Según los
autores tradicionales en lo que a historia de la ciudad se refiere (Óscar
Arellano y Eduardo Pino), encontramos un relato común alimentado por uno de los
mitos de nuestra ciudad, y profundizado en la investigación Los mitos de la historia de Temuco: El
de la Fundación.
Pasó un
jueves por la mañana, en términos de como nosotros manejamos el tiempo, el 24
de febrero de 1881. Eran 336 carretas que a juicio de Óscar Arellano, mostraban
“la retirada araucana que abandonaba sus
campos dejando sus rucas en llamas y sus cultivos arrasados”, como
evidenciando que los mapuche querían adrede huir despavoridos tras el avance
del ejército pacificador. No obstante, esto contrasta con la postura de autores
como Felipe Portales, quien argumenta que las rucas eran incendiadas, se
mataban y capturaban a mujeres y niños y se arreaban los animales. Independiente de lo anterior, los hechos
señalan que el Ministro radical Manuel Recabarren se dirigió a avisar su
llegada al lonko Venancio Coñoepán el día 23, quien según el relato defendido
por Pino y Arellano fue recibido con un estrecho apretón de manos.
Al día
siguiente, los involucrados se reunieron para fundar el “Fuerte Recabarren”: el
Ministro del Interior Manuel Recabarren, el General Gregorio Urrutia, el
secretario Pedro Beltrán Mathieu, Matías Rioseco, Intendente del cuerpo
Expedicionario, el cirujano Pedro Barrios, primer médico de la ciudad, los
coroneles Pedro Cartes y Evaristo Marín, quien comandó originalmente el recinto
militar, y los ingenieros Teodoro Schmidt y Eugenio Poison. Estos cosmocrátores
o padres fundadores fueron los que compusieron este cuadro inicial.
Dirá
Arellano en 1931, a cincuenta años de lo ocurrido, que el paisaje era “una bonita y pintoresca situación, al frente
de una estensa (sic) y exuberante montaña. Se presentaba al norte una hermosa y
fértil llanura, donde remataba la cordillera del Ñielol y frente a los cerros
sagrados de Conún-Huenu. Al este corría majestuosamente, el Cautín, y al
sur-oeste el estero Pichicautín. Era un bosque de robles seculares, y la vega
del río estaba cubierta de la más hermosa selva virgen”.
En el claro
de bosque conocido como Huapi, conferenciaron Coñoepán, Francisco Paillal y
Painevilo, quienes recelaron el establecimiento del Fuerte, pues significaba la
pérdida de sus terrenos y la sumisión a leyes que ignoraban. El Ministro
replicaría que Temuco sería el último enclave que se fundaría, y que su
establecimiento era conveniente para cortar el paso a las tribus arribanas,
enemigas de ambos. Los lonkos Lienán y Hueterucán, dueños de los territorios
ocupados, fueron los únicos que resistieron el acuerdo, dejando pendiente la
conciliación.
Esa labor
pacificadora vendría acompañada de una feroz demostración de fuerza. Ese mismo
jueves, las tropas hicieron ejercicios de entrenamiento, y se hicieron
funcionar las ametralladoras en dirección al Ñielol. Los mapuche, según relata
Óscar Arellano “miraban estupefactos la
demostración, mientras se les advertía, intencionadamente, que esas eran las
armas que habían vencido al Perú”. Querer consolidar el asentamiento se
tradujo en los trabajos del día siguiente tras el cercamiento de un recinto de
cien metros cuadrados, guarnecido con 350 militares al mando del teniente
coronel Pedro Cartes, convirtiéndose en la primera autoridad de Temuco. Tras
ver las labores realizadas, el Ministro Recabarren se retiró a Santiago a
informar de lo bien que avanzaban las labores de ocupación.
El mito
cuenta que puesta en una botella dentro de un tarro con sus sellos
correspondientes se encuentra el acta de fundación del Fuerte, ubicada en el
centro exacto, en medio de cuatro grandes robles que allí había. Suscribieron
el documento: Evaristo Marín, Pedro Cartes, los sargentos mayores José Marchant
y Bonifacio Burgos, los capitanes ayudantes Castro y Ossa, los capitanes
Caupolicán Santa Cruz, Alberto Beauchemin, Juan Clímaco Araneda y Telésforo
Carrillo, entre otros[1].
Pareciera ser que la alianza burguesía-aparato administrativo-ejército quedaba
sellada en este acto fundacional.
La respuesta
mapuche no se hará esperar. Serán tiempos turbulentos de enfrentamiento y
conflicto en el que el Cautín correrá rojo de sangre. Sin embargo, será otra
historia que se relatará en la segunda parte del cuadro mediante el cual se
visualizará el mito de la fundación de Temuco.
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