Tweet Segui @dini912030 Maleta de Opiniones: Hastington y Pelelo: dos modelos pedagógicos.

24 junio, 2012

Hastington y Pelelo: dos modelos pedagógicos.


El profesor Hashtington hace clases en el colegio “Halcones de Chicureo”, que se ubica en medio de dos cerros que no se asemejaban en nada a la capital del país, a pesar de estar a media hora de camino. Sólo se puede llegar allá en auto particular o en taxi concesionado con la misma empresa. En el establecimiento se impartían clases para todos los gustos: yate, remo, golf, polo, go karting, pintura renacentista, escultura griega, latín.

El profesor Hashtington era profundamente católico conservador y numerario, creía que los pobres eran un invento del socialismo y que se estaban armando contra la sociedad cristianamente establecida. Pensaba firmemente que los campamentos eran un invento de la Concertación y que los militares se habían pronunciado en aquel glorioso septiembre para poner fin a una célula más del comunismo internacional.

Su lugar de trabajo era un modelo a seguir: las profesoras eran regias –algunas con implantes recién estrenados-, excelencia académica, asistían hijos de gerentes, diplomáticos, empresarios y ministros. El bullying no existía, según él, porque eso lo pusieron en el debate los rotos que se quejaban de sus frustraciones con sus hijos. No costaba hacer clases: había de todo. Incluso un encargado del Ministerio de Educación trabajaba allí.

El profesor Hashtington trabajaba en una escuela ideal, a la que muchos aspiran.

El profesor Pelelo, su primo, es docente en la escuela Z-408, de la población “las gaviotas”. Está en medio de una población y cerca de un basural donde abundan los ratones y escasean las áreas verdes. Al colegio llega la mayoría de las micros que van para el centro, claro que cuesta un mundo para cruzar porque entre abuelitas, motos, cabros chicos, carritos maniseros y otros varios la gente se demoraba mucho.

El profesor Pelelo pensaba que esos niños no cambiarían nunca, que eran desordenados porque sí, irrespetuosos, insolentes. Eran contestadores, no hacían las actividades de la clase, no traían las tareas de la casa. Como eran pobres –por culpa del canoso ese lleno de tics que, cuando subió al gobierno, borró con todo lo que había dejado la Presidenta-, no había mucho que hacer: estaban condenados a una vida de trabajo pesado. No confiaba en que muchos salieran del barrio a trabajar en oficios mejores.  

El colegio era hijo de la Reforma: se había ganado buenos proyectos de mejoramiento y no tenía mal puntaje en el Simce. Había electivos de: brigada medioambiental, educación cívica, radio, literatura y pintura. A pesar de que era parte de la red Enlaces, la mayoría de los computadores no funcionaba y entre tres tenían que compartir uno. De las colegas es mejor ni hablar: la más longeva trabaja desde los tiempos de los radicales. 

El profesor Pelelo trabajaba en una realidad común, de la que muchos quieren escapar.

Uno de los grandes errores de las teorías pedagógicas y de los programas que forman profesores es que no tienen una vinculación con la realidad y no toman en cuenta los contextos múltiples que posee Chile. Muchos hacen pedagogía para las utopías, es decir, preparan para contextos ideales, como el del profesor Hashtington.

No obstante, tampoco se trabaja con la motivación y la transmisión de valores dentro de la sala de clases, y no se cree que quienes están a cargo de un docente puedan salir del eterno círculo de la pobreza. Es decir, se hace pedagogía para el sujeto funcional, es decir, para una persona que debe internalizar las pautas mínimas del sistema conocidas como contenido. Precisamente el refuerzo positivo no era el fuerte del profesor Pelelo.

Es importante trabajar para todos los contextos y no sólo para los que nos convienen, y  no pensar sólo en transmitir contenidos sin motivación. Fuera de correr el riesgo de tener entre 20 a 50 personas en formación que corren el riesgo de desmotivarse y no aprender nada significativo, peligra el docente como un profesor integral.

Al fin y al cabo, el profesor Hashtington y el profesor Pelelo son dos modelos pedagógicos que pueden encontrarse en algún punto, más allá de que sean parte de la gran familia pedagógica.  

A Jorge, Luis y Priscila; por no perder, a pesar de los años, la capacidad de crear, jugar y soñar.

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