Es enero de 2012, producto de las movilizaciones estudiantiles del año recién pasado el cierre del semestre, para muchos, se ha postergado irremediablemente. Las vacaciones han quedado en el olvido y la carga académica, en cierto modo, nos consume. Sabemos que nuestros profesores no se han puesto de acuerdo para hacernos el semestre pesado, sin embargo, las condiciones en las que actualmente nos movemos son difíciles. Leemos en la mitad del tiempo libros enteros, resumimos siglos en un cuaderno, planificamos cuando dormiremos bien y recuperaremos el sueño. Las ventas de bebidas energéticas se han disparado y descansar es un bien tremendamente escaso.
A veces, presentimos, que nuestra alma está en sombras. Vemos el futuro y encontramos luz.
Para la universidad pública son tiempos difíciles: las matrículas bajan, las finanzas tambalean en las Casas de Estudio regionales, las alarmas se encienden. Parece la entrada a una era apocalíptica sin precedentes, en donde el desmantelamiento del Estado y el excesivo liberalismo económico nos llevan, sin retorno, a nuevas realidades.
Las cifras nos demuestran que lo privado parece ser el futuro y quienes detentan el poder no pretenden hacer mucho para contrarrestarlo.
En medio de esta realidad nos encontramos nosotros, quienes aspiramos a ser profesores, intentando condensar nuestros tiempos teniendo muy presente el objetivo: el futuro, cambiar realidades, transformar el pensamiento y convertir la fuerza de las piedras en energía re-modeladora de las realidades locales y nacionales. La pedagogía se vuelve, entonces, uno de los espacios de resistencia más dulces que pueden existir en la tierra.
En mitad de un tiempo de crisis debemos aspirar a ser luz y semilla que germine en el territorio adverso y, a veces, complejo de entender. Porque el estudiante no es un recipiente vacío esperando ser alimentado por el castigo-refuerzo: es un ser humano que, sin conceptualizar, vivencia la humanidad del ser: es una persona con experiencias y aptitudes que pueden ser utilizadas en función de mejorar sus condiciones de vida. Porque nuestros estudiantes serán los hijos prestados que devolveremos un poco más aptos a la tierra cuando salgan del aula.
Por ello, la pedagogía debe limpiarse la modorra de querer formar a un pequeño ciudadano-consumidor que rinda tributo a la democracia y al sistema económico como lo conocemos, y a un amante ciego de la identidad nacional. Debe quitarse las capas de barro que permiten que los estudiantes miren a la misma ventana de siempre: al centralismo, a Europa, a la desesperanza en un mundo cada vez más competitivo.
Si pasamos por esta carrera es para crear un ser humano que valore su esencia y la vida en comunidad. Sin los otros, será una masa sin pensamiento regenerador.
Por ello, la pedagogía debe tener vocación libertadora. Debe entregar todas las herramientas de pensamiento que permitan al estudiante romper las cadenas que lo atan a un ciclo perverso que lo escolariza en función de integrarlo al sistema económico y a elecciones donde los rostros no se renuevan. Hace que ame su identidad desde las victorias del Ejército libertador de los estigmas barbáricos y desde los fundamentos de una sociedad competitiva que busca números, no personas formadas integralmente.
La pedagogía debe tener vocación territorial, no para que el estudiante tome el bus aburriéndose con un paisaje monótono, sino para que la conceptualice, la saboree y la disfrute desde el goce mismo del alma, transformando sus vivencias en soluciones.
La pedagogía debe tener un currículum lo suficientemente adaptable como para permitir su adecuación a tantos contextos como niños en el mundo existentes. Porque no es un libro sagrado ni un altar inamovible, puede ser remodelado observando atentamente las condiciones de los cursos a nuestro cargo. El fusil que lo acribilló fue la Evaluación Docente, quien la sacralizó. El parche con que hemos de asistirlo será nuestra capacidad de adaptación.
Esa es una pedagogía con vocación y la verdadera vocación de profesor. A través de la pedagogía, el maestro tiene la llave con la que abrirá las puertas de la luz y liberará de sus cadenas a miles de estudiantes que hoy son preparados para amar a Chile tal cual está. Eso no puede ser. A Chile se le ama conociendo lo bueno y lo malo, transformando la energía negativa en propuestas de solución, criticándolo con fundamentos y proponiendo siempre el camino el futuro, con respeto irrestricto al otro.
Es deber nuestro convocar a una nueva corriente de reflexión y crítica pedagógica que una las voluntades desde Arica a Magallanes para que formemos la gran llave que abra las puertas de ese tremendo futuro.
Y es deber de todos quienes aspiramos a ser profesores que formemos un gran movimiento pedagógico que contribuya a esa tarea.
2 comentarios:
Nuestro rol como educadores no es sólo entregar conocimienos, sino formar personas, orientando, ayudando, acogiendo, informando. Sólo así lograremos que egresen de nuestras aulas,no sólo excelentes profesioneles, sino también buenas personas y sobretodo seres felices y apasionados para que pueden proyectar con entusiasmo sus ideas y proyectos, además ser capaces de conocer sus virtudes y limitaciones para así poder tomar mejores decisiones y al final del camino se sientan orgullosos de cada paso que dieron en su vida.
Educar, es una palabra muy amplia. No hay que olvidarse de eso. No olvidarse de eso tiene que ver con liberarnos y liberar la convivencia sin miedos ni violencia.
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