Un día en clases el profesor se acerca a su estudiante y le pregunta “¿Qué quieres ser cuando grande, Presidente de la República?” Decidido, le contesta: “Sí, eso quería, pero desde que salió Piñera quiero ser profesor nomás”.
Desde que 37 personas votaron en la elección presidencial en abril de 1826 escogiendo entre los candidatos José Miguel Infante (federalista, 15 votos) y Manuel Blanco Encalada (pipiolo, vencedor, 22 votos) el cargo de Presidente de la República sería el más importante en la escala del sistema político y del Estado y el que más relevancia tendría para la sociedad. Es decir, correspondiendo al dicho de que “nadie es más importante que el Presidente”.
Lo que históricamente se ha esperado ha sido un hombre (lógica que recién en 2006, después de 180 años y 36 administraciones) con características portalianas: serio, austero, con una risa estrictamente protocolar que quede fuera de las cámaras tras acabar algún acto oficial, un marido ejemplar con su mujer de la mano y muchos hijos, de estricto negro y corbata afín, sin salirse del protocolo con palabras dignas de la dislexia sazonadas de correctas y sabias expresiones y con el menor contacto con la gente posible, entre muchas otras.
Sin embargo, el cambio paradigmático no nació en Chile según el mito: llegó desde Estados Unidos. Cuenta la leyenda que por esos lados un tal Obama llegó con el discurso de que el cambio era posible y que todos podían hacerlo. Tan buena era la propuesta que su gobierno comenzó con popularidades exorbitantes (y sin terremoto). En Chile, Sebastián Piñera (quien al parecer ocupó papel mantequilla) calcó tan bien la propuesta que también ganó con propuestas y, sobre todo, con palabras similares. Con ese estilo ameno que comenzó cuando durmió en una mediagua y comió pan con paté con un té la rendidora, se caracterizó por manejar con palabras dudosas una vocería que terminó en un silencio que rompería sólo para ocasiones especiales.
Ya, pero pa’ qué andamos con cosas: todavía estamos buscando el tiatro de rancuagua por ahí donde están los alberdegues para los damnificados del tusunami y el marepoto que ocurrió a 500 años de nuestra independencia. A todo esto, dicen que el poeta Eusebio Libio escribió el himno nacional en Cumpeo, la tierra de Condorito, a todo esto.
A qué quiero llegar: que uno de los efectos colaterales de las actuales características del Presidente de la República es su desprestigio y pérdida de respeto. Por más que se ha empecinado en mantener una figura acorde al cargo no ha podido. El problema es que ni Allende (al que tanto citan cuando el país “está mal”) en sus peores días estaba tan mal. A pesar de todo él era el Presidente.
Esto no sería preocupante si él no fuera el reflejo del descontento general de los ciudadanos por la política. Es decir, desde el punto de vista del grueso de la ciudadanía, si ya no le creemos a la máxima figura en la escala política no sé cuánto más podríamos esperar de los que integran la “misma clase”. Así como la confianza, el respeto se gana con palabras, acciones concretas y la consecuencia entre ambas. La gente no las ha visto y, por su entera culpa debido a su mal manejo comunicacional nos encontramos en esta situación.
¿Se acuerdan que se decía antaño que “las instituciones funcionan”? Bueno, la figura del Presidente de la República es una que puede brindarnos estabilidad en tiempos de crisis, ánimo en tiempos de desesperanza, conciliación en tiempos de conflicto. Cuando le perdemos el respeto (que, por favor no se asocie con autoritarismo) contribuimos a una escalada interminable en que las personas critican por la legítima desconfianza sin pasar a la contribución a la solución.
Esperar inactivos y sin proposición constructiva a problemas expresados en frases como “no participo porque están los mismos de siempre” no conduce a nada. Precisamente eso dio origen a gobiernos como el de Carlos Ibáñez del Campo en Chile o Adolf Hitler en Alemania, quienes se apoderaron del problema en medio de una crisis profunda de la democracia representativa para pasar a ser los caudillos de la solución.
Está en nosotros darnos cuenta del problema y sólo en el Presidente crear el ambiente para la solución. La “gran familia chilena” pasa por una crisis moral que está en nosotros, sus primos, revertir.
1 comentario:
Lamentablemente el respeto a Piñera lo perdieron hace qué rato y de revertirlo con toda la situación es difícil de recuperar, con todo lo que ha sucedido últimamente creo que esto se les va a escapar de las manos.
Es necesario recuparar las confianzas y el orden con un Estado que sepa escuhar a las personas y no hacer oídos sordos. Saludos cordiale.
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