En
La Araucanía –o como se le llamaba antes, la Frontera - era costumbre decir que
“andaba el león”. No había que salir muy lejos porque podía atacar, había que
cuidarse de él porque podía comerse los animales, había que tener cuidado en
los caminos por si salía. Simbolizaba el temor hacia lo desconocido, el peligro
que podía existir si es que se salía “más allá”. Se podía hacer lo de todos los
días, pero siempre había que tener cuidado con el “león”.
Hoy
sucede algo parecido con un nuevo “león”. Hay causas que provienen de antaño y que
explican que ya no se le tenga miedo al “león”, sino que a los que “andan
quemando fundos”. Siempre es bueno echarle una revisada a algunas de las
páginas más negras del Estado de Chile en la época de su consolidación y
expansión territorial.
Chile
tiene una élite floja, no porque se me ocurra sino porque basta revisar un poco
nuestra historia. Nuestro país ha tenido siempre dos caminos: fortalecer sus
ámbitos productivos y mejorarlos para alcanzar niveles de progreso más altos y
alcanzar la independencia económica, o continuar con el modelo dependiente de
las potencias extranjeras y acumular territorios para la extracción de materias
primas. Siempre se escogió el segundo.
Bengoa
lo dijo en su Haciendas y campesinos:
fuimos la octava economía del mundo hace más o menos un siglo y aquí vivieron
las fortunas más grandes del mundo en su tiempo. Pero, tal como hoy, una clase
dirigente inmóvil, empresarios felices con la nueva dependencia de China, un país
inmensamente desigual.
Siempre
se miró a estas tierras como un recurso más para hacer más rica a la oligarquía
nacional. A los habitantes originarios se les corrió a punta de pistola, para
los trabajadores no cabía más que un par de chauchas para el trago y las
prostitutas, para los “desheredados de la Frontera” -como diría Eduardo Pino-,
morder el polvo de un Chile que se mostraba progresista, pujante y
desarrollista.
Es
la versión oficial que siempre se quiere tapar porque molesta, punza, duele a
quienes continuaron en el poder. Los descendientes no tienen la culpa de
quienes, de una manera u otra, construyeron esta región mediante la imposición
y la fuerza. Sin embargo, hay algunas tareas claras que quedaron pendientes.
El
Estado de Chile debe pedir perdón principalmente a los mapuche que no se les
reconocieron ni la mitad de sus tierras, dejando como legales sólo las de las
comunidades y no las de pastoreo, como se puede deducir de Bengoa y del mapa de
Nicanor Boloña de 1916, que contiene cifras aún ocultas sobre el proceso; tanto
por los atropellos cometidos como por su abandono posterior. Con las
inalcanzables becas, con el asistencialismo permanente, con el uso de palabras
como “etnia” y “beca” no se soluciona nada.
Las
cosas como son: las becas no se las dan a todos y se le dice “pueblo” mapuche
como tal. El resto es retórica oficialista.
Asimismo,
a los colonos que lo dejaron todo en sus tierras de origen por encontrar un
mejor futuro y encontraron sólo fracasos, porque en el pasado se les engañó
rotundamente, y a los chilenos que una vez que se asentaron aquí no se les
reconoció el legítimo derecho de “primer ocupante”. No se puede responder por
los errores del pasado, pero como administrador actual de la institución, sea
quien sea, se puede reconocer que acciones como las que se cometieron no pueden
volver a ocurrir. Como parafraseó el Presidente Piñera, “no se humilla quien
pide por Chile”. Más si es perdón.
Pedidas
las disculpas, se debe hacer una mesa de diálogo sin una fecha clara de
término, para escuchar todas las voces y no sólo las que convienen para dejar
contentos a los funcionarios del gobierno de turno, con el fin de elaborar un
plan de acción conjunto que frene de manera estructural y de una buena vez un
conflicto que ya va para el siglo de existencia. No puede ser que una persona
llame a armarse por televisión, por más desesperada que sea una situación.
Claro
está que necesitamos una autoridad firme y decidida, pero no a defender a los
de siempre –y que siempre piden “mano dura”-, sino que, a la par que se
continúa con los planes de diversificación productiva actuales y políticas que
vayan en directo beneficio de la superación de la pobreza en que viven las
comunidades, sea meta proyectar a la Región en dos o tres décadas más por sobre
la extracción forestal. Los pinos están desecando a la Frontera, tal cual.
Es
tiempo de cerrar los libros de historia de siempre y apagar la televisión un
instante, porque está contaminándolo todo con una sola versión.
Hoy
es tiempo de que los que aparecen siempre en las noticias prestando
declaraciones desde el Gobierno, quienes llaman a armarse y quienes abogan por
traer más milicias a la zona, como antaño, callen para dar paso a una solución
integral.
Hoy
es tiempo de que quienes propician la militarización de comunidades y que
muestran a mapuche amarrados como en los tiempos de la Ocupación más cruda, den
un paso al costado.
Hoy
es tiempo de que los ataques a los fundos también cesen, porque si se quiere
una solución de la mano de todos no se puede atacar al adversario por más odio
–justificado o no- que se tenga.
Hoy
es tiempo de que todos expongan sus experiencias y que la Región en su
conjunto, desde aquí –y no mandado desde
la capital-, busque una solución definitiva, con todos y no con quienes “soban
el lomo” a la autoridad.
Hoy
es tiempo de llevar la solución a la Frontera y dejar de temerle al nuevo
“león”.
1 comentario:
Sería bueno lograr dialogar con el "león". Sería bueno que el "león" se sintiera a gusto y colaborara a construir un mejor país.
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