Tweet Segui @dini912030 Maleta de Opiniones: agosto 2013

23 agosto, 2013

El día que la INICIA nos rajó.

“Prueba inicia rajó a un montón de profesores recién egresados”. Así de claro parece dejarlo Las Últimas Noticias en un fragmento de su portada del viernes 23 de agosto de 2013, al referirse a esta controvertida evaluación de profesores recién egresados que busca “identificar los conocimientos pedagógicos y disciplinarios alcanzados por los egresados de las carreras de pedagogía, con el propósito de entregar información sobre la calidad de la formación inicial recibida” (evaluacioninicia.cl). El objetivo final es evidenciar todo lo que se debe saber, lo que se debe hacer en la sala de clases, y las actitudes profesionales a desarrollar.

Fueron 1.443 hombres y mujeres que se sometieron voluntariamente a esta evaluación diagnóstica, de un universo total de 10.351. Aplicada los días 26 y 27 de abril de 2013, consiste en una batería de tres pruebas: Conocimientos Disciplinarios, Conocimientos Pedagógicos y Habilidades de Comunicación Escrita. Las dos primeras no tienen antecedentes previos y no son comparables, caso inverso el que ocurre con la última. En el caso del área de Historia y Ciencias Sociales los resultados son demoledores: 4 de cada 10 no sabe lo que enseña, 3 de cada 10 no tiene los conocimientos mínimos del quehacer pedagógico, 4 de cada 10 no maneja los niveles mínimos de habilidades de comunicación escrita.

Las reacciones no se hicieron esperar. La Ministra de Educación, Carolina Schmidt, declaró que “gran parte de los profesores recién egresados no sabe lo que debe enseñar (su disciplina respectiva) ni tampoco de qué manera enseñarla” (lanacion.cl); agregando según consigna Las Últimas Noticias, “no es una prueba muestral, no refleja la realidad de cada institución, pero sí refleja una realidad del país”. Por su parte, “Educación 2020” enfatiza en las posibles consecuencias de esta medición que, a primeras luces, reflejaría que “la mala calidad de la atención, puede generar efectos nocivos, tales como un apego inseguro, problemas socio emocionales y una disminución en el coeficiente promedio de desarrollo” (publimetro.cl). Críticas a las que se sumó el ex Ministro de Educación José Joaquín Brunner, quien menciona el rol de las Universidades aludiendo en una entrevista a CNN Chile del 22 de agosto, que sería un error que las Universidades empezaran a defenderse y dijeran (…) los estándares no están bien preparados”.

No se perdió oportunidad de presionar al Congreso Nacional para que se apruebe la Ley de Carrera Docente, donde se proponen cinco metas: Aumentar las horas de planificación en una proporción de 70/30, elevar el sueldo de los profesores en los sistemas municipal y subvencionado, elevar las remuneraciones de entrada para los recién egresados (considerando PSU y rendimiento en la prueba INICIA), elevar las exigencias mínimas para estudiar pedagogía para trabajar en el sector subvencionado, y hacer la INICIA obligatoria para los egresados.

Ya mencionados estos antecedentes, es preciso señalar algunos cuestionamientos propios a esta evaluación diagnóstica y elaborar un análisis genérico del actual panorama. Me referiré específicamente en algunos elementos al caso de Historia y Ciencias Sociales.

LUN tiene razón: Sin un análisis de su trasfondo y repercusiones, efectivamente nos rajaron. Si bien esta prueba tiene un objetivo claro, posee una comisión de teóricos del más alto nivel que ha ejecutado un proceso de testeo permanente de sus preguntas, elaborando parámetros que responden a la proyección del pensamiento político portaliano sobre la pedagogía. Consolidan elementos generales, nacionales y centralistas en los estándares que se evalúan, bajo el liderazgo del CPEIP, la Pontificia Universidad Católica y la Universidad de Chile. Es menester cuestionarse: ¿Es casualidad que los mejores resultados los obtenga esta casa de estudios? ¿Es casualidad la correlación entre el puntaje de la PSU y la evaluación Inicia?

Metodológicamente, dos de tres evaluaciones no son comparables, elemento que es reconocido por la propia Ministra de Educación. Por cierto, este elemento es poco enfatizado por los medios de comunicación masiva que, en el afán por competir por la noticia, omiten en muchos casos a las universidades que les fue mejor o los detalles que pueden marcar la diferencia en el minuto del análisis. Finalmente, mediáticamente quedamos como malos profesores que no saben lo que enseñan, no saben qué hacer en la sala de clases y no saben escribir bien o redactar aceptablemente. “La educación está mala”, es el fúnebre corolario. Ni hablar del diagnóstico que realizan Educación 2020 y José Joaquín Brunner: Las Universidades no pueden apelar y la prueba debe definir todo nuestro futuro.

La hipótesis parece ser que todo está bien en el instrumento de evaluación, los centros de estudio fueron avisados con antelación y debieron prepararse sin reparar en las particularidades, siendo los evaluados quienes tienen toda la culpa. Y como es característico de la dictadura virtual de Sebastián Piñera, la idea es presionar al Parlamento sin analizar el articulado de una Ley que no cuenta con el consenso de todos los actores involucrados en educación y que a la hora de los pagos demora ilimitadamente. El objetivo es claro: Preparar a las y los “mejores” (entendidos como los que cumplen con un perfil profesional estándar sin enfatizar la diversidad de caracteres en muchos casos) para trabajar en colegios subvencionados por sobre los municipales y así consolidar la privatización de este derecho social básico.

Un número no puede determinar totalmente el futuro de una profesión delicadísima en la formación de una persona ni servir de instrumento mediático para dejar a un Ministerio como el héroe que, sólo con el beneplácito de los más cercanos y leales, pretende tener “la panacea”. No se trata de una oposición acérrima sin fundamento a una evaluación que es necesaria (es más, quisiera consignar que me someteré a futuro de manera voluntaria), la crítica pasa por generar instrumentos diagnósticos congruentes con la diversidad de contextos y realidades locales y asegurar una preparación adecuada como profesionales.


Los desafíos son grandes, el tiempo es escaso. Ya es hora de romper una proyección más del centralismo portaliano y elaborar políticas públicas auténticamente democráticas, participativas y congruentes con las realidades regionales. Es una manera efectiva de romper ese mito del país perfecto en un Chile “desarrollado”. 

10 agosto, 2013

11 de septiembre (Primera parte).

Ya han pasado casi cuatro décadas desde aquella fecha, cargada por algunos eventos que han marcado un quiebre en nuestro pasado nacional. El 11 de septiembre de 1541, el Ñidol Longko Michimalonko quemó la recién fundada ciudad de Santiago, fecha en la que en 1924 también se produjo un golpe militar que puso fin a la Constitución de 1833.

Sin embargo, es el inicio de una larga noche que se llevó a miles de cuerpos por un sendero de dolor y muerte.

Por ello, y como un pequeño aporte al gran debate nacional sobre el golpe militar que hace cuatro décadas cambió Chile para siempre, quisiera entregar algunos elementos para el análisis.

Aquel 11 de septiembre se inicia en Chile un proyecto que aún nos tiene amarrado al siglo XX, y que podemos denominar “Neoliberal”. Posee tres características básicas: Implantación del neoliberalismo, de la mano de un alto costo social, democracia "tutelada", o limitaciones al avance en derechos sociales, políticos, económicos y culturales, y la reducción del papel del Estado hasta lo más mínimo.

Sin embargo, ello tiene algunas causas estructurales. Desde este punto de vista, aquel martes 11 de septiembre es la cristalización de una crisis económica que tiene tres bases. Profundicemos un poco más en este punto.

En primer lugar, el colapso del modelo de Industralización por Sustitución de Importaciones (ISI), pues el comercio internacional se reactiva luego de la Segunda Guerra Mundial. Por ende, desde la óptica de la empresa privada, el Estado no tenía la necesidad de seguir supliendo su rol.

En segundo término, hubo problemas de gestión en los sectores nacionalizados y reformados por el Gobierno de Salvador Allende, dado que tras este proceso hubo una fuga de expertos y técnicos del país, falta de repuestos y presiones sobre la fuerza laboral. Si sumamos lo anterior a las huelgas a partir de 1972, esto se refleja en que el Estado no recibió las cantidades suficientes de dinero que esperaba respecto de las ganancias del cobre.

Finalmente, encontramos dificultades en la agricultura, puesto que no se repartieron las cantidades esperadas de tierra a los campesinos, en el marco del proceso de Reforma Agraria. A pesar de los esfuerzos de la CORA, muchos no se adaptaron al nuevo régimen de trabajo en cooperativas y continuaron laborando por un salario.

Es así como, en parte, podemos explicar la crisis de 1973 desde lo estructural. Muchas y muchos repararán en los hechos del mes que corre entre agosto y septiembre de aquel año; nunca está de más elevar la mirada hacia los procesos que nos llevaron hacia aquella situación de quiebre profundo.


Aquel “nunca más” prometido hace años debe ser real. Y uno de los pasos para su consecución es la intrincada y a veces oscura labor de analizar los procesos que nos llevan a las crisis. Porque la causa de nuestros problemas como sociedad es, en gran parte, una cuestión de memorias y olvidos.