Es inevitable preguntarse después de leer que el Gobierno chileno, representante de la soberanía popular, permitirá la absoluta explotación privada del oro del futuro: ¿Qué dirán Frei Montalva y Allende si los vieran hoy? ¿Qué pensarían aquellos que aplaudieron la decisión de chilenizar y nacionalizar la viga maestra de la economía, sobre la situación actual? Enmudecerían de asombro.
Una cosa es que, en algunas áreas, la empresa privada lo haga mejor que el sector público; pero otra cosa muy distinta es que le traspasemos todo para que lo explote y regule para ganancia propia, aun sabiendo los errores históricos que hemos cometido y las consecuencias que ello trae. La historia no es una bola de cristal que predice el futuro, pero contiene algunas claves para entender el futuro. Jugaré hoy a ser mago.
No, señor Presidente, el salitre no se acabó. El mundo privado lo explotó hasta que no se pudo más porque no era la ideología imperante que pasara a manos públicas y el Estado tampoco quiso hacerse cargo. Era parte de una maquinaria económica extremadamente dependiente, que pudo haber hecho a Chile desarrollado económicamente si no hubiera tenido una clase tan parasitaria como inconsciente, que se desarrolló sobre bases tremendamente frágiles.
Los años ’60, donde se desarma esa especie de “puzle perfecto” del Jocelyn-Holt, traen el traspaso hacia lo público del cobre. Una materia prima que nos ha dejado tremendos dividendos y que ha permitido sustentar, en gran medida, el desarrollo económico nacional en la actualidad. Sin embargo, parece que nuevamente la participación privada nos gana en tecnologías y procesos, lo que nos deja nuevamente retrasados.
Hoy, cuando tenemos una nueva oportunidad de asegurar el futuro (sin descuidar, claramente, la diversificación económica y el impulso industrializador que nos permitirían ser efectivamente desarrollados), desaprovechamos una carta segura. Nuevamente, cuando podemos estar a las puertas del eterno sueño económico, nos matamos viendo cómo los privados por opción propia “nuestra”, o de quienes representan la soberanía popular” desaprovechan una nueva oportunidad.
En el futuro este llamado de atención será efectivo, lo aseguro. Y cuando queramos revertir el proceso preguntándonos cómo deshacer el camino andado será muy tarde. La pilas ya no llevarán litio con bandera chilena y nosotros nos habremos farreado aberrantemente, por opción de nuestros gobernantes sin tino histórico ni social, una nueva oportunidad de desarrollo más justo y más equitativo para todos.
Por eso, cuando un día digan en la televisión “Chile es tuyo”, mejor pregúntense: “Chile, ¿Es tuyo?”.
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