Mientras que
el Estado representaba el avance en orden, patria y paz, el bandidaje aparecerá
como una respuesta que reflejaba la dispersión y la falta de control de las
autoridades, un discurso alternativo y que cristalizaba la violencia que
persistía, casi desde la fundación, en nuestra localidad. Este sector llegó por
la atracción que produjo por el nuevo centro de riqueza, teniendo la impunidad
más absoluta producto de la falta de control y contingente de la nueva Policía
y del Ejército.
Esta
sensación de inseguridad generó algunas voces de alerta que derivaron en la
decisión de llamar a Hernán Trizano para que resguardara este orden que a veces
se escapaba de las manos.
Este
personaje, a veces dotado de características mesiánicas, debió enfrentarse a
individuos “acostumbrados a todas las
artimañas de la montonera, militarmente muy superiores a las policías
improvisadas, a las que no temían en absoluto y, por el contrario, las buscaban
para desafiarlas y mofarse de ellas”, según consigna Jorge Lara en su Trizano, el Búfalo Bill chileno.
De
hecho, como dirá Eduardo Pino en 1969, los policías “se quejaban a las autoridades por el abandono en que se encontraban,
y especialmente por la falta de cabalgaduras cuya ausencia les llevaba al
oprobio de tener que soportar diariamente los insultos de cuatreros, que
magníficamente montados, llegaban hasta las mismas puertas del cuartel en Padre
Las Casas para injuriarlos y huir cuando las cosas se ponían difíciles”.
Es menester transmitir la
descripción de un hecho que relata Jorge Lara y que refleja el clima de tensión
constante que se vivía en esta parte del país, el “crimen del pozón”. Era 1902.
Una noche, en el sector de Fundo Maipo, un grupo de bandoleros buscó refugio en
la casa de unas inquilinas; tras ello, asaltaron la casa, encontrando allí a
dos mujeres de 14 y 16 años. Las violaron y amarraron, arrojándolas
posteriormente a las aguas del Cautín. No conformes con esto, dieron muerte a
un bebé a cachazos de revólver. Una niña
pequeña, según se comenta, logró escapar y correr a la casa de Trizano para
avisar del hecho.
Acompañado de cinco hombres, Trizano
salió en la persecución de los bandoleros, quienes balanceaban los cuerpos de
los dueños de casa. La persecución se dio en medio de la oscuridad, con un
capitán de Gendarmería que luchaba contra la corriente para que no se le
humedecieran las balas, y una tropa de facinerosos que no hacía más que huir.
Tras una larga carrera, logra atraparlo.
“Ambos, estaban ahora frente a frente y en
iguales condiciones. El bandido quiso disparar, pero Trizano desapareció un
momento debajo de las aguas y emergió un segundo después, en la espalda del
maleante. La respiración de ambos se podía oír fácilmente desde la orilla. El
bandido no era hombre que pudiera ser dominado fácilmente, y a su vez, Trizano
no dejaría escaparse de sus manos una presa como la que tenía a su alcance”.
Esta batalla culmina con un fuerte
golpe en la sien que le proporciona Trizano al bandido. Luego después, “las aguas se abrieron y como una boca
inmensa, tragaron lentamente el cuerpo ya sin vida del feroz asesino”.
Cinco de los seis asaltantes fueron detenidos y conducidos por las calles de
Temuco, custodiados para evitar el linchamiento. Este crimen del pozón tendría
su final cuando “el público siempre ávido
de emociones fuertes, pudo presenciar cómo dos cuerpos caían acribillados por
las balas de la justicia vengadora”.
El caso presentado, lejos de pretender
relevar los méritos de Hernán Trizano, deja entrever distintos aspectos que
conforman este orden. En primer lugar, se visualiza la debilidad que tienen las
fuerzas de policía para enfrentar el bandidaje rural, que supera en armas y
hombres al aparato coercitivo del Estado. Los delincuentes, amparados en un
paisaje que favorecía sus acciones, cometían ese tipo de acciones dado el clima
de inseguridad que se producía en la zona. Esta batalla viene a reflejar la
lucha entre el aparato estatal por imponer un nuevo proyecto de sociedad, y la
adaptación que hace una parte de los sectores populares a las nuevas dinámicas
sociales y económicas.
Como si de una lucha cuerpo a cuerpo
se tratara, finalmente vence el proyecto que refleja Trizano. La figura
simbólica de los asaltantes ajusticiados por la policía pareciera vislumbrar
una suerte de aniquilación de todas las subversiones que aquí se puedan
encontrar, llevadas al extremo en este caso.
Aquí se
refleja el error que cometieron las autoridades chilenas en la ocupación de
este espacio, pues como comentará Leonardo León, “se equivocaron al dirigir su fuerza militar contra los mapuches, que
por siglos habían demostrado su voluntad de pactar acuerdos de gobernabilidad”,
lo que generaría el costo social que pagaron los residentes de este espacio local
después de 1881. De hecho, tanto la auto marginación de este pueblo originario
como la violencia mestiza atentaron contra el proyecto integracionista y
homogeneizador de la élite.
El orden,
que se ha intentado desde siempre conseguir a partir del enfrentamiento y la
violencia, parece todavía no tener respuesta. Aún no tenemos un proyecto
integracionista, integral e inclusivo y, por más que estemos a mil dólares del
desarrollo, aun parece que continuáramos en aquella batalla sin un desenlace
claro.
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