A Ana Karen,
con quien compartí la alegría de desenterrar los mitos de la historia de
Temuco.
Aunque como Tumuntu Ko existía desde tiempos
pretéritos, como Fuerte Recabarren -conocido por todos como Temuco-, nació el
jueves 24 de febrero de 1881 por la mañana, ya hace poco más de 132 años. Fue
un parto tormentoso y turbulento, en plena Ocupación de la Araucanía, cuando
Recabarren, Schmidt y Poisson llegaron al Chaimahuida, entre la Junta de Cerros
y la Puerta al Cielo (Ñielol y Conunhuenu). Ahí, cuando le dijeron a Coñuepán,
Paillal y Painevilo que sería el último Fuerte.
En la obsesión por convertir a Temuco en una
ciudad turística, de servicios y negocios, nos hemos olvidado como comunidad de
los hechos positivos y negativos que han contribuido a que nuestra ciudad posea
este presente. Por ejemplo, de la reducción política, militar, simbólica,
cultural, material y hasta sexual que sufrió el pueblo mapuche tras la
instalación del Estado en estas tierras. También, de la sangrienta labor de
Hernán Trizano al mando de los Carabineros de la Frontera ajusticiando a los
bandoleros en la Quebrada de los Peumos –actual condominio Valle de la
Araucanía, a un costado del Regimiento-. O quizás, de la difícil labor del
periodista José Santos Sepúlveda, del profesor Celedonio Romero y del editor de
un periódico similar a éste, Francisco de Paula Rivas, asesinado por encargo
debido a motivos políticos.
Son 132 años que van más allá de la labor de
los pioneros que huyeron de sus países por las circunstancias de su tiempo y
que fueron recibidos como héroes: Son décadas de esfuerzos individuales y
colectivos de todos por igual que han hecho grande, para nosotros, a esta
ciudad. Colonos y profesores, prostitutas y militares, comerciantes y policías
son los que han permitido este presente. No las líneas de su historia oficial
-que, por cierto, ha sido escrita solo por dos personas-, que, por cierto, es
necesario actualizar.
Vamos hacia el siglo y medio y pareciera ser
que nuestro espacio común se ha transformado mucho. Error: Han sido
transformaciones superficiales. Falta desconcentrar las celebraciones de
aniversario del foco principal de atención y poner la vista en las poblaciones
y los barrios, en recuperar la identidad mapuche y observar el río como
principal eje conector. En, al menos, llamar la atención sobre la influencia
negativa de la Cámara Chilena de la Construcción en el crecimiento desmedido de
la urbe y la creación de obras públicas que nos llamen al reencuentro. Porque
es tiempo de convertir a Temuco en el Chaimahuida, en un verdadero lugar de
encuentro.
Llamo la atención hacia nuestra Municipalidad
y a su Concejo Municipal en plano sobre la necesidad de combinar la instalación
descontextualizada de máquinas de ejercicios con talleres de capacitación,
música y diferentes expresiones artísticas en nuestras poblaciones. A Temuco le
falta vida, color, música, letras y fotografía. Hay que romper con el mito que
somos una ciudad “fome”.
Asimismo, es preciso comenzar a pensar en los
desafíos futuros: En la incertidumbre sobre el futuro de Internet y su
aseguramiento para todas y todos a nivel urbano, en el alza de las temperaturas,
en la falta de agua, en el aumento del parque automotriz y ciclístico, en la
influencia de la globalización, en la falta de suelo construible, en mayores
vías de conexión, en el aumento de los residuos domiciliarios, en la necesidad
creciente de energías renovables, en el aumento del número de estudiantes en
los distintos niveles de enseñanza, en la habilitación de mayores y mejores
espacios de recreación y turismo, en el aumento de la contaminación del aire y
el agua, en la creciente población de adultos mayores. Estos son algunos
problemas a los que es necesario adelantarse con políticas que miren al siglo y
medio, al 2031. Aún tenemos tiempo para hacer más de algo, es preciso y
trascendente confluir.
Más que prósperos, felices 132 años a todas y
todos quienes hacen grande a nuestra ciudad, y a cada una y cada uno de quienes
tomaron este periódico y se dieron el tiempo de leer esta columna. Sin dejar la
vista en el pasado y en las necesidades del presente, comencemos a pensar el
futuro de nuestra tierra compartida más allá de los fuegos artificiales.
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