Anteriormente se analizó de forma muy breve la nueva crisis moral que atraviesa la república chilena como causa de la baja participación de las personas en diversas instancias de asociación y consulta de políticas públicas. Hoy corresponde el turno a analizar a la alianza fatal que nos tiene en esta situación.
A todas las causas anteriores podemos sumar la segregación política de algunos grupos de los círculos de poder capaces de tomar decisiones importantes; las imposiciones culturales de algunos grupos hacia otros.
Porque uno de los atentados más grandes a la democracia ha sido que unos pocos líderes de opinión aplasten a otros marginándolos porque no cumplen con ciertas normas basadas en preceptos religiosos o sociales. Intentando manejar a la opinión pública y con base, por cierto, en el poder eclesiástico, se han discriminado a grupos que no necesariamente son minoría numérica con el fin de rescatar y resaltar lo que “está correcto”.
Independiente de la creencia que usted tenga, ¿Se puede negar el inmenso poder cultural que tienen, por ejemplo, las iglesias en nuestro país? Y si le hacemos alianzas con quienes detentan poderío económico nos encontramos con una fuerza casi incontrarrestable. Durante el siglo XIX se les hizo más fácil manejar el Estado y construirlo a su manera; pero, durante el siglo XX las masas se les vinieron encima.
Política, dinero y religión han hecho una alianza implícita que se ha manifestado en la construcción de nuestra institucionalidad. Este tejido, finalmente, es el que ha bloqueado cientos de acuerdos que benefician a las grandes masas o han permitido generar las grandes transformaciones que necesita el Estado.
Las crisis son los momentos en los que los grupos de poder denotan la forma que tienen de resolverlas, ya sea por acuerdos o por el uso de la fuerza. Apliquemos esto, por ejemplo, al conflicto estudiantil: la alianza política-dinero-religión se conjuga para evitar la concreción de que el Estado (principal garante para que todos juguemos en las mismas condiciones) se haga cargo de este sistema basado en la gratuidad y el acceso universal bajo la premisa que restará libertad a quienes consideran normal la situación actual.
La primera materialización: los medios de comunicación que guían a la opinión pública (que no tiene acceso a la diversidad de información que entrega internet) a que piense que, por poco, sustentaremos la educación de los más ricos.
La segunda materialización: la Constitución, ese acuerdo elaborado por Jaime Guzmán que elaboró (claro, en conjunto con otros de su misma especie) el texto más conservador en un siglo y medio, en el cual se prohibieron cuantos obstáculos había a la materialización de algunos anhelos sociales. Léala un ratito y después busque el resumen de la Constitución de 1925; sorpréndase con las diferencias.
Es ley que cuando los ciudadanos comunes y corrientes se unen para romper ese tejido (como es lógico, liderados por una élite intelectual) son rechazados por todos los medios que ponen a su disposición. Siempre pasa porque no son capaces de dialogar haciéndose un flaco favor y evitar derramamientos de sangre o mártires innecesarios cuando se saben hacer las cosas.
Independiente de lo anterior, la culpa del sistema político también recae en que no existe en muchos personajes de la clase política la separación entre sus intereses y la verdadera representación de los ciudadanos que lo escogieron. Es decir, en el papel la Iglesia y el Estado se habrán separado; mas en la realidad muchas veces siguen juntos.
El día que la unión política- dinero-religión deje de operar en las mentes de quienes detentan poder vamos a poder conversar tranquilamente. No se trata de derribar el Estado ni de cambiarlo todo mediante una revolución universal sangrienta en la que terminemos todos muertos o en cárceles, sino que es hacer la justa petición de hacer funcionar el sistema como fue ideado: para que todos sus hijos tuvieran las mismas oportunidades de progresar sin necesariamente explotar al otro. Porque la diferencia está cuando unos cuantos se aprovechan de todos los demás.
Cuando dejen participar a la gente de forma limpia y transparente, sin influencias ni grupos de poder de por medio, ese día las cosas van a andar mejor y los grupos de poder tendrán su anhelada paz social para poder seguir progresando.
Y ahí recién los indignados que tanto les molestan dejarán de indignarse.
2 comentarios:
Hola, antiguamente cuando no había esa masificación de la información como hoy todo se tapaba con metirás y engaños de parte del poder político, sobretodo en las candidaturas políticas en donde prometía las mil y una noche.
Ahoras, las nuevas plataformas tecnológicas hacen que los ciudadanos, que tienen acceso a las plataformas tecnológicas hagan que juzguen y critiquen más al poder político en general, inluyendo este gobierno de turno, acción que los líderes de opinión temen cada día más.
De terminar esa supremacía de poder - iglesia y dinero, creo que no, seguirá pero de forma más escondida y encubierta.
Saludos cordiales.
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