Atrás quedaron los años en que el gobierno de Eduardo Frei Montalva podía enorgullecerse de los altos niveles de participación y sindicalización que los trabajadores del país poseían. La sindicalización obrera (que se aprobaba casi en conjunto con la ley de Reforma Agraria) era furor (comparada con otros períodos) y generaba formas de asociación inéditas como los centros de madres, las juntas de vecinos y otros que hoy consideramos como normales.
¿Dónde quedaron, pues, esos días? Puede ser por la influencia que tuvo la dictadura militar o quizás por esa democracia que cada vez quedó más encerrada en las cúpulas políticas, que la participación en cualquier instancia de asociación y participación es cada vez menor. Actualmente, incluso, se promulgó una ley al respecto pero nada, las cosas siguen igual.
Hoy es el turno de hacer un mea culpa como sociedad y ciudadanos.
Cuando Rousseau hace muchísimos años planteó la idea del “contrato social”, es decir, aquel pacto que hacemos con nuestros gobernantes (que convirtió a Luis XVI tras la Revolución Francesa como Luis, por la Constitución del Estado rey de los franceses), señaló en pocas palabras que los hombres entregábamos nuestra soberanía (la capacidad de elegir y ser elegidos con igualdad de condiciones con respecto a los demás países) a quienes mandatan el país.
Es así como en los procesos eleccionarios democráticos entregamos el poder de tomar decisiones a las autoridades que se presentan a ellos. Sin embargo todos en más de una ocasión, unos más que otros, nos descuidamos del proceso. Es decir, pasadas las elecciones ellos mandan y nosotros volvemos a nuestras vidas.
Pero, ¿Alguien revisó el programa del candidato o se fijó que éste, por algún medio, lo expusiera de forma clara? ¿Alguien se fijó que sus familiares no se dejaran seducir por los regalos que pudiera traer el candidato (como lentes o bolsos de feria) cuando anduviera de gira? ¿Alguien revisó cuál era la trayectoria del candidato y si tenía consecuencia con sus actos, ideas y propuestas?
Pueden parecer datos anexos pero en tiempos de desconfianza es necesario revisar en todos los candidatos lo que va más allá del nombre en la papeleta y los afiches propagandísticos. Porque si sale elegido será la consolidación de su camino legitimado por nosotros y nadie más que nosotros. Es decir, le estamos firmando un cheque en blanco para que administre nuestro poder como quiera. Sí, está limitado por la ley y debe responsabilidad a su “pueblo”, pero es nuestro poder y eso es lo que interesa al final de todo.
El gran mal de la ciudadanía en general incluso en los tiempos de mayor confianza (digamos, después del plebiscito) fue confiar absoluta y desmedidamente en nuestras autoridades nos cayeran bien o no, aspecto que es completamente negativo en un sistema democrático. No hay que confundir la confianza en las instituciones con la que se tiene en las personas: éstas manejan hombres y mujeres que, insisto, son legitimados en sus cargos por nosotros.
Por eso, aunque la culpa pueda ser absolutamente de quienes están en el poder, hay que hacer un mea culpa de nuestra responsabilidad en lo que hoy está pasando. Reconozcamos humildemente que por pecar demasiado de confiados actualmente ya no creemos, como sociedad, en nada.
Por eso, cuando buscamos los responsables, son tan valoradas las personas que manejan bien el poder que les hemos dado y han hecho cosas positivas por la gente, por todos.
Pero como una vez escuché muy sabiamente también hemos llegado a una situación que no es motivo de orgullo para nadie: cualquiera que no esté mal evaluado puede ser Presidente de la República. Por eso cuidan tanto a ese par de ministros que evita que el actual gobierno siga cayendo en picada.
Es de esperar que, sin llegar al odio extremo sigamos participando como siempre pero con la necesaria desconfianza del que presta dinero a un amigo esperando su devolución. Por eso Juan Segura vivió muchos años.
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