Estamos en tiempos de constante cambio en el desarrollo político del país, ante una etapa única en el desarrollo de los movimientos sociales chilenos. Incluso, para Gabriel Salazar, premio nacional de historia, según sus declaraciones en un programa de televisión emitido recientemente, estos son los movimientos sociales más grandes que se han visto jamás.
Al Presidente de la República se le pueden “achacar” todos los males habidos y por haber; sin embargo tiene una capacidad mágica para jugar al ajedrez. Es en estos momentos en los que se denota su talento para manejar acciones: como los paquetes accionarios en la Bolsa de Valores mueve Ministros como quiere: la UDI necesita una carta presidencial y deja a Lavín en Mideplan, la derecha necesita un candidato fuerte y carismático contra Bachelet y mueve a Golborne a OO.PP., con alto grado de figuración pública; necesita ordenar la situación en colegios y universidades y deja Bulnes en Educación. Como en la Bolsa deja sus fichas más riesgosas en lugares seguros y blindados, mientras que elimina las que puede prescindir. Ena Von Baer pagó un precio que se veía venir porque las críticas ya eran muchas. Sin embargo, Felipe Kast, que estaba consiguiendo avances en su ministerio y acercamiento transversal para sus proyectos asumió el costo político injusto. Alguien tenía que salir damnificado y, para mal de su sector y de muchos, salió perdiendo.
Pero no es de ello de lo que quiero hablar en esta ocasión. Hoy quisiera referirme a un aspecto sobre el cual en un comentario en este blog me hicieron referencia y que quisiera tratar un poco más en extenso. Hay un actor en todo proceso de movilizaciones que se hace relevante no sólo en estos tiempos, sino que en el trascurso del año. Es por ello que la pregunta central de esta columna es: ¿Cómo actúan nuestros profesores hacia nosotros en el año en general y en tiempos de movilizaciones?
Vamos a ir desde lo más simple hasta lo más complejo de digerir. Existen profesores que se toman de muy buena manera estos temas. Dan su apoyo irrestricto a cualquier tipo de manifestación y hasta son capaces de flexibilizar toda fecha de evaluación recalendarizando todo sin mayor problema. Si bien hay que considerar que, como todo funcionario son trabajadores y compatibilizan la pedagogía con otras actividades, está en la actitud de cada persona la relación que tiene con sus estudiantes. Por ello siempre se destacan este tipo de profesores, pues los diálogos se dan de forma más expedita y el proceso es más rápido.
Ahora, es más ideal todavía el hecho de disponer de un buen horario o, si no se puede, estar dispuesto a conversar con el estudiante sobre diversos temas. Que grato es cuando ante una dificultad uno se puede acercar a conversar con su profe y plantearle una situación complicada y poder llegar a acuerdo entre las partes. O que, dentro de lo posible y sin pasarse de la raya, poder postergar alguna evaluación si se presentan dificultades. No se trata, por favor, de aprovecharse del recurso, pero sí de comprender si la situación lo amerita. Eso no quita que haya gente que lucra (ya que está tan de moda el concepto) con esta situación y se pasa a la flojera. Dejemos a esta gente fuera del análisis. Conocí dos casos, uno de un profesor que postergó su ramo un montón de veces pero que al final se las supo arreglar bastante bien , y otro que dejó libres de acción a sus estudiantes para asistir a asambleas, postergando evaluaciones para la vuelta de este “receso”. Vayan mis saludos y reconocimiento a ellos.
Tenemos un tipo “intermedio”, que en un año “normal” puede tener una actitud de respeto y de distancia hacia los estudiantes sin perder el vínculo, respetándose los espacios. En él encontramos mayores dificultades a la hora de tratar una situación particular o de hacer una negociación colectiva con respecto a una fecha. En tiempos de movilizaciones podemos encontrarlos un poco recelosos, pero al final siempre se llega a un acuerdo. Personalmente conocí un caso de un profesor que en otros tiempos no fue muy llano al diálogo, pero que al año siguiente moderó su actitud y hoy mantiene una excelente relación con sus estudiantes. Vayan mis saludos para él.
Y aquí viene la parte más terrible (donde algunos ya se están imaginando los rayos y truenos con un fondo oscuro y música malévola), esa en la que nos acordamos de nuestros profesores que siempre andan desaparecidos y que a veces pecan de arrogantes. Me van a perdonar el siguiente análisis, pero no puedo guardarme este trocito de sinceridad y rabia que tengo acumulada desde hace un tiempo.
Hay docentes que se la pasan desaparecidos y dejan tiempo para la pedagogía como si fuera un trámite más o lo que se les olvidaba por hacer, preparando material sobre la marcha y subiendo documentos y lecturas por vía electrónica o enviándolas a los estudiantes antes de que ellos durmieran. Cuando se les busca nunca están porque tienen mil reuniones y nada de tiempo para a la atención de estudiantes.
Es más, algunos pecan de aprovecharse de sus ayudantes para que ejerzan el oficio por ellos. Puede que sean excelentes en su área y que hayan hecho mil estudios y perfeccionamientos fuera del país: el problema es que vuelven arrogantes con complejo de superioridad. Alguien muy cercano a mí pagó esas consecuencias. Incluso, recibió un trato muy mal de esta persona con una frase que, si se detienen un par de segundos a leerla con cuidado (piénsenla bien), puede marcar la vida de un ser humano. Profesor pregunta, estudiante responde muy atemorizado por la inseguridad y temor ante profesor que mira con duda. Estudiante, muy tímido, se olvida de esa parte de la materia, a lo que profesor le dice “Disculpe, ¿Y usted, qué cree que está haciendo aquí si no se sabe la materia? ¿Cómo va a llegar al examen global si está exponiéndome así? Váyase a estudiar y déjeme que estoy perdiendo tiempo” (algo así fueron los diálogos, con frases muy similares que resumo). Buen profesor pero con muy mal tino.
No quiero juzgar pero sí son opiniones parecidas las que rondan siempre detrás de nuestros profesores. A veces uno, como estudiante, le gustaría reconocer o criticar constructivamente a quienes nos forman para que existan mejores relaciones. Como estudiante uno no pide ser amigo de ellos ni mucho menos que nos posterguen evaluaciones eternamente. Simplemente pedimos que la pedagogía y el tino en el trato al estudiantado sea más frecuente y no lo último por hacer, que haya mayor preocupación en esta relación. No pedimos que cambie, quizás, el carácter completamente, pero sí que se haga una revisión de cómo actúan en el día. Pedimos que, ante situaciones difíciles que escapen a lo académico o ante una movilización, entendimiento sin arrogancia para poder recalendarizar y cumplir “en horario diferido” y siempre que todos puedan lo que corresponde. Nadie pide no hacer nada, sino que un poco más de voluntad para conversar sin que ninguno de los actores se “pase de la raya”.
No pretendo tampoco establecer una ley sobre cómo se comportan nuestros profesores sino que establecer algunas características comunes tomando en cuenta la disponibilidad de tiempo, que siempre es poca y se entiende, la actitud que se toma frente a un año “normal” respetando los tiempos que uno tiene para estudiar y prepararse ante una evaluación, y la actitud misma que se tiene frente al estudiantado. Si se logra conciliar la pedagogía con el buen trato y la voluntad podemos llegar a grandes cosas y navegar todos juntos. Espero se haya entendido la idea.
De paso, un saludo a todos aquellos profesores o estudiantes de pedagogía que lean esta columna, para que ninguno repita estas malas prácticas que hacen daño a la buena convivencia en la sala de clases.
Le dejo sí una pregunta para la reflexión, ¿Qué nota le pondría a su profe en tiempos de evaluación? Piénsela. Ahora sí, dejo abierto el debate.
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