Nuestra
ciudad no siempre fue esa urbe pujante con obsesión progresista que hoy
conocemos. Antaño, en un pretérito perdido y casi olvidado, fue un oscuro y
antihigiénico caserío que albergaba más conflictos que momentos de paz. Para
quien no compartiera los criterios de la élite temuquense para dirigir la
ciudad, la labor fiscalizadora era en extremo difícil.
Esta semana
quisiera traer a la memoria a uno de esos héroes olvidados de Temuco, al
profesor Celedonio Romero. En un mes como éste pero de 1887, en un galpón
improvisado, echó a andar la primera Escuela de Hombres de Temuco en precarias
condiciones. La descripción que hace al Intendente Alejandro Gorostiaga
pidiendo recursos para su funcionamiento dice más de algo:
“la
escuela se encuentra en muy mal estado, tanto las piezas que sirven de
habitación de preceptor, como el salón destinado a clases, tal es su estado que
se hace inevitable” a causa del desabrigo; durante los días de hielo o
tempestad no se puede funcionar. (…) el menaje de la escuela; se compone
solamente de cuatro bancos escritorios nuevos y los restantes están sin uso,
por el mal estado que se encuentran; por falta de estos útiles, me he visto a
suspender la clase de escritura”.
De hecho,
los 107 estudiantes del profesor Romero estudiaban en una única sala de clases que
tenía 15 metros de largo por 5 de ancho y 4 de alto, donde no se encontraban
elementos de trabajo o abrigo adecuado. Esto, por consiguiente, causaba
prontamente la enfermedad de numerosos estudiantes y del preceptor.
¿Y la
autoridad? Hacía oídos sordos a las reclamaciones de los profesores que tapaban
con peticiones al Intendente Gorostiaga, que pasaban por pedir “libros de lectura 1ero, 2do y 3ero; gramáticas aritméticas, geografías,
catecismos, un mapa grande de Chile, un mapamundi y uno de América. Papel,
tinta, plumas, pizarras portátiles, lápiz y tiza” por ejemplo, según consta
en las crónicas de Óscar Arellano, hacia 1931.
Un año
alcanzó a durar el esfuerzo del profesor Romero, tras el informe de la Comisión
Examinadora de Escuelas liderada por Eduardo Gerlach. En el documento, se
señalaba que de los 154 estudiantes matriculados solo asistían 50, y que de
éstos sólo rindieron examen 40. Además, quedaba constancia de que la única sala
de clase de la escuela no tenía suelo ni piso, y las paredes eran de tabla
malamente ajustadas. Al mando de José Jesús Sepúlveda, entró en funciones en
1887 el Liceo de la Alta Frontera, provisional hasta la creación del Liceo de
Hombres que mandaría a edificar José Manuel Balmaceda, un año después.
El profesor
Celedonio Romero es de aquellos personajes olvidados que hoy no tienen ninguna
calle o plaza que los recuerde, a pesar de su notable aporte para el desarrollo
educacional de nuestra ciudad. Nos recuerda a esos profesores que lo entregan
todo por sus estudiantes, nos empuja a trabajar siempre con la esperanza que
otro puede aprender, nos motiva a hacer nuestra labor con verdadera vocación.
Pero, como no tuvo un apellido ostentoso o grandes cantidades de dinero, no se
le recuerda como corresponde.
¿No sería
hora de homenajearlo con alguna calle o plaza? ¿No sería hora de relevar su
nombre? Dejo la inquietud en manos de las y los lectores, y de nuestro Concejo
Municipal.
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