Hubo muchas cosas que antes no te dije, Pedagogía. Preferí ser
dueño de mis silencios que esclavo de mis palabras pues no conocía aquella, tu
palabra en toda su dimensión. Es cierto, fueron acercamientos espurios los que
tuve contigo, pero hoy se hacen grandilocuentes en la hora de los balances
respecto de un ciclo que, como el país, termina.
La vocación por ti nació como el país, en tiempos en que todo
parecía andar bien. Como un embrujo fugaz pero potente, los pequeños capitales
culturales se pusieron al servicio de los demás. Podía ser en las amplias y
redondas mesas de un liceo oxidado, donde trazábamos las primeras líneas del
futuro repasando para la bendita Prueba que definiría los años siguientes. O,
también, en la fría rancha de madera donde el viento se colaba, presuroso,
donde se repasaban los primeros aprendizajes de memoria.
Tras el umbral de la gran Evaluación, el futuro se dibujó claro:
Pedagogía. Esa, tu palabra, puede ser un poncho grande cuando, solo, uno se ve
frente a un curso en el segundo previo a dar la primera palabra de la clase
cuando se intenta guardar silencio. También, te conviertes en un infinito té de
menta refrescante cuando se nota en una mirada que lo que se transmitió se
aprendió.
No es menos cierto que también puedes ser un blanco copo de nieve
sobre la cabeza cuando se debe planificar, o un amargo chocolate cuando se pasa
alguna rabia por el comportamiento. Si bien son las últimas instancias a las
que se llega cuando no se puede resolver un conflicto, también termina por ser
una anécdota en un camino intrincado, como la vida. Porque, como en la
existencia, existen días buenos, pero también agrias sensaciones.
Porque venimos de un Chile desigual. Porque hay uno en que el
proyector está previamente instalado, el sonido estéreo invita a recorrer los
recovecos del pasado, los aromas acogen la enseñanza. Generalmente, los
ladrillos están tan bien ordenados y pintados que se asemejan al más puro de
los castillos de naipes.
Pero hay otro Chile que se esconde detrás de un muro de cemento
lleno de grafitis, donde los rostros se impregnan del color de la tierra húmeda,
donde, por flojera o necesidad, faltan los cuadernos y los lápices, y sobran
las faltas. Donde muchas veces los talentos se desperdician y cuesta más salir
adelante, donde los ciento treinta pesos del autobús se ausentan adrede para
coronar un día complicado.
¿Existen diferencias? Claro que las hay. Pero por mucho que se
distancien los recintos, su gente permite las uniones.
Son sus profesoras y profesores, esos que se gestan a tu alero,
quienes marcan una diferencia sustancial en el aprendizaje y en la adquisición
de habilidades. Porque, si bien es cierto que las Universidades entregan gran
parte de las herramientas necesarias, está en sus mujeres y sus hombres la
construcción de ese Chile donde las brechas se acortan y los abrazos se
difunden. Porque está en sus talentos y su vocación el lazo que, independiente
de si hay lluvia o calor, genera grandes logros. Da lo mismo si hay que ir a
buscar el Data, el alargador y los parlantes, o ya se tienen predispuestos: Son
sus maestras y maestros quienes hacen de ese ambiente un pequeño espacio para
ser mejores.
Son esos líderes quienes se convierten, en el caso de la Historia,
en alienígenas del pasado que vienen por noventa minutos a contar cómo es el
mundo en que el cuerpo era la perfección, o en que Dios se fue de vacaciones
para dejar a sus sacerdotes hablar por Él. O, quizás, a seguir un desembarco
decisivo o a mostrar una Revolución de alcances en los más lejanos rincones de
la tierra. Puede ser que toque mostrar a ese país del grito de “Junta queremos”,
o ese en que crecimos, entre la venta sistemática del país y aquel programa de
televisión donde el duende cambiaba de carril apretando un botón en el teléfono
fijo.
Somos importantes, seremos importantes. Quizás no ahora ni mañana,
sí en el porvenir, en tu regazo. Porque mucho podrán haber memorizado aquellos
que estudiaron ocho semestres alguna carrera que te toca tangencialmente, Pedagogía,
pero jamás podrán igualar nuestras aptitudes. Porque debemos ser celosos en la
defensa presente y futura de los terrenos que en justa lid nos ganamos, porque
sabemos realmente cómo se progresa en el aprendizaje y, en la práctica, cómo se
soluciona un conflicto dentro de la sala de clases y cómo se transforma una
escuela en una comunidad de aprendizaje. Queda mucho por aprender, largo es el
camino.
Porque sea en la investigación, sea conquistando espacios de
poder, sea de directivo o en la enseñanza, aquí se forja la semilla del Chile
que está por venir. En nosotras y nosotros, en los que no importa si el viento
se entromete en el invierno o si habita fuera de los ladrillos, porque lo que
queda al final del día es cómo una montaña con poca agua puede convertirse en
el más fecundo torrente de ideas.
Al final del día, eres como esos cariños ingratos, Pedagogía, porque
puedes encolerizar de rabia o llenar el alma de manera infinita.