Tweet Segui @dini912030 Maleta de Opiniones: La aurora de Chile: relato de la Independencia. II Parte: 1810 - 1814.

16 septiembre, 2011

La aurora de Chile: relato de la Independencia. II Parte: 1810 - 1814.


Segunda parte: el primer sueño. (1810 - 1814).

La mañana del 18 de septiembre de 1810 lo más selecto de la sociedad santiaguina repletó la sala del Cabildo. Se discutía allí la mejor forma de gobierno hasta que volviera el Rey Fernando conciliando las divisiones. Siendo consecuente con ello, Mateo de Toro dijo a la concurrencia “aquí está el bastón, disponed de él y del mando”. Si bien habló también Argomedo, sería José Miguel Infante el que motivaría a la audiencia planteando que “si se ha declarado que los pueblos de la América forman parte de la monarquía, si se han establecido Juntas provinciales, ¿No debemos hacerlo también nosotros?” Casi nadie se le opuso.

¡Junta queremos!, gritó la audiencia de pie. Infante leyó la propuesta de gobierno: Mateo de Toro como Presidente, José Martínez de Aldunate como Vicepresidente (intereses del poder real y la Iglesia), Fernando Márquez, Juan Martínez de Rozas e Ignacio de la Carrera como vocales (intereses de los europeos juntistas, los aristócratas de Concepción y los de Santiago). Se escogió también a Francisco Javier Reina (que odiaba la idea de la Junta) y Juan Enrique Rosales (jefe de los ochocientos, del clan realista y antijuntista de los aristócratas Larraín). La Junta logró conseguir el establecimiento de relaciones con la Junta de Buenos Aires, libre comercio con el mundo, reorganizar el Ejército ante un eventual avance napoleónico a América y la convocatoria a un Congreso Nacional.

Podían ser elegidos los mayores de 25 años que tuvieran buena opinión y fama y acreditada prudencia, ocupando 42 escaños. Santiago reclamó como es habitual por su baja representación a lo que la Junta aumentó de 6 a 11 sus asientos. En ellos estarían las tres tendencias: los patriotas (27,5%), los realistas (42,5%) y los que no pertenecían a ningún bando (30%). Ese Congreso asumió el día 4 de julio de 1811.

Las Cortes de Cádiz (asamblea constituyente hasta el retorno de Fernando a la Corona) mandaron buscar representantes. Charles Fleming, militar inglés enviado del Perú para el efecto los mandó buscar pero, al no existirlos, se envió al diputado Bernardo O’Higgins para explicar la situación. Tan buena fue su acción que se retiró solo con un “muchas gracias”.

Hasta el 4 de septiembre de 1811 el Congreso no avanzó mucho en leyes porque se insultaban de un lado a otro sin logros concretos. Ante ello el militar José Miguel Carrera (que había tomado contacto con su familia y urdido algunas conspiraciones) dio un golpe militar ese día para elevar la causa revolucionaria. En nombre del pueblo y con el Ejército impidiendo el paso de los diputados dio un golpe que buscaba cambiar la composición del Congreso. Con eso se ganó el odio de la Iglesia y la aristocracia más conservadora.

Se instauró una Junta compuesta por Juan Enrique Rosales, Juan Martínez de Rozas y Gaspar Marín (de la Junta de 1810), Martín Calvo y Juan Mackenna. De mayoría patriota (50%), tramitó leyes fundamentales como la de Libertad de Vientre, a supresión de la contribución a las iglesias, una Ley de Cementerios (Bernardo O’Higgins) y la creación de la Provincia de Coquimbo. Sin embargo, Carrera dio un nuevo golpe instalándose como Presidente de un triunvirato (¿Buscaba subir en el poder?), mandatando junto a Gaspar Marín (único sobreviviente de la Junta de 1810) y Bernardo O’Higgins (conocido independentista pero algo más moderado). Sería provisional pues el 2 de diciembre apuntó los cañones hacia el Congreso disolviéndolo obligando a todos a renunciar. Para él la voluntad popular no estaba allí.

Su mandato se caracterizó por firmar el Reglamento Constitucional de 1812 (fidelidad al rey pero dictaminando a su vez que ningún extranjero pudiera entrometerse en los asuntos nacionales), símbolos patrios para fortalecer la identidad nacional, establecimiento de relaciones con Estados Unidos y fundación de la Biblioteca y el Instituto Nacional. Con medidas como éstas, aunque excelentes en pos de la independencia, se estaba sintiendo “representante único de la voluntad popular” pareciéndose mucho a Napoleón. Sin embargo dos sombras se le oponían: el desconocimiento de Concepción a su mandato que lo dejó al borde de la guerra civil y la Logia Lautaro.

Para la Corona, Chile ya había sobrepasado todos los límites, enviando una expedición al mando de Antonio Pareja. Los patriotas fueron masacrados en Yerbas Buenas pero victoriosos en San Carlos. Carrera decidió sitiarlos en Chillán esperando la rendición coincidiendo con uno de los inviernos más fríos de la década. Algo deslegitimado por esta inútil acción casi pierde en El Roble pero Bernardo O’Higgins logra dar vuelta la situación.

Gabino Gaínza fue enviado por la Corona para dar un nuevo golpe, siendo vencido en El Quilo y Membrillar pero vencedor en Cancha Rayada. Nuevamente los patriotas perdían. Luego de que Gaínza perdiera en Quechereguas parlamentó con O’Higgins en Lircay. Acordaron que los patriotas reconocían al Rey Fernando pero los realistas reconocían al gobierno chileno y retiraban las tropas. A pesar de que O’Higgins insistió en que era para ganar tiempo los Carrera respondieron furiosos organizando a las tropas en Santiago. El primero ordenó a las tropas del sur y se enfrentaron en Tres Acequias.

Mientras estaban combatiendo y O’Higgins perdía éste se enteró que una nueva expedición al mando de Mariano Osorio entraba por Talcahuano reconociendo a Carrera como General en Jefe dejando a un lado las diferencias. En Rancagua se quedaron Juan José Carrera y Bernardo O’Higgins atrincherándose en la plaza; más al norte se quedó José Miguel Carrera. Cuando llegaron los realistas cortaron el agua y prendieron fuego a la ciudad O’Higgins mandó a pedir ayuda. Carrera se la negó haciéndose el desentendido (me aventuro a decir que era para que muriera), ordenando a los que allí se encontraban y rompiendo el cerco realista.

Las alarmas se encendieron en Santiago. Muchos escaparon a los sectores rurales y huyeron a Mendoza. Los que lo hicieron fueron acompañados de militares como Juan Gregorio de Las Heras, Remón Freire y Juan Mackenna. José de San Martín, Gobernador de Cuyo, los recibió cansados y desmoralizados tras un viaje por senderos fríos, difíciles y estrechos al punto que en algunos sólo cabía una mula. A pesar de haber salvado la vida venían con la pena profunda de la derrota y la secreta esperanza de volver.

Continuaremos con La Aurora de Chile: relato de la Independencia mañana en su tercera parte: “El deseo de volver (1814 -1817)”.

No hay comentarios: