Por la fila del Correo de Temuco han pasado
todos quienes forman parte de algún sector social de La Araucanía. Por igual,
han enviado cartas los descendientes de colonos, los mapuche que residen en
sectores rurales y los más tuiteros, los mestizos y los turistas, los de las
grandes empresas y los del negocio de barrio, los de ingresos altos y quienes
tienen a su familia en la cárcel. La semana trascurría normal hasta que el
incendio de Vilcún nos remeció la agenda.
Chilenas, chilenos, este incendio no es
casual ni coyuntural. Es producto de una larga historia que intentaré resumir
en breves líneas.
A juicio del profesor y actual Premio Nacional
de Historia, Jorge Pinto, el Estado nacional se propuso “cerrar el círculo de su propia creación”; no obstante, aún se
mantiene abierta una herida que ha impedido concretar el discurso de unidad
nacional que impulsó nuestra clase dirigente en el siglo XIX. La frontera entre
la modernidad y el atraso se encuentra en la modernidad y el progreso, quien se
sume tiene asegurado un puesto en la escena nacional. En palabras de Leonardo
León, la violencia mestiza y la automarginación mapuche complotaron contra los
anhelos de unidad, lo que los excluyó automáticamente.
El error de las autoridades chilenas de la época,
entonces, fue dirigir su fuerza militar contra los mapuche, que por siglos
demostraron su voluntad de pactar acuerdos, siendo los mestizos quienes no
cedieron sus espacios de autonomía y libertad. Todo ello derivó en la situación
de conflicto y violencia post-ocupación. A partir de 1900, mientras que brotaba
a borbotones la violencia, a nivel oficial todo hacía pensar que la ocupación
había traído prosperidad y progreso. Según Rodrigo Andreucci, la mayoría de las
propuestas de ocupación adolecieron de errores comunes –y que se repiten hasta
el presente-: Ignorancia generalizada sobre los problemas de la zona,
incomprensión de la idiosincrasia mapuche y falta de información sobe el espacio
físico.
Sin ir más lejos, mientras en 1881 se
comentaba a las autoridades de Santiago que Temuco estaba pacificado y que crecía
floreciente, la situación era diametralmente opuesta: Los días 27 de febrero, 9
y 10 de marzo y 9 de noviembre se demostró que la población originaria defendería
lo suyo hasta ofrendar su vida. Coronando una larga historia de expoliación, el
Cautín corrió rojo de sangre dejando una cifra cercana a los dos mil muertos. Se
cuenta, por ejemplo, que en el silencio de la noche se oía fuerte la fusión del
ruido del caminar de los caballos con el pisoteo de los cráneos de los mapuche
muertos en batalla.
Cincuenta años después, Óscar Arellano comentaba
que el araucano virtualmente vencido, sumiso y manso “no podía ya, buenamente sentirse con ánimo de rebelión, a menos que se
le exasperara con injusticia y arbitrariedades”. Una visión que mantenían
los extranjeros como Gustave Verniory, quien en febrero de 1896 comentaba que
vio frente una ruca “a un indio pegándole
a una mujer fuertes bastonazos. Como le reprocho su crueldad, me responde
tranquilamente, sin cesar de darle golpes: “Feika mapuche kewai kure” (“Es así
como los mapuches corrigen a sus mujeres)”. Rodolfo Lenz escribía ese mismo
año que ““Han aceptado la lengua i los
pantalones del español i con estos solos dos hechos se han convertido en huasos
chilenos”.
Lo anterior es parte de la acción de la
alianza Estado-oligarquía-ejército sobre los mapuche. La ocupación no fue solo
militar, también lo fue en lo político, económico, simbólico, cultural, social,
familiar e íntimo. Es decir, desde lo
territorial hasta lo sexual.
Los colonos hicieron otro tanto. La familia
Luchsinger es descendiente de aquellos colonos que huyeron de sus países de
origen por la difícil situación económica en que se encontraban y que llegaron
a las nuevas tierras como héroes pioneros. Su comportamiento no era el más
ejemplar, a juzgar por las palabras del columnista José Jesús Sepúlveda en El Cautín del 28 de enero de 1888. Comenta
que “se quieren dar el instinto de
creerse señores feudales en (sus) pedazos de terreno, por como tratan a los
campesinos: ya amarrándoles un buey, ya cerrándoles las sendas por dónde sacan
carbón, madera y hasta por dónde sacan las cosechas”. Por más que se le
reclama a la autoridad, ésta hace oídos sordos, y cuando se da una solución
siempre es favorable a los extranjeros. Es más, si hacemos un cálculo moderado
aproximado en donde $1100 actuales equivalen a $1 de 1881, probablemente compraron tierras a
precios que fluctúan entre los $3850 y $62.700 por hectárea. Todo un negocio.
Todos han fracasado en esta historia: Los
gobiernos de la Concertación por reducir todo a tierras y becas y porque bajo
su administración se asesinó impunemente; personeros de la Alianza por llamar
constantemente al Estado de Sitio; la multigremial y Emilio Taladriz por su
actitud de confrontación y progreso ciego; Carabineros de Chile por los
allanamientos cruentos que hace a las comunidades y la violación abierta a los
Derechos Humanos cuando amenaza y detiene sin contrapeso legal –subiendo niños
a helicópteros bajo amenaza de lanzarlos al vacío si no “confiesan”; el
Gobierno por ponerse únicamente del lado empresarial.
Si pasa por Ercilla o Collipulli podrá ver
los pinos eucaliptos a la entrada de las casas, un verdadero campo de batalla
para Carabineros y, de noche, una carretera sin nada de iluminación o
seguridad. No hace falta declarar Estado de Sitio pues la actual dictadura
virtual se expresa en todo su esplendor.
Chilenas, chilenos: Hay gente a la cual le
conviene que la situación de La Araucanía se mantenga así pues el valor del
suelo baja, la mano de obra es más barata, se consolida el eterno poder de la
gente de siempre, se deja a los mapuche casi sin tribuna para responder y se
depositan aquí todos los estigmas que permiten a los gobiernos decir que “se
frena la violencia”. Chequeen la información que ven en televisión por lo menos
dos veces, discutan sobre el tema, aporten con soluciones. Pero, por sobre
todo, inviten ustedes mismos a todos los involucrados a generar una gran Mesa
de Diálogo regional para buscar una solución propia a este conflicto de más de ciento
cincuenta años. Paremos la violencia física, simbólica y discursiva de una
buena vez. Cultivémonos en la democracia que harto que le costó a las
generaciones anteriores ganarla.
Solo así toda la gente podrá hacer la fila
del Correo sin esos estigmas que nos carga la violencia y la inseguridad. Y,
como respondió Pedro Cayuqueo a Sergio Villalobos, dejaremos de ser un relato
muchas veces inverosímil “de lo que
fuimos para proyectar juntos un futuro posible” para ser una comunidad de
hermanos y hermanas, de peñi y lamngen que se dan la mano e intentan superar
ese trauma que nos dejó la llegada del Estado de Chile hace ya muchos años atrás.
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