Estaba enfermo de amor por ella y los recuerdos lo invadían sin sentido alguno. La muerte del alma que más amaba lo había dejado trastornado hasta querer viajar a la nada, a la muerte a veces. Ella llegaba de repente como queriéndolo buscar, contarle un secreto e irse. Otras, quería venir a verlo para amanecer como antes en sus brazos y soñar con que él era marinero y la dejaba subirse al barco. Viajaban por los siete mares amándose como dos locos sin futuro, sin presente y sin ayer. Los brazos se pegaban a su cuerpo, el corazón le latía rápido, cuando la tenía al lado no sabía qué hacer.
Era tan feliz que ansiaba volver a verla junto a él en su dormitorio. Ansiaba volver a tenerla entre sus brazos sintiendo el calor de su pecho abrazador, conectando hasta la fibra más sensible de su carne con ese amor que los llevaba al Azul. Era su brazo acariciando su cabeza soñadora lo que lo despojaba de su existencia y lo desdoblaba recorriendo bosques, campos y praderas de su mano.
Dicen que ella era tan poderosa que cuando se quedaban dormidos se juntaban en los sueños y, de la mano, volaban al infinito. Olía a flores y a amor. Todo era perfecto. No importaba que a veces no tuviera para regalarle un chocolatito ni que al trabajo se fuera caminando, a pesar de que la subida fuera peligrosa. No le importaba pensar que podía llevar al futuro en el vientre. Si era con ella, la vida era perfecta.
Por eso, no supo cómo se la encontró caminando, solo, por el bosque de lejos de la ciudad.
Escuchó a lo lejos su voz que lo llamaba a caminar. Que no escuchara si le dijeran que se quedara. Él debía irse donde ella dijera. Se levantó con las pocas fuerzas que le quedaban y, con cuarenta grados de fiebre, caminó entre piedras y matorrales. De pronto, se la encontró caminando de la mano y yendo, como en los tiempos de antes, a soñar. Lo sentó en una roca y le habló de que ella estaba bien, de que no llorara más su partida y de que se merecía volver a vivir. Que el tiempo de sufrir por lo que pasó había pasado y que la vida era un hermoso paso por el que había que transitar para llegar al reencuentro.
Pero, que en ese instante, debía dejar de llorar. Ambos habían pasado tantas cosas juntos que sería la imborrable existencia constituyente de su ser. Que nadie le quitaría su rostro cálido al amanecer ni el aroma de su cabello al despertar la mañana, cuando se ponía su polera y le preparaba un café. No, esos recuerdos nadie se los quitaría.
Volvió después de muchas horas con una flor en la mano. Esa flor era la más densa y dulce que recibiría: era la última lágrima que derramaba sobre la tierra por su recuerdo.
Tenía permiso para volver a soñar y volver a vivir. Cuando despertó, la fiebre había pasado y su alma estaba un poquito menos herida de cómo había despertado.
1 comentario:
es imposible no conectar su historia con la vida. yo perdí a la mujer que mas amaba, y hasta el dia de hoy, con mujer, casa, hijos y perro su cara , tan unica me da vueltas sin querer retroceder. yo tambien sueño con ella, sueño que le hago el amor hasta el extasis, como lo fue en esa union hermosa en la cual nos fundiamos, pero no me queda ni la flor del recuerdo, y solo la sensacion de que no esta conmigo. te imaginas entonces lo que me emociono lo que escribio. si a usted le paso, creame que no hay persona en el mundo que lo entienda mas, ya que esa mujer fue mi primer amor, despues de mucho buscar entre las piedras secas, y a pesar de reconstrur la vida aparentemente, por que me decian que no se podia estar llorando para siempre, la recuerdo siempre.
disculpe si sone entrometido, pero la fuierza de sus palabras me desconcerto.
exito, siga escribiendo asi
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