Tweet Segui @dini912030 Maleta de Opiniones: Aprovechadores históricos

13 febrero, 2012

Aprovechadores históricos

Advierto a los lectores: algunas palabras de las aquí lanzadas pueden provocar polémica. Si no se atreve a leerlas, cambie de canal.

Desde junio del año recién pasado, en distintas plataformas virtuales, he expuesto diversos argumentos que explican mis diversos puntos de vista sobre situaciones que me parecen dignas de crítica. Sin embargo hay un aspecto que se me ha escapado y que en esta ocasión quisiera compartir: una crítica a la gran mayoría de historiadores nacionales a través de dos casos representativos.

El eterno relato del “asilo contra la opresión”, la base de los libros de texto del sistema educacional chileno, ha sido contado por diversas personalidades en los siglos XIX y XX. Ya lo hicieron, con mucho éxito en la élite santiaguina (por ende, nacional), Benjamín Vicuña Mackenna, Diego Barros Arana y Francisco Antonio Encina. Todos ellos confluyen, actualmente, en uno de los más reconocidos en el área: Sergio Villalobos. Este gran historiador nacional, no obstante, ha escrito obras de alto valor reconocidas por todos los círculos.

Sin embargo, ya retirado, vive de sus glorias pasadas. Sus últimas dos obras narran hechos generales de nuestra historia y critican a diestra y siniestra a todos por igual para poder él reafirmar sus propios logros haciéndose “el bacán”. Su tesis se basa en que “todos escriben por moda, yo lo hice antes porque era un adelantado”. Su gran meta es morir como Barros Arana: escribiendo hasta con fiebre (y me atrevo a especular que con la señora recostada también en la misma cama).

De seguro, ya a estas alturas ha escuchado hablar de Gabriel Salazar, el antípoda del profesor Villalobos. Torturado, hombre de esfuerzo y notable valor, ha revisado nuestra historia de manera tan magistral que siempre nos deja cuestionándolo todo. El Premio Nacional de Historia lo tiene más que merecido y, por cierto, sus argumentos han sido la inspiración para muchos.

Sin embargo, tiene un problema medular. Haga la prueba: tome un libro en el que hable de economía y pruebe cuánto se demora en leerlo sin tener los conocimientos previos. Aunque tanto en política como en esta área es un maestro cuesta a veces entenderlo por la plaga de tecnicismos que se encuentran entre sus páginas.

Ambos historiadores representan una realidad común: el que son aprovechadores históricos. Estas dos reconocidas figuras pertenecientes a los círculos historiográficos ocupan palabras que son, a veces, complejas de entender y escriben en un lenguaje que es engorroso y lejano a los sectores desde donde se extrae la información. Es decir, toman los hechos que ocurren en diversas épocas “del pueblo”, los ordenan y referencian con muchos libros y los dejan en obras que llevan su nombre. Al final, alimentan su propio ego pues los libros son caros y la gente no tiene acceso a leer su propia historia en esos tomos.

Se aprovechan de las cosas que nos pasan o nos pasaron a nosotros o a nuestros antepasados, las llenan con formatos que entienden sólo en los círculos académicos o de estudiantes y no los devuelven a la comunidades de donde los quitaron. Se “lavan las manos” dejando esa labor a los profesores y, si tienen edad avanzada, se tranquilizan diciendo “les corresponde a ustedes porque nuestro tiempo ya pasó”.

Hay que aspirar, entonces, a hacer una historia pedagógica, que al principio del libro tenga algunas orientaciones para su lectura y las palabras clave para entenderlo o cómo el autor abordará ciertos temas. Debe procurar que la gente se entere de lo que está escribiendo y sobre quiénes para que estén atentos y hacerles llegar, por diversos canales, la información para que efectivamente apliquen esa historia para comprender su presente fuera de la escuela. Hay que hacerles llegar la historia, que nos pertenece a todos, en un lenguaje sencillo que puedan entender tanto el académico con postgrado como el camionero o el albañil.

Sólo así el historiador deja de ser un aprovechador y devuelve a la gente lo que le pertenece. Porque eso es hacer historiografía: extraer los hechos “del pueblo” y devolverlos donde los sacó. Lea a un Alfredo Jocelyn-Holt o a un Felipe Portales, ellos les darán algunas luces sobre lo que digo. No, perdón, como ellos son ensayistas no cuentan, porque son los parientes pobres de la historiografía.

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