Esta semana, por unanimidad, el
profesor Jorge Pinto Rodríguez obtuvo la máxima distinción con la que se puede
reconocer a una persona dedicada al estudio de un área tan importante para el
país: el Premio Nacional de Historia. De él se puede decir mucho: que con su
palabra el tiempo parece no correr, que su propuesta sobre el estudio de las
estructuras sobre las cuales se sustenta el Estado chileno han sido cautivantes
y transformadoras para muchas y muchos, que su preocupación por cada uno es una
característica que se encuentra en él permanentemente.
Sin embargo,
es necesario responder a una pregunta básica: ¿Por qué obtuvo el Premio
Nacional de Historia? Existen, desde un punto de vista muy personal y como
atento observador de su persona, cuatro grandes claves que pueden explicarlo.
En primer
lugar, porque su biografía refleja el Chile del último medio siglo. Tal como lo
señaló en el sentido homenaje que se hizo en la Universidad de la Frontera: un
hombre proveniente de una familia de clase media que espera el reajuste y cree
que la educación es una palanca de ascenso. Estudiante y profesor en tiempos de
vertiginoso cambio, potenció sus habilidades durante su exilio en Inglaterra;
recuperó sus labores docentes en plena dictadura y continuó una carrera de
brillante ascenso en tiempos de una democracia que desencantó a quienes
creyeron que traería esa alegría que, como ciertamente señaló en una de sus
clases, “no llegó”.
En segundo
lugar, por su trayectoria académica. Sus numerosos artículos y conferencias
demuestran un talento único en el cual, de manera secuenciada, ordenada y
lógica, expone un conjunto argumental que encanta a quien lo lee. Si para el
siglo XIX comentará sobre el aprendizaje que tuvo la élite a cargo del Estado
de Chile a partir de las crisis de 1857, 1875 y 1890 (que derivaron en la
Ocupación de la Araucanía, la Guerra del Salitre y la Guerra Civil,
respectivamente); para el siglo XX describirá detalladamente los procesos que
vivió Chile con acertadas perspectivas en las que incorpora tanto el elemento
literario como la violencia como elementos explicativos, solo por nombrar dos
ejemplos.
En tercer
lugar, por su riguroso estudio y dedicación por la historia de la Araucanía. Si
bien más recientemente se ha destacado por sus estudios demográficos, ha sido
valiosísima su preocupación por la situación del norte grande y por el sur del
país, donde han trascurrido gran parte de su vida. Formado en la escuela de la
Historia Social Inglesa, de la que destacan historiadores como John Lynch o
Eric Hobsbawm, ha contribuido al país desde tribunas tales como la Comisión de
Verdad y Nuevo Trato, bajo el gobierno de Ricardo Lagos. Memorable es su
anécdota –que seguramente sintetizará toda esta idea- en la que comenta sobre
los gestos de asombro de quienes escuchaban sus argumentos sobre la construcción
de esta zona del país; daba a entender que era por desconocimiento. Lo
importante era, entonces, transmitir un mensaje claro para la mejor comprensión
de un tema fundamental como el que ahí se conversaba.
Finalmente –y
lo más importante-, por justicia, porque ese premio tenía nombre y apellido
desde hace al menos dos años, cuando debió haberlo ganado.
Vaya este
pequeño homenaje para quien ha sido uno de los más grandes formadores y
transformadores de la visión crítica de muchos que hemos pasado por su aula.
Felicidades,
maestro.
(Para conocer más sobre sus planteamientos, ver el siguiente video: "Historia y memoria: olvidos y recuerdos de huincas y mapuches en la frontera chilena", con la presentación de José Bengoa. Fotografía por Daniela Queupumil, @nela1991 http://www.youtube.com/watch?v=3HGTzhw0fDc).