Cuando el mundo occidental quiso desligarse de la monarquía como su forma de gobierno buscó en cada rincón alguna forma de gobierno que garantizara, al menos en principio, la participación de todas las personas, del “pueblo”. Aunque en un principio sólo fueran masas incultas y llenas de vicios las que quisieran llegar al poder desde el punto de vista de las élites, con el tiempo fueron adquiriendo más relevancia.
A costa de luchas sangrientas, muertes y manifestaciones con todo tipo de finales las personas como usted o como yo pudieron acceder al sufragio con el sentimiento de cumplir un deber cívico y una responsabilidad.
La democracia moderna, ese régimen convenido para reglamentar la participación en cualquier ámbito, ha llegado al punto de que desde que uno es niño se enfrenta al concepto. A través de la vida uno elije cargos para el curso, la universidad y el sindicato, cuando hay que ponerse de acuerdo para alguna cosa importante en un grupo, entre muchas otras situaciones.
Todo bajo la premisa base: “mayoría manda”.
Y así también se nos convoca cada cierto tiempo a escoger a nuestras autoridades locales, regionales y nacionales, apelando a la participación de los que en un momento determinado se encuentran en un país. Pero para que nosotros pudiéramos votar a través de una papeleta única con una cédula única haciendo una fila de la forma en que lo hacemos tuvieron que pasar siglos. Porque el cohecho (que hasta hoy se ve en nuevas formas encubiertas por los partidos con más dinero), la amenaza y el voto supeditado a lo que diga el patrón fueron realidades que a punta de esfuerzos colectivos de todos tipos y desde todos los frentes pudieron cambiarse.
Como pueden ver la democracia está en casi todas partes, incluso en la vida cotidiana. Esta es la parte donde propongo un delirio sobre el cual todos me podrán acusar de locura y delirio sin sentido, pero que se lo piensan bien es completamente posible: ¿Sería posible elegir democráticamente a nuestros jefes?
Yo le pregunto a usted, persona que trabaja en una empresa pública, que sabe cómo funciona la cosa en la pega, donde las papas queman: ¿El director nuevo que llegó nombrado porque se cambió de gobierno (no sólo ahora, sino que los que habían antes), es tan bueno como le dijeron o parece más que colocaron al pariente de alguien?
Una medida efectiva para acabar con el nepotismo y el compadrazgo, tradiciones que se arrastran desde el siglo XIX en Chile, sería que los propios trabajadores escogieran a quien creen que por sus capacidades o méritos puede regir los destinos de la empresa.
Otro aspecto a considerar es que esto le daría continuidad al trabajo realizado. Cuando alguien nuevo llega se rompe en cierta forma con lo realizado anteriormente tratando de destruirlo para comenzar algo nuevo de forma radical. Además daría mayor representatividad y motivación a la participación a los trabajadores el hecho de elegir al jefe de forma literal.
Partiendo de la base que las empresas privadas se rigen por reglas propias y que las empresas públicas tienen algún grado de relación con el Estado se puede hacer un cambio innovador a través de un plan que puede denominarse “Yo elijo: Plan Nacional de Elección de Cargos en Servicios Públicos”, coordinado por el Ministerio Secretaría General de la Presidencia, que vela por el seguimiento de los proyectos de ley. Para ello, se pueden nombrar coordinadores regionales y locales que se acompañen de asesores externos que velen por la transparencia del proceso.
Luego de preguntar en votación a todos los trabajadores si quieren someterse al plan luego de ser explicado, con una respuesta afirmativa se puede preguntar si quieren que siga la actual administración o si debe ser cambiada. En caso de que se rechace la propuesta de ratificación de los directivos en ejercicio se les puede solicitar a los trabajadores que propongan desde ellos mismos a quién creen más capaces de conducir de buena forma a la repartición pública. Cualquier decisión que se tome deberá, eso sí, estar ratificada automáticamente por los organismos del Estado correspondientes para asegurar el cumplimiento estricto de los acuerdos tomados.
Lo más seguro es que los políticos y prensa opositores desacrediten el proceso mostrando cifras y balances que apunten a que los nuevos escogidos son menos eficientes que los que puedan nombrar los gobiernos. Pero, ¿Quién mejor que una persona que trabaje en la empresa para saber cómo funciona y mejorarla? ¿Por qué no creer en los trabajadores, el recurso más valioso de una empresa, y en su poder de acción? ¿Tanto miedo tendrían los políticos y los empresarios de este proceso y de ver cómo los trabajadores responden?
El que no tenga ningún pecado que arroje la primera piedra, y el que tenga una mejor propuesta de participación similar a ese nivel que lance la primera propuesta. Porque cada trabajador sabe cómo funciona la empresa. Eso le da más legitimidad a su nombramiento que cualquier cargo impuesto desde la amistad de quien esté al mando.
Porque de eso se trata la democracia: de que todos participen. Con esto se suma una nueva reforma: a la elección de la dirección pública.
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