Hace algunas semanas atrás hemos puesto en
evidencia algunos de los aspectos involucrados dentro de los primeros días de
aquel parto traumático, semejante al que gesta el nacimiento de nuestro país,
pero en esta tierra donde parece repetirse el predominio de la injusticia, la
sangre y la muerte. La alianza Estado-burguesía-Ejército sigue haciendo su
avance sobre la milenaria cultura mapuche, quien se ve reducida en distintos
ámbitos.
Es 1881 y las relaciones de conflicto son la
tónica en esta, nuestra tierra. En este escenario prosiguió la instalación y
defensa del sitio que, poco a poco, se convirtió en un destacado caserío.
Defendido por unos quinientos soldados, alrededor del Fuerte Recabarren se
establecieron las tropas, sus mujeres y los paisanos o civiles que habían
venido en el convoy, así como la numerosa caballada. Las primeras construcciones
que se pueden ver en este paisaje fueron simples ranchos de paja con quinchas
de colihue.
Los trabajos de instalación prosiguieron con
premura antes del inicio de las lluvias. Se construyeron también, “borriquetes”
o armazones de maderos acondicionados para colocar trozos de árboles sobre
ellos. Con corvina o serrucho, dos hombres cortaban la madera necesaria que se
convertirían en tablas para mejorar las instalaciones. Al mismo tiempo, los
hacheros talaban los robles en los puntos cercanos y labraban la madera gruesa.
Las palizadas de los costados norte, sur y este de los fosos fueron
reemplazadas por cercos de tabla. Se construyen mediaguas de tablas sin cepillar,
y una cuadra para la tropa. Según relata Óscar Arellano en 1931, alrededor de
la plaza del regimiento se instalaron las familias de los milicianos y se
improvisaron las casas de tabla de los comerciantes que buscaban el amparo de
las tropas.
Ese invierno fue especialmente crudo, pues
hubo vientos huracanados que se sumaron a la alimentación deficiente de los
habitantes del sitio. Se cuenta que los mapuche hacían filas fuera del
Regimiento para buscar un mísero plato de comida, semejante a la ración que
recibía la soldadesca residente en el recinto militar. La pobreza era la tónica
de aquellos días, donde era común pasar fríos extremos o padecer enfermedades
sin cura.
Temuco sería el centro oficial para concertar
los acuerdos de paz sobre la ocupación del valle de Imperial, cerrando el paso
a las tribus abajinas, y de centro organizador para los últimos avances sobre
la Frontera. Sin embargo, en los primeros dos años de vida no tuvo otra
importancia que la de una avanzada fortificada. Alrededor del Fuerte, las
autoridades militares entregaban sitios de manera provisoria como
reconocimiento por las acciones realizadas y generando los primeros síntomas de
la segregación total, entre quienes forman la primigenia planta urbana y los
que son excluidos de manera geográfica, económica y social. Esa planta urbana de
1881 estuvo conformada por las 8 manzanas de los cuatro costados y esquinas del
campo de ejercicios, incluyendo en ellas al cuartel.
Con estos actos es que se conformará la base
de la expansión geográfica y el asentamiento definitivo de las nuevas
instituciones que querrán gobernar sobre la ciudad. Sin embargo, esa violencia
no cesará y será entonces cuando aquellas primeras autoridades intentarán
afianzar el orden en “la tierra”, como la denominará Arturo Leiva. Será el
segundo mito, el del orden, que será comentado en las semanas sucesivas.
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