Tweet Segui @dini912030 Maleta de Opiniones: De Giorgio Jackson a Sebastián Piñera: ¿Cómo hablan nuestros líderes?

02 julio, 2011

De Giorgio Jackson a Sebastián Piñera: ¿Cómo hablan nuestros líderes?

Quiero comenzar saludando a todos los que han pasado a leer las dos columnas anteriores y me han hecho sus comentarios tanto en twitter como en persona. Ha sido gratificante saber que a muchos les ha parecido interesante el análisis de la realidad nacional desde otra perspectiva. Hoy estoy en nueva casa para guardar aquí las crónicas políticas y de actualidad, mostrando quién está detrás de estas palabras.

Ya que pudieron apreciar al principio que tengo algunos conocimientos en comunicaciones, esta vez quiero referirme a un problema estructural se nuestros líderes, en todo tiempo, época y lugar: la forma de hablar. Esto es sumamente importante a la hora de exponer las ideas: puede marcar la diferencia entre el salto a la cima de la fama o el hundirse en lo más olvidado del recuerdo popular. Incluso, se puede hundir a una persona por este aspecto. Para ilustrarlo voy a tomar algunos casos representativos, en boga actualmente: Giorgio Jackson, Pablo Lorenzini, Juan Antonio Coloma, Ena Von Baer y el (no muy bien ponderado por estos días) Sebastián Piñera (comparándolo con Keiko Fujimori, para que vean cómo esto hace la diferencia).
¿Cómo puede ver usted como observador, televidente o amigo si una persona es un buen orador? Cuando alguien quiere exponer sus ideas y quiere ser efectivo con el público que lo oye tiene que tener una buena organización en las ideas, haciendo énfasis en los momentos de más consistencia y, cuando hay que apelar a la emoción, bajar la tonalidad. La mirada siempre debe ser firme, pero sincera (a veces se peca de arrogante; la idea es enfrentarse a otro siempre humilde y sincero, con ideas fuertes pero que nazcan del alma). A veces se puede saber mucho, pero si se habla mal será aburridísimo; a veces es preferible escuchar a alguien que sepa poco, pero que maneje bien las ideas y las exprese de igual manera.

Desde que el movimiento estudiantil comenzó a tomar ribetes más amplios que los de 2006, en los cuales el país llegó a girar en torno a una masa ya poderosa, se perfilaron dos figuras clave: Giorgio Jackson y Camila Vallejo (de quien debo decir que es una de las personas con mejores argumentos para convencer, de buen tono, pausado, potente mirada y bonito aspecto; cuesta oponerse, la verdad). Al primer mencionado lo he observado bastante en las noticias y he puesto atención especialmente en el pequeño debate sobre el lucro hace algunos días en el canal estatal. Si bien los argumentos que se defienden no son menores no cualquiera puede defenderlos así: con una buena postura (espalda recta, mirada al frente, cambios de tonalidad en los momentos exactos). Es como si al oponente le dijera “venga, dígame lo que quiera, lo escucho… pero le voy a demostrar que está equivocado por, básicamente… la realidad”.

A la fecha de publicación de esta columna, estamos a las puertas de celebrar el Bicentenario del Primer Congreso Nacional, el 4 de julio (el que se quiera cambiar la fecha de la cuenta pública no es porque sea un homenaje a Estados Unidos, sino porque el General Carrera lo inauguró en esta fecha, lo que demuestra otras “coincidencias” históricas). Y he querido seleccionar a uno de sus miembros más destacados en este tema: Pablo Lorenzini (DC). Si usted revisa sus participaciones en el Congreso, verá que abusa de un recurso que, en pequeñas dosis, es letal para un opositor: el enfatizar algunas ideas subiendo la voz más de la cuenta. Él puede convencer de una manera muy poderosa a quién sea, pero muchas veces abusa del recurso. Sin embargo rescato algunas referencias que quedarán en el anecdotario nacional: cuando los Honorables recibieron un cuchuflí para representar lo que se podía comprar con un sueldo mínimo, cuando recomendó que los pobres nos tomáramos un Tapsín para afrontar el dolor de cabeza por el debate del reajuste salarial de este año, entre otros. Póngale atención cuando lo vea y se acordará de mí. A pesar de ello es un excelente orador. Tengo la impresión de que cuando debate con él le dirá “me va a disculpar, pero no tiene razón por (metralleta de argumentos”.

Juan Antonio Coloma, Senador (UDI), es una de las figuras representativas que he decidido tomar para este análisis. Cuando le observo a través de la televisión no puedo dejar de ver un hombre que trata de exponerlo todo con calma, enfrentando las pasiones de muchos de sus opositores para hablar (dicho sea de paso, muchos de los oradores de izquierda, dirigentes de movimientos sociales y políticos y de asambleas varias de diversas carreras se caracterizan por exponerlo todo en la modalidad de “metralleta”, sin dejar hablar; los personeros de centro y derecha lanzan sus argumentos de forma más clara, ordenada y pausada lo que, de paso, enerva hasta el fondo del corazón a quién se opone). Felicito la forma en la que habla, a pesar de que algo en su mirada me hace desconfiar. A modo muy personal, siento que oculta muchas cosas, lo que le resta credibilidad a sus argumentos.
Ena Von Baer, quién se define como “hija de agricultor”, actual vocera de gobierno, debiera a título personal tomar un tratamiento fonoaudiológico. La voz de la actual administración no es la más indicada: es demasiado alta, cansadora, hace que los argumentos “atosiguen” al oyente. Le falta la frontalidad de Francisco Vidal (otro caso de abuso de los tonos altos de voz), la libertad de barreras de Carolina Tohá (recordemos que la vocera actual proviene de Libertad y Desarrollo, lo que la limita para realizar algunos comentarios. Revise sus declaraciones y se dará cuenta que, a pesar de que habla muy bien su voz la limita bastante.

Y, finalmente, mi “víctima” frecuente: Sebastián Piñera (a estas horas pensará que soy opositor con ganas: no se equivoca, lo soy, pero creo que es necesario poner algunas cosas sobre la mesa para aportar al debate). Es increíble cómo (para muchas personas) pasamos de tener un personaje en el poder que, a un número importante, le daba orgullo ver cada día a tener que “soportarlo” en la televisión a diario. Debe estar muy mal asesorado o debe ser muy impulsivo (probablemente la segunda), porque lanza la primera idea que se le viene a la cabeza. Palabras como “marepoto”, “tusunami”, “alberdegue” y otras tantas generaron ya la categoría de “piñericosas” en Wikipedia. Al dar una declaración se mueve entre los tonos altos, tonos bajos y el alargar las cuatro últimas palabras de su frase. Es repetitivo y conocido su tono de voz y sus tres o cuatro frases repetidas, como “arriba los corazones que ya vendrán tiempos mejores”, que a los delincuentes “se les acabó la fiesta” y así tantas miles que no vale la pena recordar para no hacer de esta columna un testamento.

Le dejo un enlace con su símil peruana: Keiko Fujimori. Si revisa sus propuestas de campaña muy detalladamente se dará cuenta de que son las mismas propuestas pero que, dichas con el tono de voz adecuado, son mucho más convincentes. Incluso algunas que rayan en el populismo fácil son creíbles si se utiliza el tono de voz adecuado y la forma correcta de expresarlas. Vea, a lo menos, el primer minuto del video, y me dice si no se parecen en varias cosas (http://www.youtube.com/user/keikopresidente#p/u/56/ByMIwczWPh8).

Al finalizar no puedo hacer más que hacer un llamado a nuestros líderes o a quienes toman contacto con ellos: que se fijen en cómo hablan. Las ideas no bastan: el orador debe ser un hipnotizador que encante a la gente con lo que se quiere exponer, de forma coherente y clara, con buenas ideas en un discurso coherente. Y en la misma vida diaria: enfrentarse al otro con sinceridad y argumentos claros para poder ser convincente con lo que se quiere conseguir, para llegar a ser un buen orador.

Puede que se me discuta que importa más lo que se hace que lo que se dice: puede ser cierto, pero también es bueno, en su justa medida, combinar las buenas acciones en el poder con una gran oratoria. Así no estaremos ante la presencia de un payaso que habla muy lindo desde otro punto muy lejano del país o ante un excelente orador que no hace nada.

Dejo abierto el debate.

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