El ser humano es uno de los animales más complejos de la existencia. Si lo pensamos bien, no somos más que una cabra o una jirafa y, finalmente, si nos destacamos es porque tenemos mejor capacidad de adaptación (lo que nos ha llevado a mirar a las demás razas como inferiores). Es en esta complejidad que transitamos por la existencia a través de múltiples hechos, vivencias, historias y sueños.
Desde mi perspectiva, nos movemos por ciclos. No nos damos cuenta, muchas veces, cómo comienza una historia (y cómo van terminando otras). Principalmente pasa porque, si bien tenemos una capacidad prodigiosa de pensar, razonar y reflexionar, no sabemos utilizarla. Vamos caminando por la vida sin mirar al lado y sin reconocer quiénes somos y qué hemos sido. Nos levantamos en la mañana y vamos al trabajo apurados, volvemos a la casa muy cansados, vemos tele, nos acostamos y sería hasta el otro día.
Por eso es importante fijarse cómo vamos construyendo nuestra vida y los ciclos que de ella forman parte. Es importante también ver cuando empezamos una historia con alguien de nuestra familia, con un amigo o con la pareja, porque nos permite ver de mejor manera cómo hemos llevado esa historia y las deudas pendientes.
Llevemos esto, pues, a tres caminos diferentes: la familia, los amigos y la pareja.
En el primer caso, son “la familia que nos tocó”. Como nadie nos enseña a vivir, simplemente coexistimos con la mamá, el papá o los hermanos y, cuando peleamos, tratamos de solucionarlo rápido porque así había que hacerlo. Y vamos acumulando, muchas veces, rabias pasadas que jamás conversamos y a veces algunas personas mueren sin solucionar esos conflictos. Cerrar los ciclos es importante aquí porque nos permite hablar lo que nunca hablamos, a la cara y sin filtro. Si no lo hacemos es porque nos encontramos con problemas que se arrastran incluso desde la niñez; conflictos que jamás tuvieron respuesta y tenemos miedo de enfrentarlos.
Los amigos son la familia que uno escoge. Les contamos nuestras alegrías y compartimos nuestras penas, nos acompañan a todas partes y nos aconsejan cuando queremos caer. Sin embargo, cuando se forman relaciones en las que ponemos muchas esperanzas después, cuando nos peleamos, es casi irreparable. Cuando queremos, desde el alma, cerrar los ciclos para evitar después los conflictos, conversamos las cosas que no nos dijimos y solucionamos los temas pendientes. ¿Y qué ganamos? No andar pelando por detrás, no andar llorando por las historias idas y no andar tristes diciendo “por qué no lo hice”.
En la pareja es una situación un poquitito más compleja. Siento que, cuando uno quiere embarcarse en una relación con proyecciones a futuro, debe quedar sano de todas las historias anteriores. El problema es cuando uno de los dos no está lo suficientemente liberado: se corre el riesgo de que se dé cuenta que en realidad no solucionó temas pendientes (o, lo que es peor, en realidad no quiere estar con la actual pareja). Cerrar los ciclos se vuelve súper importante porque conversar los temas anteriores es liberarse de los fantasmas del pasado y disfrutar el presente.
Cada cual sabe qué es lo que tiene pendiente y lo que nunca conversó, cómo le gustaría conversarlo, en qué circunstancias y de qué forma. Cada persona sabe cómo desahogarse, cómo prepararse y cómo contactar a la otra persona para decirle lo que nunca habló. La invitación de hoy es a anotar en una lista o pensar bien los fantasmas del pasado para resolverlos y hacer que el presente tenga un sabor un poquitito más dulce.
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