Ley
de Pesca, Ley Hinzpeter, una conducta opositora caracterizada como “asquerosa
por una Ministra de Estado”. Para quien lea esta columna en algunos años más
sólo cabe decirle de antemano: nos encontramos en un gobierno que, más cercano
a la democracia, parece asemejarse a una dictadura virtual.
Muchos
han intentado calificar la iniciativa que pretende desmovilizar a la población
chilena y sus reivindicaciones sociales –ahora bajo el colchón de la
legislatura- como una nueva “ley maldita”. Nada más cierto. Más que ahondar en
su articulado, es necesario hacer una breve conexión con el contexto actual.
Gabriel
González Videla, a su modo, trató de “jugar al empate” en su gobierno
levantando un monumento al ego propio y a la zona que lo vio nacer, como
tratando de desviar la atención de su mal manejo para con los movimientos
sociales de la época. La Avenida Francisco de Aguirre lo recuerda en cada una
de sus esquinas, y el monumento levantado en una administración similar no hace
más que reforzar la concepción del gran estadista que levanta su mano muy en
alto para guiar a su pueblo hacia el progreso, bajo el alero del modelo
industrializador en declive de los años cincuenta. Con gran parte de la prensa
a su favor, y bajo el disfraz de democracia, consiguió llevar al plano nacional
las tensiones internacionales y proscribir a quienes lo habían apoyado en su
camino a la Presidencia.
Es
cierto, las condiciones internacionales ya no son las mismas y el contexto
claramente no es igual. De hecho, el Estado está en permanente desconstrucción
desde hace casi cuarenta años y el Presidente ya no tiene la necesidad de
proscribir partidos políticos. Hoy el foco está en las nuevas formas de
organización política chilena: los movimientos sociales. Como funcionan al
margen de los partidos –por excelencia, las formas de calmar las tensiones- y
son más difíciles de controlar, hay que buscar una manera de cooptarlos en
favor del Estado. Qué mejor manera de enviar una Ley a un Parlamento
eminentemente partidista y con, a ratos, leve mayoría, para que apruebe una
iniciativa que desmovilice y castigue a la gente bajo el argumento de que
“aportará a la mantención del orden público”.
Dentro
de otros argumentos, vivimos en una dictadura virtual. Es que pregunto: ¿Cuándo
se habían perdido votos de esta manera? ¿Desde cuándo que no se presentaban
iniciativas legales de esta magnitud? ¿Cómo se encuentra la confianza en la
democracia practicada en Chile? ¿Cuándo se había visto una manipulación
comunicacional del país, al punto de magnificar justo en los días de
presentación de estas leyes, enfermedades como la meningitis? Que me perdonen
las sensibilidades políticas, pero pareciera que vivimos dentro de una
dictadura disfrazada de democracia. Hoy más que nunca.
Chile
olvida rápido y eso sí que es ley y tradición. No sé qué dirán las
interpretaciones históricas el día de mañana. Sin embargo, no sería de extrañar
que Sebastián Piñera pase a la posteridad como el gobernante que llevó al país
al desarrollo y nada más, tal como Gabriel González hoy sólo se levanta como el
creador del Plan Serena.
Parece
que no es necesario recordar más. El pasado y el recuerdo negativos dan lo
mismo.
Para complementar esta columna, ver más en la editorial del mismo nombre, en el canal de YouTube:
http://www.youtube.com/watch?v=2n0G2cXPXFM&feature=plcp