Ya han
pasado casi cuatro décadas desde aquella fecha, cargada por algunos eventos que
han marcado un quiebre en nuestro pasado nacional. El 11 de septiembre de 1541,
el Ñidol Longko Michimalonko quemó la recién fundada ciudad de Santiago, fecha
en la que en 1924 también se produjo un golpe militar que puso fin a la
Constitución de 1833.
Sin embargo, es el inicio de una larga noche
que se llevó a miles de cuerpos por un sendero de dolor y muerte.
Por ello, y como un pequeño aporte al gran
debate nacional sobre el golpe militar que hace cuatro décadas cambió Chile
para siempre, quisiera entregar algunos elementos para el análisis.
Aquel 11 de septiembre se inicia en Chile un
proyecto que aún nos tiene amarrado al siglo XX, y que podemos denominar
“Neoliberal”. Posee tres características básicas: Implantación del neoliberalismo, de la mano de un alto costo
social, democracia "tutelada",
o limitaciones al avance en derechos sociales, políticos, económicos y
culturales, y la reducción del papel del
Estado hasta lo más mínimo.
Sin embargo, ello tiene algunas causas
estructurales. Desde este punto de vista, aquel martes 11 de septiembre es la
cristalización de una crisis económica que tiene tres bases. Profundicemos un
poco más en este punto.
En primer lugar, el colapso del modelo de Industralización por Sustitución de Importaciones
(ISI), pues el comercio internacional se reactiva luego de la Segunda
Guerra Mundial. Por ende, desde la óptica de la empresa privada, el Estado no
tenía la necesidad de seguir supliendo su rol.
En segundo término, hubo problemas de gestión en los sectores nacionalizados y reformados por el
Gobierno de Salvador Allende, dado que tras este proceso hubo una fuga de
expertos y técnicos del país, falta de repuestos y presiones sobre la fuerza
laboral. Si sumamos lo anterior a las huelgas a partir de 1972, esto se refleja
en que el Estado no recibió las cantidades suficientes de dinero que esperaba respecto
de las ganancias del cobre.
Finalmente, encontramos dificultades en la agricultura, puesto que no se repartieron las
cantidades esperadas de tierra a los campesinos, en el marco del proceso de
Reforma Agraria. A pesar de los esfuerzos de la CORA, muchos no se adaptaron al
nuevo régimen de trabajo en cooperativas y continuaron laborando por un
salario.
Es así como, en parte, podemos explicar la
crisis de 1973 desde lo estructural. Muchas y muchos repararán en los hechos
del mes que corre entre agosto y septiembre de aquel año; nunca está de más
elevar la mirada hacia los procesos que nos llevaron hacia aquella situación de
quiebre profundo.
Aquel “nunca más” prometido hace años debe
ser real. Y uno de los pasos para su consecución es la intrincada y a veces
oscura labor de analizar los procesos que nos llevan a las crisis. Porque la
causa de nuestros problemas como sociedad es, en gran parte, una cuestión de
memorias y olvidos.
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