En la columna anterior he planteado que nos encontramos ante una crisis de civilización que se cuestiona las bases de la sociedad. Sin embargo, en el debate previo en diversas plataformas la principal tendencia es que, como sociedad, nos encontramos buscando las respuestas a las eternas inquietudes y mostrando el rechazo ante un modelo injusto y segregador.
En esta oportunidad continuaré recorriendo algunos de los recovecos de nuestra sociedad para intentar encontrar algunas de las múltiples causas de que tan poca gente participe en diversas instancias de asociación, consulta y opinión. Siempre con la meta, insisto, de conseguir que el 10% de la población nacional según el censo y el 5% de la población con acceso a internet sean la base de canales de participación efectivos y duraderos en el tiempo.
Hoy es el turno de ver cuál es la culpa de los partidos políticos.
Desde que Chile es Chile como República nos hemos organizado en torno a un bipolarismo que, aunque se ha dividido en algunas épocas, se ha mantenido en el tiempo adaptándose a las circunstancias históricas, sociales o económicas. Como ha sido tradición en nuestra historia han seguido, en su origen, el patrón de la Revolución Francesa: las élites se arrogan la voluntad popular para plantear sus ideas y, con el concurso de las masas, se consolidan. Son honrosas excepciones en Chile las que no se han desligado de su alianza con la ciudadanía en general.
Este bipolarismo se ha traducido en que nos encontremos con la oposición entre patriotas y realistas, liberales y conservadores o alessandristas e ibañistas. Ello responde a que los grupos más grandes que sobreviven a costa de los grupos de opinión intermedios intenten acapararlos y absorberlos; lo que hace que éstos quieran escindirse. A la fuerza o por voluntad han podido diversificar la oferta de partidos políticos en Chile.
La política partidista nace con la intromisión explícita de la aristocracia santiaguina tras la Independencia. Durante el siglo XIX los que quisieron entrar lo tuvieron que hacer mediante coyunturas históricas tan fuertes como las revoluciones (de distintas facciones de la misma clase), para en 1891 volver a contar con un predominio absoluto de las clases más acomodadas del país.
Esta inoperancia que duraría hasta 1924 se caracteriza por el inmovilismo, los pocos avances sociales, el alto malestar social, la aprobación de leyes en beneficio de personas como nosotros a la fuerza (con la intervención del ejército hacia el final), los constantes movimientos sociales que terminan en el asesinato impune y las calles rojas de sangre, entre otros tremendos males.
Esta época, conocida como “parlamentarismo” se parece mucho a lo que vivimos hoy: la política partidista es un círculo cerrado en el que se toman decisiones a espaldas de la gente pero siempre “en su nombre”. En este período, cabe destacar, quien inició un camino de apertura a las masas que consolidaría Alessandri fue la Federación Obrera de Chile, más tarde conocida como Partido Comunista.
El cénit estaría en la Constitución de 1925 que fue aprobada con 125 mil votos para una población de 3 millones de personas, es decir, un fiasco. Más encima con gente “representativa de todas las tendencias” nombrada a dedo, en un período de inestabilidad (es decir, contra el tiempo) con el cargo de Presidente Constitucional y de la Junta de Gobierno (de militares).
Hacer una historia de los partidos políticos hasta 1990 (fecha que, desde mi perspectiva, culmina el siglo XX chileno) sería larguísimo. Sin embargo hay dos características que sobresalen: el hecho de que pocos partidos se han fundado en torno a un personaje (salvo el Agrario Laborista con Ibáñez) y que las masas populares entraron, a partir de 1960, de lleno en la política. La polarización existente hacia 1973 es muestra del alto compromiso de la gente con su tendencia de opinión y, aunque es un ejemplo llevado al extremo, da cuenta de la alta participación de cada chileno y chilena en la “Res Pública”.
Los defensores del sistema binominal lo defienden aduciendo que protege el funcionamiento de la política de los grupos pequeños que pueden desequilibrar el orden establecido. Que me disculpen, pero más se parece a querer imponer un bipartidismo en un ordenamiento multipartidista. Ya pasó la época en que los partidos por sí solos eran fuertes. Hoy necesitan hacer alianzas porque la gente se les está yendo en un éxodo masivo hacia formas menos cerradas y donde sí se les escuche.
Si se formó tanto partido político en el último tiempo, si cada vez tienen menos gente, si cada vez son más rechazados como clase, si cada vez la gente se siente menos representada es porque estamos volviendo un siglo atrás, es decir, la política partidista se está volviendo una casta cerrada que no quiere dejar entrar a nadie. Y nadie quiere entrar tampoco porque, ¿Para qué vamos a ir si no nos van a escuchar?
Por eso el movimiento estudiantil ha enseñado una valiosa lección dando, muchas veces, un portazo en la cara a todos “ellos”: preferimos volver a asociaciones que, aunque no tengas mucho poder, son mucho más nuestras que un grupo de personas que ni siquiera se da el tiempo para escucharnos.
Es decir, de ustedes es el poder, para eso el sistema político nos ordena que se los demos, de ustedes debe nacer la solución y no esperar que alguien “de afuera” les venga a dar la receta.
¿No les gustó tener poder? Bueno, ahí lo tienen. Busquen como seducirnos y enamorarnos para volver a creer. La pega, entonces, es suya
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