En un rincón del fin del mundo cientos de estudiantes se han quedado mudos. Ya no les interesa hablar ni que los escuchen. Ya no confían ni en las elecciones ni en las instancias para exponer su pensamiento.
Muchos hablan queriendo expresar su punto de vista y se atropellan en frases ensordecedoras que prometen no solo la copia feliz del Edén, sino que el paraíso mismo. Las palabras saben a alegría y descontento, a rebeldía y firme convicción. El dialogo parece avanzar pero retrocede dos pasos porque no se llega a acuerdo. Al final, siempre vuelve al origen. Hay caras descontentas pero son la minoría.
A varios más ya no les interesa entrar a la sala. Un día, a uno se le ocurrió intervenir, pero las miradas y las murmuraciones fueron más fuertes. La cultura de la asamblea hacia caer su peso en los hombros de él. Prefirió darse la media vuelta e ir a almorzar. Pasaría menos rabietas.
Varios hicieron lo mismo. La asistencia bajaba. Los que se quedaban se preguntaban por qué. La respuesta estaba, silenciosa, frente a sus ojos, pero nadie decía nada. Era mejor tacharlos de “fachos” por la votación en el plebiscito o de “inconsecuentes” por no ir. La confianza se había roto.
Entre que el caminaba y comía una barra de cereal, no podía dejar de pensar en la imagen anterior. Se encontró con varios que habían sido pasados a llevar y habían enmudecido ante aquella cultura tan densa. Conversaban siempre sobre la situación, pelaban a destajo, pero siempre llegaban al mismo punto: como no tenían peso al final quedaban en nada. Era más fácil seguir estudiando.
Aunque, lo primero que les diría a la cara, es que no saben conversar. Para dialogar se necesitan dos con altura de miras y buenos argumentos y eso no existía. Era un monologo de muchos en una sola voz.
Por eso, les diría, la primera tarea que deberían hacer es reconstruir las confianzas, traducidas en moderar el dialogo (incluso, encargando a una persona que controlara los tiempos en las asambleas). Cuidar ese respeto que es garantía de una buena democracia (que tanto dicen defender) a través de estatutos claros y públicos. O podría haberles sugerido que publicaran por correo y afuera de las salas correspondientes los resultados de la asamblea anterior y de lo que se tratara, siendo puntuales con las horas y los tiempos.
Pero cuando quiso ir y los tuvo delante de él no pudo sacar palabra. Era tan fuerte la cultura de la asamblea que había enmudecido.
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