Tweet Segui @dini912030 Maleta de Opiniones: octubre 2011

31 octubre, 2011

La alianza que lo entorpece todo.

Anteriormente se analizó de forma muy breve la nueva crisis moral que atraviesa la república chilena como causa de la baja participación de las personas en diversas instancias de asociación y consulta de políticas públicas. Hoy corresponde el turno a analizar a la alianza fatal que nos tiene en esta situación.

A todas las causas anteriores podemos sumar la segregación política de algunos grupos de los círculos de poder capaces de tomar decisiones importantes; las imposiciones culturales de algunos grupos hacia otros.

Porque uno de los atentados más grandes a la democracia ha sido que unos pocos líderes de opinión aplasten a otros marginándolos porque no cumplen con ciertas normas basadas en preceptos religiosos o sociales. Intentando manejar a la opinión pública y con base, por cierto, en el poder eclesiástico, se han discriminado a grupos que no necesariamente son minoría numérica con el fin de rescatar y resaltar lo que “está correcto”.

Independiente de la creencia que usted tenga, ¿Se puede negar el inmenso poder cultural que tienen, por ejemplo, las iglesias en nuestro país? Y si le hacemos alianzas con quienes detentan poderío económico nos encontramos con una fuerza casi incontrarrestable. Durante el siglo XIX se les hizo más fácil manejar el Estado y construirlo a su manera; pero, durante el siglo XX las masas se les vinieron encima.

Política, dinero y religión han hecho una alianza implícita que se ha manifestado en la construcción de nuestra institucionalidad. Este tejido, finalmente, es el que ha bloqueado cientos de acuerdos que benefician a las grandes masas o han permitido generar las grandes transformaciones que necesita el Estado.

Las crisis son los momentos en los que los grupos de poder denotan la forma que tienen de resolverlas, ya sea por acuerdos o por el uso de la fuerza. Apliquemos esto, por ejemplo, al conflicto estudiantil: la alianza política-dinero-religión se conjuga para evitar la concreción de que el Estado (principal garante para que todos juguemos en las mismas condiciones) se haga cargo de este sistema basado en la gratuidad y el acceso universal bajo la premisa que restará libertad a quienes consideran normal la situación actual.

La primera materialización: los medios de comunicación que guían a la opinión pública (que no tiene acceso a la diversidad de información que entrega internet) a que piense que, por poco, sustentaremos la educación de los más ricos.

La segunda materialización: la Constitución, ese acuerdo elaborado por Jaime Guzmán que elaboró (claro, en conjunto con otros de su misma especie) el texto más conservador en un siglo y medio, en el cual se prohibieron cuantos obstáculos había a la materialización de algunos anhelos sociales. Léala un ratito y después busque el resumen de la Constitución de 1925; sorpréndase con las diferencias.

Es ley que cuando los ciudadanos comunes y corrientes se unen para romper ese tejido (como es lógico, liderados por una élite intelectual) son rechazados por todos los medios que ponen a su disposición. Siempre pasa porque no son capaces de dialogar haciéndose un flaco favor y evitar derramamientos de sangre o mártires innecesarios cuando se saben hacer las cosas.

Independiente de lo anterior, la culpa del sistema político también recae en que no existe en muchos personajes de la clase política la separación entre sus intereses y la verdadera representación de los ciudadanos que lo escogieron. Es decir, en el papel la Iglesia y el Estado se habrán separado; mas en la realidad muchas veces siguen juntos.

El día que la unión política- dinero-religión deje de operar en las mentes de quienes detentan poder vamos a poder conversar tranquilamente. No se trata de derribar el Estado ni de cambiarlo todo mediante una revolución universal sangrienta en la que terminemos todos muertos o en cárceles, sino que es hacer la justa petición de hacer funcionar el sistema como fue ideado: para que todos sus hijos tuvieran las mismas oportunidades de progresar sin necesariamente explotar al otro. Porque la diferencia está cuando unos cuantos se aprovechan de todos los demás.

Cuando dejen participar a la gente de forma limpia y transparente, sin influencias ni grupos de poder de por medio, ese día las cosas van a andar mejor y los grupos de poder tendrán su anhelada paz social para poder seguir progresando.

Y ahí recién los indignados que tanto les molestan dejarán de indignarse.

30 octubre, 2011

La nueva crisis moral

“Maleta de Opiniones” se encuentra en un nuevo ciclo de columnas intentando encontrar las causas de la baja participación de los chilenos. Se ha abordado desde una perspectiva filosófica, revisando la culpa de los partidos políticos y de nosotros mismos en este lío, abordando también la breve descripción de un modelo dependiente de un puñado de familias que lo controlan todo.

Hoy es el turno de detenernos en esta nueva “crisis moral de la República” que desmotiva a muchos a involucrarse en asuntos que sólo “le competen” a la clase política.

Porque, como alguien decía hace un siglo, “me parece que no somos felices; se nota un malestar que no es de cierta clase de personas ni de ciertas regiones del país, sino de todo el país y de la generalidad de los que lo habitan”. Porque tenemos, por ejemplo, un tremendo gasto asegurado en defensa pero, “¿Tendremos también mayor seguridad; tranquilidad nacional, ideas más exactas y costumbres más regulares, ideales más perfectos y aspiraciones más nobles, mejores servicios, más población y más riqueza y mayor bienestar? En una palabra, ¿progresamos?” (1).

Al Chile de 1910, o mejor digamos, sus clases más altas, se les imagina como derrochadoras y ostentadoras de la fortuna que tenían, trayendo los últimos adelantos en moda e inventos al último rincón del mundo. Lo que mejor puede ilustrar esta situación es la forma en la que vivía Temuco en esa época: una ciudad que tenía mucha población rural con los mapuche como invitados a los festejos del Centenario y una clase rica que gustaba de ver las retretas del Regimiento. Era la ciudad seria, pujante y progresista que acomodaba a estos hombres de dinero.

Pero, tras cruzar el río, la “Villa Alegre” llena de cantinas y lupanares, en donde los curagüillas de siempre se batían a duelo con pistolas y cuchillos, donde esos mismos que tocaban en la banda en el día se emborrachaban en las noches. Y en los suburbios cercanos la pobreza, la marginalidad, los conventillos donde se lavaba la ropa y se bebía agua.; o quizás los mapuche que debían acudir a intérpretes porque a punta de vino se les robaba la tierra. Es decir, en Temuco que no se mostraba porque “era feo”.

Cien años después todavía estamos esperando ser felices (o por lo menos la alegría). Porque vivimos en esa misma dualidad en la que mientras unos ostentan los que tienen los otros tratan de igualarlo. Hoy los pobres no son esos que viven hacinados en conventillos sino los que, por la culpa de la tarjeta de crédito se llenaron de deudas y no saben cómo pagarlas. Porque mientras unos sí pueden pagar lo que tienen los otros que no se llenan de deudas para tener lo mismo.

Los magos de la Dictadura Militar nos enseñaron que existen chilenos de primera y de segunda, que había que desarmar al Estado, que había que reducir lo público al mínimo. Es verdad, hoy vivimos mejor que nuestros padres y nuestros abuelos, pero ¿A qué costo? ¿Queríamos realmente vivir así? ¿Alguien nos preguntó si queríamos este modelo de desarrollo?

Antes el exilio era arrojar al opositor al extranjero y marcarlo como un peligro para la sociedad a través de una letra en el pasaporte. Hoy es discriminarlo por lo que no tiene o marcarlo por cómo se ve y eso precisamente fuerza a adquirir ciertos bienes.

Porque hoy los que se indignan quedaron desheredados del sistema y compartiendo las migajas de lo que ganan las clases más altas. Y lo peor de todo es que creemos que eso es normal y que está bien.

Hoy la República del Bicentenario está sumergida en una profunda crisis moral y por eso sus hijos están cuestionándoselo todo. Eso lleva a muchos, también, a indignarse.

(1) Mac Iver, Enrique. (1900) Discurso sobre la crisis moral de la república. Imprenta moderna. Santiago, Chile.

29 octubre, 2011

Chile, donde el chancho está mal pelado.

Al cumpleaños de Chile, donde repartimos la torta del Bicentenario, los 10 parientes más ricos (los blancos, rubios, de ojos azules que caminan como perrito chow chow como dijera un humorista) se llevaron la mitad de la torta; mientras que los 10 parientes más pobres se repartieron el marrasquino. Todos trabajaban en la misma empresa, el Estado, que es como la gran casa en la que, a la fuerza o no, todos conviven.

Es como una empresa con múltiples subdivisiones por área. Cada uno tiene el derecho y el deber de escoger al dueño cada cierto tiempo con el fin de que todos tengan acceso, en teoría, a ser elegidos. Como no todos tienen las mismas propuestas los que son afines se alían para ofrecer una propuesta para manejar la empresa por los próximos cuatro años.

Esta analogía puede servir de ejemplo para lo que quiero fundamentar en esta columna (que el chancho está “mal pelado”). Estamos en el marco de un sistema democrático posible tras muchas luchas que detrás esconden matanzas, gritos desesperados por cambiar la situación existente y discusiones acaloradas en las que incluso los miembros de una misma familia no podían verse las caras.

En apariencia, esta gran empresa está manejada por todos pues el gran jefe es elegido por la ley de la mitad más uno. Pero, ¿En realidad es así o será que finalmente las decisiones no las toman nuestros representantes sino que su red de contactos?

Aunque el espíritu de la ley dice que son nuestra voz allí representada la verdad es que en casi la totalidad de los casos cuando hay decisiones en las que se contrapesa la voz de las grandes empresas con la de los pequeños productores o de los ciudadanos de a pie con los grupos de poder siempre termina ganando el que más pesa; no en número, sino que en influencia.

Es decir, siempre gana el que tiene el poder del dinero o el que detenta la guía de la opinión pública. De un puñado de familias, que podría contar usted “con los dedos de unas pocas manos”, depende el futuro de nuestro país.

El problema es que la gente se aburrió y hoy está manifestándose contra eso. Porque lo que partió con el justo reclamo por HidroAysén hoy es la crítica a las bases de la institucionalidad. Hoy nos dimos cuenta que el país de hace 200 años y el de hace un siglo es el mismo que el de ahora.

Y no se trata de pedir que el mundo “gire para el otro lado” como dicen algunos. Se trata de que si vamos a jugar a que ellos son los empleadores y yo el empleado pido un buen ambiente de trabajo, las reglas del juego claras y que nos tratemos con respeto.

Sólo así podremos pensar en que dejemos de indignarnos. He ahí la culpa que tiene este modelo exclusivo de chile en tiempos de los indignados. Porque si no podemos llevarnos toda la torta por lo menos queremos que se reparta de igual manera, porque todos tenemos hambre.

16 octubre, 2011

El necesario mea culpa de los indignados.

Atrás quedaron los años en que el gobierno de Eduardo Frei Montalva podía enorgullecerse de los altos niveles de participación y sindicalización que los trabajadores del país poseían. La sindicalización obrera (que se aprobaba casi en conjunto con la ley de Reforma Agraria) era furor (comparada con otros períodos) y generaba formas de asociación inéditas como los centros de madres, las juntas de vecinos y otros que hoy consideramos como normales.

¿Dónde quedaron, pues, esos días? Puede ser por la influencia que tuvo la dictadura militar o quizás por esa democracia que cada vez quedó más encerrada en las cúpulas políticas, que la participación en cualquier instancia de asociación y participación es cada vez menor. Actualmente, incluso, se promulgó una ley al respecto pero nada, las cosas siguen igual.

Hoy es el turno de hacer un mea culpa como sociedad y ciudadanos.

Cuando Rousseau hace muchísimos años planteó la idea del “contrato social”, es decir, aquel pacto que hacemos con nuestros gobernantes (que convirtió a Luis XVI tras la Revolución Francesa como Luis, por la Constitución del Estado rey de los franceses), señaló en pocas palabras que los hombres entregábamos nuestra soberanía (la capacidad de elegir y ser elegidos con igualdad de condiciones con respecto a los demás países) a quienes mandatan el país.

Es así como en los procesos eleccionarios democráticos entregamos el poder de tomar decisiones a las autoridades que se presentan a ellos. Sin embargo todos en más de una ocasión, unos más que otros, nos descuidamos del proceso. Es decir, pasadas las elecciones ellos mandan y nosotros volvemos a nuestras vidas.

Pero, ¿Alguien revisó el programa del candidato o se fijó que éste, por algún medio, lo expusiera de forma clara? ¿Alguien se fijó que sus familiares no se dejaran seducir por los regalos que pudiera traer el candidato (como lentes o bolsos de feria) cuando anduviera de gira? ¿Alguien revisó cuál era la trayectoria del candidato y si tenía consecuencia con sus actos, ideas y propuestas?

Pueden parecer datos anexos pero en tiempos de desconfianza es necesario revisar en todos los candidatos lo que va más allá del nombre en la papeleta y los afiches propagandísticos. Porque si sale elegido será la consolidación de su camino legitimado por nosotros y nadie más que nosotros. Es decir, le estamos firmando un cheque en blanco para que administre nuestro poder como quiera. Sí, está limitado por la ley y debe responsabilidad a su “pueblo”, pero es nuestro poder y eso es lo que interesa al final de todo.

El gran mal de la ciudadanía en general incluso en los tiempos de mayor confianza (digamos, después del plebiscito) fue confiar absoluta y desmedidamente en nuestras autoridades nos cayeran bien o no, aspecto que es completamente negativo en un sistema democrático. No hay que confundir la confianza en las instituciones con la que se tiene en las personas: éstas manejan hombres y mujeres que, insisto, son legitimados en sus cargos por nosotros.

Por eso, aunque la culpa pueda ser absolutamente de quienes están en el poder, hay que hacer un mea culpa de nuestra responsabilidad en lo que hoy está pasando. Reconozcamos humildemente que por pecar demasiado de confiados actualmente ya no creemos, como sociedad, en nada.

Por eso, cuando buscamos los responsables, son tan valoradas las personas que manejan bien el poder que les hemos dado y han hecho cosas positivas por la gente, por todos.

Pero como una vez escuché muy sabiamente también hemos llegado a una situación que no es motivo de orgullo para nadie: cualquiera que no esté mal evaluado puede ser Presidente de la República. Por eso cuidan tanto a ese par de ministros que evita que el actual gobierno siga cayendo en picada.

Es de esperar que, sin llegar al odio extremo sigamos participando como siempre pero con la necesaria desconfianza del que presta dinero a un amigo esperando su devolución. Por eso Juan Segura vivió muchos años.

15 octubre, 2011

La culpa de los partidos en tiempos de indignación

En la columna anterior he planteado que nos encontramos ante una crisis de civilización que se cuestiona las bases de la sociedad. Sin embargo, en el debate previo en diversas plataformas la principal tendencia es que, como sociedad, nos encontramos buscando las respuestas a las eternas inquietudes y mostrando el rechazo ante un modelo injusto y segregador.

En esta oportunidad continuaré recorriendo algunos de los recovecos de nuestra sociedad para intentar encontrar algunas de las múltiples causas de que tan poca gente participe en diversas instancias de asociación, consulta y opinión. Siempre con la meta, insisto, de conseguir que el 10% de la población nacional según el censo y el 5% de la población con acceso a internet sean la base de canales de participación efectivos y duraderos en el tiempo.

Hoy es el turno de ver cuál es la culpa de los partidos políticos.

Desde que Chile es Chile como República nos hemos organizado en torno a un bipolarismo que, aunque se ha dividido en algunas épocas, se ha mantenido en el tiempo adaptándose a las circunstancias históricas, sociales o económicas. Como ha sido tradición en nuestra historia han seguido, en su origen, el patrón de la Revolución Francesa: las élites se arrogan la voluntad popular para plantear sus ideas y, con el concurso de las masas, se consolidan. Son honrosas excepciones en Chile las que no se han desligado de su alianza con la ciudadanía en general.

Este bipolarismo se ha traducido en que nos encontremos con la oposición entre patriotas y realistas, liberales y conservadores o alessandristas e ibañistas. Ello responde a que los grupos más grandes que sobreviven a costa de los grupos de opinión intermedios intenten acapararlos y absorberlos; lo que hace que éstos quieran escindirse. A la fuerza o por voluntad han podido diversificar la oferta de partidos políticos en Chile.

La política partidista nace con la intromisión explícita de la aristocracia santiaguina tras la Independencia. Durante el siglo XIX los que quisieron entrar lo tuvieron que hacer mediante coyunturas históricas tan fuertes como las revoluciones (de distintas facciones de la misma clase), para en 1891 volver a contar con un predominio absoluto de las clases más acomodadas del país.

Esta inoperancia que duraría hasta 1924 se caracteriza por el inmovilismo, los pocos avances sociales, el alto malestar social, la aprobación de leyes en beneficio de personas como nosotros a la fuerza (con la intervención del ejército hacia el final), los constantes movimientos sociales que terminan en el asesinato impune y las calles rojas de sangre, entre otros tremendos males.

Esta época, conocida como “parlamentarismo” se parece mucho a lo que vivimos hoy: la política partidista es un círculo cerrado en el que se toman decisiones a espaldas de la gente pero siempre “en su nombre”. En este período, cabe destacar, quien inició un camino de apertura a las masas que consolidaría Alessandri fue la Federación Obrera de Chile, más tarde conocida como Partido Comunista.

El cénit estaría en la Constitución de 1925 que fue aprobada con 125 mil votos para una población de 3 millones de personas, es decir, un fiasco. Más encima con gente “representativa de todas las tendencias” nombrada a dedo, en un período de inestabilidad (es decir, contra el tiempo) con el cargo de Presidente Constitucional y de la Junta de Gobierno (de militares).

Hacer una historia de los partidos políticos hasta 1990 (fecha que, desde mi perspectiva, culmina el siglo XX chileno) sería larguísimo. Sin embargo hay dos características que sobresalen: el hecho de que pocos partidos se han fundado en torno a un personaje (salvo el Agrario Laborista con Ibáñez) y que las masas populares entraron, a partir de 1960, de lleno en la política. La polarización existente hacia 1973 es muestra del alto compromiso de la gente con su tendencia de opinión y, aunque es un ejemplo llevado al extremo, da cuenta de la alta participación de cada chileno y chilena en la “Res Pública”.

Los defensores del sistema binominal lo defienden aduciendo que protege el funcionamiento de la política de los grupos pequeños que pueden desequilibrar el orden establecido. Que me disculpen, pero más se parece a querer imponer un bipartidismo en un ordenamiento multipartidista. Ya pasó la época en que los partidos por sí solos eran fuertes. Hoy necesitan hacer alianzas porque la gente se les está yendo en un éxodo masivo hacia formas menos cerradas y donde sí se les escuche.

Si se formó tanto partido político en el último tiempo, si cada vez tienen menos gente, si cada vez son más rechazados como clase, si cada vez la gente se siente menos representada es porque estamos volviendo un siglo atrás, es decir, la política partidista se está volviendo una casta cerrada que no quiere dejar entrar a nadie. Y nadie quiere entrar tampoco porque, ¿Para qué vamos a ir si no nos van a escuchar?

Por eso el movimiento estudiantil ha enseñado una valiosa lección dando, muchas veces, un portazo en la cara a todos “ellos”: preferimos volver a asociaciones que, aunque no tengas mucho poder, son mucho más nuestras que un grupo de personas que ni siquiera se da el tiempo para escucharnos.

Es decir, de ustedes es el poder, para eso el sistema político nos ordena que se los demos, de ustedes debe nacer la solución y no esperar que alguien “de afuera” les venga a dar la receta.

¿No les gustó tener poder? Bueno, ahí lo tienen. Busquen como seducirnos y enamorarnos para volver a creer. La pega, entonces, es suya

14 octubre, 2011

Crisis de civilización.

Los albores del siglo XXI (y en especial esta década del ’10 que nos tiene tan conectados) nos han enfrentado de golpe ante realidades que antes podríamos haber considerado como “normales” pero que, a la hora de revisarlas, derivan en respuestas desoladoras que dan como señal un pasado fundado en un pacto social inexistente, en una clase política preocupada de buscar en la quintaesencia de su ombligo las soluciones que el país le exige con urgencia y con un futuro que no nos es prometedor.

Sin ir más lejos, las miles de hectáreas que en la Araucanía antes lucían verdes por el progreso ganado a sangre y fuego por el Ejército de Chile hoy lucen de verde oscuro manchadas con los dólares del desangramiento forestal provocado por los pinos eucaliptos como plaga. ¿El futuro? Un viajero del 2030 que se encuentra con cientos de cerros y colinas deforestadas y sin nada que los cubra. El esqueleto de la tierra está desnudo.

Esto nos conduce a una pregunta fundamental: ¿Alguien le preguntó a las comunidades si querían pinos que les secaran el agua con que se alimentan y alimentan a la tierra en su casa? ¿Alguien propuso una alternativa viable de inversión en el lugar? ¿Alguien les comentó de algún camino que no fuera precisamente el más “fácil”?

Sin darnos cuenta y de modos insospechados la sociedad actual se está cuestionando todo, aspecto que para los grupos de poder en todo aspecto son peligrosos. Los conductores del poder político, los orientadores de la moral y los sostenedores de la billetera nacional y mundial no ven con buenos ojos este momento clave en la historia de la humanidad.

Espero me disculpen la siguiente reflexión con tintes filosóficos. Hoy vivimos, gracias a los puentes virtuales, como un todo único indivisible que ve materializada la idealizada relación entre cuerpo y alma: mientras el primero se queda aquí en la tierra haciendo las actividades cotidianas que impone el orden que como sociedad hemos adquirido para nuestro funcionamiento; el segundo se queda en la red, en el mundo virtual, donde expresa tras una máscara (contenida en un avatar, muchas veces lejana de la realidad) las ideas, opiniones e informaciones que nacen en un momento determinado.

Esta alma que se expresa a su vez nos ha permitido conocer qué se esconde detrás de la manejada (por siglos) opinión pública. En 140 caracteres podemos ser hermanos que no nos hemos visto en años o enemigos declarados en una guerra sin cuartel. Esta alma que ha intentado expresarse como cuerpo a través de toneladas de manifestaciones en miles de formas hoy encuentra un nuevos canales de opinión: Facebook y Twitter, los principales.

Conocer mucho de la opinión pública en una red que pone de igual a igual a gobernantes y gobernados no debe ser visto como un símbolo de debilidad; muy por el contrario, como el puente hacia la formulación de un nuevo pacto social en el que sean consideradas nuestras inquietudes, dejando atrás aquel viejo principio del siglo XIX que plantea que escuchar a las masas y darles lo que necesitan es “demagogia”.

Pero en vez de escuchar a la gente nuestros gobiernos hacen oídos sordos con un traje soberano a las voces que reclaman su atención y piden a gritos desesperados desde los subterfugios del orden social un nuevo contrato, un nuevo acuerdo, una nueva conversación.

Por ello el eje de esta serie de columnas será, desde distintas perspectivas, buscar soluciones viables al problema de la participación en Chile. Porque siempre es posible que gobernantes y gobernados nos sentemos a la mesa a conversar, dar vuelta el país y retornarlo hasta los tiempos en que nuestros “Padres de la Patria” lo soñaron entre cuatro paredes, hasta los momentos en que sus hijos cuestionamos las bases del ordenamiento establecido.

¿Cómo hacer que el 10% de la población nacional según el censo y el 5% de la población nacional que tiene acceso a la red participe constantemente en procesos de consulta de políticas públicas, de mejoramiento de la calidad de vida desde el Estado como consultor, de organizaciones y grupos intermedios, de forma permanente y efectiva? ¿Cómo hacer que ese 10% y ese 5% sea efectivamente escuchado? ¿Cómo garantizar la participación de todos sin exclusión desde que somos capaces de integrarnos a la “Res Pública”?

Porque desde mi parecer no nos encontramos ni en la Época Contemporánea ni en la sociedad posmoderna, sino que en una crisis de civilización que se arrastra (si le situamos una fecha) desde principios del siglo XX, cuando se pensó por primera vez (más por una reacción de los grupos de poder que por verdaderas y firmes convicciones de igualdad social) en el socialismo de Estado y políticas tan básicas como el salario mínimo o la reducción de la jornada laboral.

Porque esta época partió cuestionando el funcionamiento del sistema educacional (al menos en Chile) y fue el puntapié para traspasar esa barrera y llevar el análisis a la esencia de la nación políticamente organizada, a la tributación de los diversos sectores sociales, al futuro medioambiental, entre muchos otros.

Porque los indignados de la década del ’10, desde mi perspectiva, son el reflejo de una crisis de civilización que busca desesperadamente un nuevo pacto con los gobernados. La diferencia es que ningún ilustrado con algo más de influencia lideró esta etapa. Porque esto señores nació del alma que encontró una nueva expresión en la realidad virtual.

08 octubre, 2011

¿Por qué no me quieren? Piñera y el respeto que perdió.

Un día en clases el profesor se acerca a su estudiante y le pregunta “¿Qué quieres ser cuando grande, Presidente de la República?” Decidido, le contesta: “Sí, eso quería, pero desde que salió Piñera quiero ser profesor nomás”.

Desde que 37 personas votaron en la elección presidencial en abril de 1826 escogiendo entre los candidatos José Miguel Infante (federalista, 15 votos) y Manuel Blanco Encalada (pipiolo, vencedor, 22 votos) el cargo de Presidente de la República sería el más importante en la escala del sistema político y del Estado y el que más relevancia tendría para la sociedad. Es decir, correspondiendo al dicho de que “nadie es más importante que el Presidente”.

Lo que históricamente se ha esperado ha sido un hombre (lógica que recién en 2006, después de 180 años y 36 administraciones) con características portalianas: serio, austero, con una risa estrictamente protocolar que quede fuera de las cámaras tras acabar algún acto oficial, un marido ejemplar con su mujer de la mano y muchos hijos, de estricto negro y corbata afín, sin salirse del protocolo con palabras dignas de la dislexia sazonadas de correctas y sabias expresiones y con el menor contacto con la gente posible, entre muchas otras.

Sin embargo, el cambio paradigmático no nació en Chile según el mito: llegó desde Estados Unidos. Cuenta la leyenda que por esos lados un tal Obama llegó con el discurso de que el cambio era posible y que todos podían hacerlo. Tan buena era la propuesta que su gobierno comenzó con popularidades exorbitantes (y sin terremoto). En Chile, Sebastián Piñera (quien al parecer ocupó papel mantequilla) calcó tan bien la propuesta que también ganó con propuestas y, sobre todo, con palabras similares. Con ese estilo ameno que comenzó cuando durmió en una mediagua y comió pan con paté con un té la rendidora, se caracterizó por manejar con palabras dudosas una vocería que terminó en un silencio que rompería sólo para ocasiones especiales.

Ya, pero pa’ qué andamos con cosas: todavía estamos buscando el tiatro de rancuagua por ahí donde están los alberdegues para los damnificados del tusunami y el marepoto que ocurrió a 500 años de nuestra independencia. A todo esto, dicen que el poeta Eusebio Libio escribió el himno nacional en Cumpeo, la tierra de Condorito, a todo esto.

A qué quiero llegar: que uno de los efectos colaterales de las actuales características del Presidente de la República es su desprestigio y pérdida de respeto. Por más que se ha empecinado en mantener una figura acorde al cargo no ha podido. El problema es que ni Allende (al que tanto citan cuando el país “está mal”) en sus peores días estaba tan mal. A pesar de todo él era el Presidente.

Esto no sería preocupante si él no fuera el reflejo del descontento general de los ciudadanos por la política. Es decir, desde el punto de vista del grueso de la ciudadanía, si ya no le creemos a la máxima figura en la escala política no sé cuánto más podríamos esperar de los que integran la “misma clase”. Así como la confianza, el respeto se gana con palabras, acciones concretas y la consecuencia entre ambas. La gente no las ha visto y, por su entera culpa debido a su mal manejo comunicacional nos encontramos en esta situación.

¿Se acuerdan que se decía antaño que “las instituciones funcionan”? Bueno, la figura del Presidente de la República es una que puede brindarnos estabilidad en tiempos de crisis, ánimo en tiempos de desesperanza, conciliación en tiempos de conflicto. Cuando le perdemos el respeto (que, por favor no se asocie con autoritarismo) contribuimos a una escalada interminable en que las personas critican por la legítima desconfianza sin pasar a la contribución a la solución.

Esperar inactivos y sin proposición constructiva a problemas expresados en frases como “no participo porque están los mismos de siempre” no conduce a nada. Precisamente eso dio origen a gobiernos como el de Carlos Ibáñez del Campo en Chile o Adolf Hitler en Alemania, quienes se apoderaron del problema en medio de una crisis profunda de la democracia representativa para pasar a ser los caudillos de la solución.

Está en nosotros darnos cuenta del problema y sólo en el Presidente crear el ambiente para la solución. La “gran familia chilena” pasa por una crisis moral que está en nosotros, sus primos, revertir.

01 octubre, 2011

Chile y su eterno problema de becas.

“Beneficio de Octubre reprogramado por Junaeb. Fecha a confirmar”.

Éste fue el mensaje que desató una polémica que puso en evidencia dos falencias graves en el sistema de beneficios a los estudiantes chilenos: el retraso en el pago de los beneficios y la nula preocupación por su reajuste sin considerar las historias detrás del dinero que se paga.

Hay que partir de una base muy cierta: todo esto que hoy “reclamamos por reclamar” no se hace por ser “comunistas”: son todos premios a nuestro mérito y esfuerzo, por los años de estudio y las diferentes condiciones de vulnerabilidad en las que nos encontramos. Si consideramos estos argumentos podremos entender los miles de tweets al respecto.

Existen dos beneficios que tanto por su monto en dinero por su relevancia por su monto en dinero tienen una importancia fundamental. El primero, la Beca Indígena (de la cual no se habla casi por el número limitado al extremo de sus beneficiarios) asigna más de 600 mil pesos. Puede tener una condición de vulnerabilidad y conocimiento de la cultura originaria excepcionales pero si no vive en comunidad no sirve. Es decir, no importando si pertenece, puede conseguirse el certificado y postular. Cabe desatacar que antiguamente había que hacer unas filas inmensas afuera de la municipalidad para conseguir un número, para que jamás te dijeran por qué no la obtuviste. Después de 9 años vengo a saber que era porque no vivía en comunidad.

El segundo y más importante (que trae todas las consecuencias que hemos podido apreciar en estos días) es la Beca Bicentenario. Un beneficio que, de alguna u otra manera, es producto de las movilizaciones de 2006 y que fue una de las soluciones para que nadie se quedara sin estudiar por la falta de recursos. A los primeros dos quintiles no sólo cubre gran parte del arancel evitando que aumente el porcentaje que se cubre con algún tipo de crédito, sino que trae dos consecuencias directas: una Beca de Mantención Mensual y una Beca de Alimentación.

La primera nos entrega $15.500 mensuales durante diez meses. Es decir, cumple con una obligación social del Estado: la de permitir que el estudiante cumpla con su deber de estudiar. Sin embargo, a pesar de que antes recibíamos entero el bono tras hacer la fila en el Banco, hoy son $300 menos por la comisión por giro. A pesar de que es más fácil retirarlo y manejarlo la comisión, Banco Estado no deja de percibir $3000 anuales, lo que si se multiplica por el número de beneficiarios es una suma muy considerable. Esos $300 pueden ser insignificantes pero para muchos significan pasajes de micro o dinero que se necesita y que no estaba.

La segunda y la que, de seguro, afecta por lejos a la gran mayoría, es la Beca de Alimentación BAES. Es una asignación de $26.000 mensuales durante los 10 meses teóricos en que estudiamos canjeables por comida en locales autorizados para el efecto. Algo así como que nos paguen en fichas para la pulpería pero con un medio electrónico.

Esta beca es la que más cuestionamientos nos trae: ¿Qué pasa cuando una comida cuesta menos de $1300 y tenemos que rellenar, muchas veces, gastando innecesariamente? ¿Por qué ninguna autoridad de Gobierno se pronuncia ante el elevado número de estudiantes que no llegan a fin de mes con la beca? ¿Por qué no existen campañas de educación financiera en caso de que alcanzáramos, teóricamente, a comer todo el mes?

Pero por otro lado, sólo nos cubre una comida al día partiendo del supuesto de que nadie tiene la necesidad de alimentarse más allá o de que el universo absoluto de estudiantes puede complementarlo con comida traída desde la casa. Es decir, si tenemos alguna actividad en la mañana o en la tarde y necesitamos comer más de una vez al día, o si hay algo que hacer el día sábado simplemente concluimos una cosa: que en promedio, por ahí por el 15, la beca se acaba para la mayoría.

Invito a todas las personas que nos tildan de “llorones” o “comunistas” a que miren este tema con apertura de mente y poniéndose en el lugar de los que deben por distintas razones utilizar estos beneficios para otras necesidades.

Y, finalmente, emplazo muy humilde y respetuosamente a alguna autoridad de gobierno a que se pronuncie sobre el tema en un acto de pública transparencia para ver si hay alguna solución posible.

Porque si este es nuestro sueldo, ya no llegamos a fin de mes.