerte, y no fue sino hasta 1888 cuando se comenzaron a escribir las primeras páginas de la vida democrática local que, por cierto, impondrá y consolidará el discurso del orden.

El jueves 24 de febrero de 1881, Pedro Cartes asumirá la comandancia del recinto militar y afrontará los ataques mapuche del 27 de febrero, y  9 y 10 de marzo. El 16 de ese mes será reemplazado por Gregorio Urrutia, a quién correspondió una primera organización del caserío colindante. En mayo de ese año, Evaristo Marín sería designado comandante de la plaza, teniendo que afrontar su defensa el día 5 de noviembre.  Los tres personajes mencionados encabezarían el asentamiento definitivo de los nuevos residentes. 

            El 15 de abril de 1888, nuestra ciudad vive sus primeras elecciones democráticas. Sin embargo, no todos pueden votar: Sólo lo hacen los hombres que saben leer y escribir y que pueden acreditar una renta en dinero o un trabajo, con 25 años si eran solteros y 21 si eran casados. José del Rosario Muñoz, Pedro Cartes y Víctor Manuel Estay se convierten en Primer, Segundo y Tercer Alcalde, respectivamente; entrarían en funciones el 6 de mayo.

            La mayoría de los regidores tenían una buena posición y prestigio social, como son los casos de Teodoro Schmidt y Pedro Cartes. Al respecto, el columnista del periódico El Cautín, José Jesús Sepúlveda, informa a través de sus escritos una visión muy particular de los hechos. En el texto titulado “odios políticos” (29 de octubre de 1887) menciona algunas características de aquel proceso municipal:

“Falta poco para que los diferentes partidos se disputen (…) en los comicios y hagan su aparición en los comicios y en la tribuna electoral. Los odios políticos son la consecuencia lógica de la profunda ineficacia que tienen los odios políticos en la ciudad, que vienen interrumpiendo la marcha pacífica de la vida republicana en esta comunidad.”

Marcada por las primeras rivalidades políticas, los enfrentamientos serán cada vez mayores. Esta situación se repetirá tres años después, cuando la influencia de los acontecimientos políticos relacionados con la Guerra Civil de 1891 se haga sentir en la zona. El 29 de marzo de 1891 se realizó la segunda elección, siendo elegidos como Primer, Segundo y Tercer Alcalde, respectivamente, Pedro Cartes, Rafael García Huidobro y Severo Fuentes. Este segundo gabinete, en el que participan nuevamente como regidores José del Rosario Muñoz y Teodoro Schmidt, sólo tendrá vigencia entre el 3 de mayo y el 18 de octubre de 1891, pues aquel conflicto repercutirá en la realización de nuevas elecciones.

El tercer gobierno temuquense entrará en sesiones el 1 de noviembre de 1891, siendo elegida como Junta de Alcaldes Santiago Herrera, Faustín Muñoz y Juan Saldías. Se renueva prácticamente completa la plana de regidores, que entrarán en funciones entre la fecha antes mencionada y la misma fecha en 1894. 

Para el período 1894-1897 quienes dirigen la Municipalidad son Salvador Bustos, Pascual Manríquez y Eduardo Salas. Bustos. Entre 1897 y 1900 fueron elegidos como primera autoridad comunal Santiago Herrera, Pedro Aracena y Salvador Urrutia. Como se puede apreciar, entre tanto nombre que ocupa un cargo político se repiten algunos personajes centrales. Ya habrá tiempo de tratar sobre ello.

No es nuevo que se repitan los mismos nombres en la política local. De hecho, sus puestos variarán entre Alcalde, Regidor y labores en el mundo privado. No es casualidad tampoco que se elijan y reelijan por más de un período pues los votantes tienen una posición similar. Si bien estos personajes manifestarán alguna preocupación por todos los habitantes de nuestra ciudad, su forma de hacer política será a puertas cerradas, en clubes y uniones de personas con la misma condición social, con una forma exclusivista de actuar.


Nunca está de más rememorar algunos hitos y personajes políticos de nuestro pasado, algo olvidados por nuestros historiadores tradicionales como Óscar Arellano y Eduardo Pino. Esta base política, cupular y aislada de los más desposeídos, será la que intentará consolidar el discurso del orden a partir de dos personajes fundamentales: Alejandro Gorostiaga y Hernán Trizano. 

El asentamiento definitivo de los nuevos ocupantes de Temuco.

Hace algunas semanas atrás hemos puesto en evidencia algunos de los aspectos involucrados dentro de los primeros días de aquel parto traumático, semejante al que gesta el nacimiento de nuestro país, pero en esta tierra donde parece repetirse el predominio de la injusticia, la sangre y la muerte. La alianza Estado-burguesía-Ejército sigue haciendo su avance sobre la milenaria cultura mapuche, quien se ve reducida en distintos ámbitos.

Es 1881 y las relaciones de conflicto son la tónica en esta, nuestra tierra. En este escenario prosiguió la instalación y defensa del sitio que, poco a poco, se convirtió en un destacado caserío. Defendido por unos quinientos soldados, alrededor del Fuerte Recabarren se establecieron las tropas, sus mujeres y los paisanos o civiles que habían venido en el convoy, así como la numerosa caballada. Las primeras construcciones que se pueden ver en este paisaje fueron simples ranchos de paja con quinchas de colihue.
Los trabajos de instalación prosiguieron con premura antes del inicio de las lluvias. Se construyeron también, “borriquetes” o armazones de maderos acondicionados para colocar trozos de árboles sobre ellos. Con corvina o serrucho, dos hombres cortaban la madera necesaria que se convertirían en tablas para mejorar las instalaciones. Al mismo tiempo, los hacheros talaban los robles en los puntos cercanos y labraban la madera gruesa. Las palizadas de los costados norte, sur y este de los fosos fueron reemplazadas por cercos de tabla. Se construyen mediaguas de tablas sin cepillar, y una cuadra para la tropa. Según relata Óscar Arellano en 1931, alrededor de la plaza del regimiento se instalaron las familias de los milicianos y se improvisaron las casas de tabla de los comerciantes que buscaban el amparo de las tropas.

Ese invierno fue especialmente crudo, pues hubo vientos huracanados que se sumaron a la alimentación deficiente de los habitantes del sitio. Se cuenta que los mapuche hacían filas fuera del Regimiento para buscar un mísero plato de comida, semejante a la ración que recibía la soldadesca residente en el recinto militar. La pobreza era la tónica de aquellos días, donde era común pasar fríos extremos o padecer enfermedades sin cura.

Temuco sería el centro oficial para concertar los acuerdos de paz sobre la ocupación del valle de Imperial, cerrando el paso a las tribus abajinas, y de centro organizador para los últimos avances sobre la Frontera. Sin embargo, en los primeros dos años de vida no tuvo otra importancia que la de una avanzada fortificada. Alrededor del Fuerte, las autoridades militares entregaban sitios de manera provisoria como reconocimiento por las acciones realizadas y generando los primeros síntomas de la segregación total, entre quienes forman la primigenia planta urbana y los que son excluidos de manera geográfica, económica y social. Esa planta urbana de 1881 estuvo conformada por las 8 manzanas de los cuatro costados y esquinas del campo de ejercicios, incluyendo en ellas al cuartel.


Con estos actos es que se conformará la base de la expansión geográfica y el asentamiento definitivo de las nuevas instituciones que querrán gobernar sobre la ciudad. Sin embargo, esa violencia no cesará y será entonces cuando aquellas primeras autoridades intentarán afianzar el orden en “la tierra”, como la denominará Arturo Leiva. Será el segundo mito, el del orden, que será comentado en las semanas sucesivas. 

Símbolos para la primera piedra de la Refundación.

Es lunes por la mañana. En la noche anterior, la lluvia ha bañado los sembradíos y los viejos adoquines, las vías férreas y el cultrún en el que finaliza la Feria Pinto, producto de una remodelación del sector ejecutada hacía algunos años atrás. El despuntar de la mañana trajo el frío y la bendición en abundancia a una iniciativa que pretende ser el hito cero de un camino que culmine en la Refundación de la Ciudad de Temuco. Cabe señalar, a continuación, el porqué de esta alocución.

Aquel jueves 24 de febrero de 1881, Temuco fue concebido en un parto traumático semejante al de la sociedad chilena cuando la alianza Ejército-Estado-Burguesía se apoderó de estas tierras para imponer aquí un modelo de progreso en desmedro de la milenaria cultura mapuche. Quienes forjaron la idea de instalar un fuerte (el “último” en la línea de avance del Cautín) no preguntaron a nadie si es que era preciso o consensuado dejar aquí un límite al avance estatal sobre el Wallmapu. Fue una fundación a la fuerza, con cientos de muertos y violaciones, con quema de rucas y la imposición de toponimia. Sólo quedó en la memoria el Agua de Temu, desde donde nuestra corta tradición plantea que nace el nombre de la actual ciudad.

En ese marco es que se forjó un territorio desigual, con chalets ubicados en la Avenida Alemania, donde abundaba la opulencia, y casas de madera que con suerte ayudaban a capear el frío, habitadas por personas que tenían condiciones de vida que rayaban en la indigencia. Mientras unos podían abrigarse tranquilamente en los inviernos copiosos, otros nada podían hacer con los pocos recursos que tenían. Esa misma lluvia del 6 de mayo de nuestro año 13 mojaba a todas y todos por igual, aunque no todos podían decir que se protegían tranquilamente de aquellos intensos chubascos y  ese frío que calaba hasta la desesperanza.

Han pasado 132 años desde aquel nacimiento y pareciera que las cosas siguen igual, aunque se pueden disfrazar de mejor manera. Esa ciudad perfecta que nuestro Municipio se ha empeñado en defender hoy no es tal, pues según la OCDE nos encontramos en un vergonzante segundo lugar nacional en la desigualdad territorial, social y hasta cultural. No sólo no se ha manifestado con una postura clara y contundente al respecto, sino que no ha dicho palabra alguna contra este gravísimo emplazamiento.

Este lunes, sin embargo, se ha ejecutado un ritual simbólico que ha buscado poner fin a este eterno silencio. Imitando a muchos que incluso dieron la vida por defender ideas contrarias a las de la autoridad local, como el periodista José Jesús Sepúlveda y el profesor Celedonio Romero, es que la agrupación Defendamos la Ciudad de Temuco ha iniciado una cruzada por romper este discurso y postular al verdadero corazón de Temuco (nuestra Feria Pinto y nuestro Barrio Estación) como Zona Típica y Pintoresca ante el Consejo de Monumentos Nacionales.

Siempre nos quejamos que no existen puntos bellos o turísticos en nuestra ciudad (más allá de los diez del City Tour) y no reparamos en el crisol de gente, de aromas, de colores, de sabores, de emociones y de sensaciones que allí existe. Ahí, donde desde antaño llegaban las carretas desde el campo a intercambiar sus productos y donde el ferrocarril nos conectaba con el mundo, ahí donde huinca y mapuche se encuentran comprando cilantro o perejil. En ese espacio en que la vida florece dentro de un puesto de comida o donde se ahogan las penas con un vaso de tinto en una cantina.

Todos estuvieron aquel lunes: Quienes cantaron cueca de salón y quienes entonaron cueca chora, quienes bailaron un choike purrún o quienes declamaron poesía, chilenos y colonos, mapuche y huinca. Los que representan a la autoridad comunal y los que son autoridad de su vida entrando a un quitapenas, la policía que custodió aquel acto y los dirigentes vecinales. Los medios de comunicación y quienes acompañan el día con la televisión, el periódico o la radio. Cada uno con sus esperanzas y anhelos contribuyendo con su presencia a la construcción de un nuevo discurso nacido desde la comunidad organizada.

Resta sólo agradecer a todas las organizaciones que estuvieron de igual manera apoyando la iniciativa: Defendamos la Ciudad de Temuco, Radio Biobío, Colegio de Periodistas de Chile, Joven Educa, Alto Contraste, Kimün Digital, Desafío Araucanía, Historia, Canto y Guitarra, Universidad Mayor, Centro de Formación Técnica Andrés Bello, Agencia Impacto, Zuny Tradiciones, Juntas de Vecinos Tucapel y Barros Arana, Productores y Hortaliceros, Chile Responsable y tantas otras. Pero por sobre todo, a cada una y cada uno de los presentes aquel día, puesto que todas y todos, por igual, hemos dado muestras de que nuestros proyectos colectivos están por sobre facciones políticas y abrazan la idea de un futuro mejor en común unión.

Agradezco nuevamente en público a quienes han liderado y gestionado algún aspecto de esta iniciativa rupturista: A Gonzalo Verdugo, Rossano Droghetti, Gabriel Fernández, Daniel Sandoval, quienes después de esta iniciativa se volcarán al trabajo técnico para generar una nueva normativa para el sector.


Nuestras batallas, hermanas y hermanos, son simbólicas. Y cada una y cada uno de los presentes han aportado con un pequeño símbolo a esta primera piedra de un camino sin retorno: El de construir un discurso colectivo, local, consensuado y compartido de manera auténtica y al cual la autoridad posteriormente se sumará. Porque en el corazón popular de la ciudad, donde late cada segundo de nuestro presente, hemos de comenzar a construir un nuevo Temuco: El de la Refundación. 

La resistencia al fuerte Temuco.

Todo parecía andar rápido en aquellos primeros días del Fuerte. El primer ataque mapuche fue ejecutado el 27 de febrero con aproximadamente 900 mapuche; según se comenta en los textos especializados, fue replegada “rápidamente”. El 4 de marzo, tan solo nueve días después de la fundación, el fuerte queda unido al resto del país por telégrafo y correo. Sin embargo, este primer período dentro del proceso de instalación llega a su punto culmine el 9 de marzo de ese año.

Ese día, el asentamiento militar chileno es atacado por  unos 600 mocetones mapuche aproximadamente, al mando de Colimán y Cotar. El capitán Caupolicán Santa Cruz se enfrentó a las fuerzas, replegándolas. Al día siguiente, miércoles 10 de marzo, se atacó nuevamente la caballada del fuerte, custodiada por 30 miembros de infantería, que se opusieron a más de 300 mapuche. Cuando éstas estaban venciendo, les salió al paso una columna dirigida por Pedro Cartes que los dispersó hasta una distancia de “una legua y media”. El combate duró más de tres horas, siendo vencedores los chilenos, tal como lo comenta Óscar Arellano el año 1931.

Gregorio Urrutia asumió la jefatura del Fuerte el 16 de marzo de 1881, tras las acciones bélicas mapuche. Debió hacer frente a los rumores que se hacían sentir con fuerza, respecto a que el malestar creciente entre los indígenas desembocaría en un gran levantamiento general, a pesar de las versiones que señalaban lo contrario. Nada más lejos de la realidad: ese período de paz se rompió abruptamente el jueves 10 de noviembre de 1881. Según plantea José Bengoa, serían más de cuatro mil mapuche los que intentaron cortar la instalación del ejército en las tierras del sur. 

Los hombres que participaron en la refriega se dividieron en tres fuerzas. La primera, “Tromén”, estaba dirigida por un contingente al mando de: Huentelao, Catrileo, Melillán, Epul, Counmil, Nahuelhual, Huaipinao, Curapil y Lienán, loncos provenientes precisamente desde Tromén y de Temuco. Se reunieron donde se ubica actualmente el Cementerio General.  La segunda fuerza de ataque, “Maquehua”, dirigida por mapuche de Quepe y del Toltén. Melivilu, Painevilu, Manquilef, Epunam y Millañir estuvieron al mando de esta columna, quienes atacarían por el sur. La tercera columna, “Llaima”, provenía desde ese sitio y desde Truf Truf, al oriente de Temuco. La compusieron: Esteban Romero, Sandoval y Parra; y Manuel Cotar en la comandancia, ubicándose en la Quinta Pomona, atacando desde el este, juntándose previamente en el cerro Conunhuenu.

Se bloqueó el fuerte en una extensión de 3 kilómetros. José Manuel Garzo, al mando de una gran carga de caballería rompió el cerco levantado por los atacantes, avanzando hacia el norte. Cuando Garzo se había alejado lo suficiente y los mapuche volvieron con el fin de atacar el fuerte, Bonifacio Burgos, Mayor de Carabineros presente en la zona, los rechazó. El resultado: una masacre sin proporciones que culminó, a partir de los antecedentes que se disponen, con la muerte de Cotar en el sector conocido posteriormente como La Matanza o La Mortandad, actual Santa Rosa.

El coronel Urrutia escribirá a Santiago, a fines de ese convulsionado 1881:

“Esta situación (de inseguridad) existirá mientras los bárbaros con sus instintos de robo y de pillaje existan y se mantengan en territorio propio, poblado únicamente por ellos; y es mi opinión que sólo desaparecerá cuando desaparezcan ellos, confundidos en la población civilizada que mediante las facilidades que se le ofrezca, haya ido a llevar el trabajo a ese mismo territorio”.


Al parecer, la idea de evitar la nueva barbarie (terrorismo) mediante agentes civilizadores (cazarecompensas) no es para nada nueva. Ya habrá ocasión de ahondar en ello en una siguiente columna, en donde rememoremos unos minutos sobre el asentamiento definitivo del Fuerte Temuco.

Ese jueves en que nació Temuco.

Según los autores tradicionales en lo que a historia de la ciudad se refiere (Óscar Arellano y Eduardo Pino), encontramos un relato común alimentado por uno de los mitos de nuestra ciudad, y profundizado en la investigación Los mitos de la historia de Temuco: El de la Fundación.

Pasó un jueves por la mañana, en términos de como nosotros manejamos el tiempo, el 24 de febrero de 1881. Eran 336 carretas que a juicio de Óscar Arellano, mostraban “la retirada araucana que abandonaba sus campos dejando sus rucas en llamas y sus cultivos arrasados”, como evidenciando que los mapuche querían adrede huir despavoridos tras el avance del ejército pacificador. No obstante, esto contrasta con la postura de autores como Felipe Portales, quien argumenta que las rucas eran incendiadas, se mataban y capturaban a mujeres y niños y se arreaban los animales.  Independiente de lo anterior, los hechos señalan que el Ministro radical Manuel Recabarren se dirigió a avisar su llegada al lonko Venancio Coñoepán el día 23, quien según el relato defendido por Pino y Arellano fue recibido con un estrecho apretón de manos.

Al día siguiente, los involucrados se reunieron para fundar el “Fuerte Recabarren”: el Ministro del Interior Manuel Recabarren, el General Gregorio Urrutia, el secretario Pedro Beltrán Mathieu, Matías Rioseco, Intendente del cuerpo Expedicionario, el cirujano Pedro Barrios, primer médico de la ciudad, los coroneles Pedro Cartes y Evaristo Marín, quien comandó originalmente el recinto militar, y los ingenieros Teodoro Schmidt y Eugenio Poison. Estos cosmocrátores o padres fundadores fueron los que compusieron este cuadro inicial.

Dirá Arellano en 1931, a cincuenta años de lo ocurrido, que el paisaje era “una bonita y pintoresca situación, al frente de una estensa (sic) y exuberante montaña. Se presentaba al norte una hermosa y fértil llanura, donde remataba la cordillera del Ñielol y frente a los cerros sagrados de Conún-Huenu. Al este corría majestuosamente, el Cautín, y al sur-oeste el estero Pichicautín. Era un bosque de robles seculares, y la vega del río estaba cubierta de la más hermosa selva virgen”.

En el claro de bosque conocido como Huapi, conferenciaron Coñoepán, Francisco Paillal y Painevilo, quienes recelaron el establecimiento del Fuerte, pues significaba la pérdida de sus terrenos y la sumisión a leyes que ignoraban. El Ministro replicaría que Temuco sería el último enclave que se fundaría, y que su establecimiento era conveniente para cortar el paso a las tribus arribanas, enemigas de ambos. Los lonkos Lienán y Hueterucán, dueños de los territorios ocupados, fueron los únicos que resistieron el acuerdo, dejando pendiente la conciliación.

Esa labor pacificadora vendría acompañada de una feroz demostración de fuerza. Ese mismo jueves, las tropas hicieron ejercicios de entrenamiento, y se hicieron funcionar las ametralladoras en dirección al Ñielol. Los mapuche, según relata Óscar Arellano “miraban estupefactos la demostración, mientras se les advertía, intencionadamente, que esas eran las armas que habían vencido al Perú”. Querer consolidar el asentamiento se tradujo en los trabajos del día siguiente tras el cercamiento de un recinto de cien metros cuadrados, guarnecido con 350 militares al mando del teniente coronel Pedro Cartes, convirtiéndose en la primera autoridad de Temuco. Tras ver las labores realizadas, el Ministro Recabarren se retiró a Santiago a informar de lo bien que avanzaban las labores de ocupación.

El mito cuenta que puesta en una botella dentro de un tarro con sus sellos correspondientes se encuentra el acta de fundación del Fuerte, ubicada en el centro exacto, en medio de cuatro grandes robles que allí había. Suscribieron el documento: Evaristo Marín, Pedro Cartes, los sargentos mayores José Marchant y Bonifacio Burgos, los capitanes ayudantes Castro y Ossa, los capitanes Caupolicán Santa Cruz, Alberto Beauchemin, Juan Clímaco Araneda y Telésforo Carrillo, entre otros[1]. Pareciera ser que la alianza burguesía-aparato administrativo-ejército quedaba sellada en este acto fundacional.

La respuesta mapuche no se hará esperar. Serán tiempos turbulentos de enfrentamiento y conflicto en el que el Cautín correrá rojo de sangre. Sin embargo, será otra historia que se relatará en la segunda parte del cuadro mediante el cual se visualizará el mito de la fundación de Temuco.



[1] Oscar Arellano, 1931. Ibíd. P. 85.

Refundemos la ciudad de Temuco.

La historia de la ciudad de Temuco es una analogía de aquel origen traumático de la sociedad chilena, allá por el siglo quince de nuestra era; esto, puesto que como he señalado en ocasiones anteriores, nuestro Chaimahuida nace desde el encuentro de dos culturas que tenían una visión del espacio y de la vida muy diferentes entre sí, en un contexto en que el Estado buscaba aquí anexionar estas tierras para generar un nuevo proyecto que trajera progreso y bienestar. Incluso, la generación de una “tercera raza” laboriosa a partir de elementos chilenos y mapuche.

Es preciso relevar ante las y los lectores de este medio de comunicación lo que la OCDE ha señalado respecto de Chile y que toca a la ciudadanía toda: El que Temuco es la segunda ciudad más desigual de Chile, tan solo superada por Santiago, y a la que suceden Concepción y Chillán. Es decir, si restamos a la capital, somos la capital de las desigualdades al centro de la pobreza y, por qué no decirlo, de la injusticia en el sentido más visible de la palabra. Cabe cuestionarse entonces, ¿Qué ha señalado nuestra primera autoridad comunal al respecto? ¿Cuánto destina el Municipio  frente a esta problemática del presupuesto anual que maneja, cercano a los $58.000 millones de pesos? Creo, existe una nebulosa al respecto.

Existe una obsesión en el mundo político y empresarial por los diez puntos básicos que se han definido en el marco del City Tour que propicia la Municipalidad, y por la Avenida Alemania. Fuera de ello, Temuco es invisible y ajeno. Se vive bien en el Portal de La Frontera, mientras que en Pedro de Valdivia y Santa Rosa existen contadas calles a las que las acompaña el pasto. En los sectores rurales falta el agua, mientras que en Amanecer la ciudad no se conecta con el río. En Pueblo Nuevo es cada vez más notorio el aumento del parque automotriz debido al avance de las inmobiliarias, mientras que en San Antonio faltan las líneas de microbuses.
Pero, por sobre todo, nuestra ciudad es gris y carece de vitalidad. Nos falta arte y música en nuestros barrios, ciclos de cine y talleres de fotografía, poesía pintada en sus murales y jornadas de alfabetización histórica y cívica. Por cierto, fomentar la conexión entre las organizaciones de base de manera horizontal para presionar a nuestras autoridades para que respondan con soluciones efectivas a estas realidades que carcomen ese mito que plantea que la ciudad es perfecta y nada pasa en ella.

La excesiva atención sobre el fútbol como medio de cohesión social desvía la atención sobre las transformaciones profundas que requiere nuestra urbe. Nos falta crear Rutas del Caminante y del Ciclista, consistentes en recuperar las fachadas y las franjas verdes, generar espacios de descanso con paraderos, arbustos, teléfonos públicos y puntos donde separar la basura. Estamos al debe con la habilitación de espacios especiales para adultos mayores y para todas las manifestaciones deportivas que se expresan en nuestro espacio compartido. Necesitamos cambiar la configuración de nuestros espacios públicos combinando las máquinas de ejercicios con otros puntos que generen sociabilidad.

Pero fundamentalmente, también tenemos que organizarnos y ponernos en marcha para batallar por esos cambios. Todas y todos tenemos en nuestras manos el poder de hacerlo; es cosa de coraje, fuerza, energías compartidas y mucha voluntad. El Chaimahuida, este lugar de encuentro, lo requiere. Nosotros lo necesitamos y el futuro lo agradecerá.

La lógica que ha sostenido siempre la ciudad se basa, más que todo, en cambios cosméticos que ocultan las transformaciones espaciales profundas que requiere nuestro Temuco. Por ello, desde la vitrina que entrega este medio de comunicación y apelando a la condición de la ciudadanía entera, independiente del rol que cumpla, lanzo la invitación a vivir un nuevo proceso empujado por nosotros: Refundar nuestra ciudad. Especialmente en los sectores que se han visto más desfavorecidos por este modelo de desarrollo, es tiempo de pasar de la queja a la organización, y de las eternas peticiones al trabajo por nuestro entorno.

Por medio de esta columna hago eco de la invitación que extiende la agrupación Defendamos la Ciudad de Temuco, por medio de su Presidente, Daniel Sandoval, y de quien escribe, su nuevo Vicepresidente. Si no existen los espacios necesarios, es tiempo hoy de crear nuevos que respondan a los ritmos del cambio social. La puerta que podemos abrir de cara al mañana es inmensa y la tarea es noble y ardua en pos del cumplimiento de las utopías que no están tan lejanas. De nosotros depende hacer que Temuco ya no tenga la vergonzosa posición de la segunda ciudad más desigual de Chile.

El Chaimahuida, o más conocido como Agua de Temu, nuestra tierra, hoy desde su toponimia nos invita a hacer carne este término.  Es, creo, un buen punto de partida para encontrarnos como ciudadanía toda y comenzar un nuevo proceso de regeneración de las estructuras existentes y de corrección de las desigualdades territoriales como medio para que todas y todos vivamos en una tierra mejor.


Es tiempo de que juntos refundemos la ciudad de Temuco.