Prólogo
Si el Padre de la
Patria estuviera vivo hoy día junto a nosotros, ¿qué nos pediría, qué batallas
libraría, qué causa congregaría sus esfuerzos y sus energías? En suma, si
Bernardo O’Higgins viviera ¿qué esperaría de quienes somos hoy día sus
sucesores en esta bendita patria llamada Chile?
Sebastián
Piñera (1)
Sebastián
Piñera ha dado, como pocas veces en su carrera política desde que asumió la
Presidencia, en el clavo con las interrogantes que puso sobre la mesa. No
porque los emplazamientos que hace a la nación sean correctos sino porque estos
temas forman parte de un mito construido durante generaciones con una finalidad
concreta: domesticar los más fervorosos impulsos transformadores y someterlos
al dominio de la Patria chilena.
El
año 2011, con el afán de dar a conocer los principales hitos del proceso independentista
-más como una sucesión de hechos que como una crítica-, se lanzó un ciclo de
columnas titulado “La Aurora de Chile, relato de la Independencia”, que contó
en cinco capítulos el devenir de acontecimientos que dieron como resultado la
derrota de la Corona española en los actuales territorios chilenos (2).
Este
año, no obstante, y en especial atención al momento histórico que corre en
Chile, es preciso revisar algunos de los códigos que pueden explicar la
celebración de las fiestas patrias y la construcción de un Chile mítico que hoy
se asimila naturalmente por gran parte de la población.
Un origen traumático.
Todo
parte mal en la construcción de nuestras repúblicas americanas.
Tradicionalmente, cuando se transmite el mito del acto fundacional de Chile por
medio de su “descubrimiento” se presupone la inexistencia de población en estas
tierras. Es así como se intenta subordinar a nuestros pueblos originarios al
relato del español heroico que, en busca de constantes aventuras, se embarca en
la búsqueda de la civilización. Tal es el caso de un relato que no ha cambiado
en demasía, lo que se demuestra en este pequeño extracto de un libro de
instrucción general de Carabineros del año 1964, que reseña: “Valdivia era generoso, desprendido,
valiente, justo y estaba ávido de conquista. Con su fortuna personal, que era
considerable en el Perú, reunió (…) los elementos suficientes y emprendió
viaje” (3).
¿Por
qué la referencia? Porque es en el acto fundacional de Chile donde se concentra
toda nuestra historia, lo que se verá reflejado en el relato de la
Independencia y de la construcción del país. De un lado, un grupo de personas
venidas “de lejos” que emprenden sus diatribas en contra de personas que por siglos
habitaban sus territorios; del otro lado, quienes tienen modos de vida y
costumbres propios y que no poseen las mismas concepciones de los que tienen
una mirada utilitaria de los nuevos lugares. La lucha entre “unos” y “otros”
será permanente dentro de un pequeño círculo
de historiadores que la revitalizará como medio para defender una gesta heroica
que rompió con un pasado que “oprimía” a Chile.
La Independencia: relato de unos pocos.
Este
mito que vislumbra al período colonial como nefasto y a la Independencia como
la luz que empuja al carro del progreso es sólo una de las interpretaciones que
se le han dado a este proceso. Existen otras, como la de Hernán Ramírez
Necochea, que la explica desde la tesis que pone de manifiesto a un
empresariado criollo que se opone a las medidas económicas de la Corona (4), o
la de Mario Góngora, que plantea un reencuentro con la raíz hispánica de Chile
(5).
No
obstante, la que caló más hondo fue la
versión liberal, dada entre un pequeño círculo de intelectuales de esta
tendencia en la capital del país. No es difícil reconstruir esta versión de los
hechos: marcado descontento en las colonias, espíritu de crítica dado por la
Ilustración, prisión de Fernando VIII, mala administración del gobernador
García Carrasco, sólo por nombrar algunos elementos (6).
¿Cuál
es la diferencia entonces? ¿Por qué caló más hondo esta versión y no las otras?
Por una razón más sencilla de lo que parece.
En
el proceso de construcción del Estado se echa mano al elemento histórico porque
es el que genera mayores grados de identidad y al que se puede recurrir muchas
veces en tanto se utilice bien. Ahí se encuentran los héroes que dieron la vida
por una causa, allá están los mártires que perecieron en la búsqueda de un
elemento común, por el otro lado están quienes pensaron una gran casa para
albergarnos a todos. En el pasado están las personas que son modelos a seguir y
hechos que permiten confrontar a un grupo “oprimido” contra otro “de gran
poder” al que hay que vencer (7).
Esta
interpretación, liderada por los historiadores liberales –que veían en la
historia un camino ascendente que llevaría al hombre a la libertad- calzaba
perfecto con las ambiciones de los grupos de poder de construir un Estado que
permitiera dejar contentos a comerciantes, mineros y empresarios por igual y
generar identidad en los sectores populares, que más que andar peleando por
causas ajenas luchaban por sobrevivir en un medio hostil (8).
Sólo
un dato para sustentar este argumento: en Chile se cantaba más la canción
nacional argentina que la chilena. ¿Por qué?: por la sencilla razón de que la
presencia del elemento trasandino fue tan fuerte en los primeros años tras la
Independencia que muchos terminaron identificándose más con esa canción que con
el complicado himno chileno, además de su fácil memorización (9). Esto da
cuenta de un Estado que no tenía altos grados de identidad en los estratos
bajos, lo que se suma a su poca participación en la gesta independentista.
La
corriente histórica denominada positivismo elaboró dos grandes aportes a la
Historia que, a su vez, fueron tremendamente dañinos: la obsesión por
documentarlo todo (que hable a través de las fuentes) y la concepción de que la
historia es una concepción lineal de hechos y acontecimientos que había que
fijar con precisión a través de la cronología (9). El tiempo histórico se
dirige, a su vez, desde un principio hasta un fin, a semejanza de un encuentro
final con Dios (10).
Los
hermanos Amunátegui, Vicuña Mackenna, Barros Arana y Encina, quizás, son los
grandes culpables de que muchos vean aún a un Chile que se reencontrará en un
día no lejano con el Señor. Sólo es cosa de cambiar el reencuentro por la
Independencia y Dios por la libertad. Si quitamos ambos elementos no tenemos
más que un mito al que se ha echado mano durante casi dos siglos para distraer
a la gente de las cosas realmente importantes.
Referencias.
(1) Saludo de S.E. el Presidente
de la República, Sebastián Piñera, en conmemoración del 234º aniversario del
natalicio del Libertador General Bernardo O’Higgins. Tomado de http://www.prensapresidencia.cl/discurso.aspx?codigo=7899, recuperado el 17 de
septiembre de 2011.
(2) Para más detalle,
revisar las columnas en El Boyaldía y
Maleta de Opiniones, en los siguientes
enlaces: parte 1, “los primeros inicios” (1808-1810); parte 2 (1810-1814), “el
primer sueño”; parte 3, “el firme deseo de volver” (1814-1817); parte 4,
(1817-1823) “la primera piedra de Chile”; y parte 5, “la batalla final: Chiloé”
(1823-1826).
(3) Vieyra, L. (1964). Instrucción general. S.I. P. 274.
(4) Ramírez, H. (2007) Obras escogidas. Vol. I. Santiago: LOM.
(5) Góngora, M. (1981). Ensayo sobre la noción de Estado en Chile.
Siglos XIX y XX. Santiago: UNIVERSITARIA. Cabe dejar de manifiesto su
abierta simpatía con el franquismo español.
(6) Vieyra, L. (1964).
(7) Cid, G., San
Francisco, A. (Editores). (2010). Nación
y nacionalismo en Chile. Siglo XIX. Vol. 1. Santiago: CENTRO DE ESTUDIOS
BICENTENARIO.
(8) Cid, G., San
Francisco, A. (Editores). (2010). Nación
y nacionalismo en Chile. Siglo XIX. Vol. 2. Santiago: CENTRO DE ESTUDIOS
BICENTENARIO.
(9) Comes, P., Trepat, C.
(1998). El tiempo y el espacio en la
didáctica de las ciencias sociales. Barcelona: GRAO. Pp. 35-36.
(10)
Comes,
P., Trepat, C. (1998). Ibíd. P. 24.
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