Tweet Segui @dini912030 Maleta de Opiniones: "Monarquía Presidencial": ¿Es Sebastián Piñera la suma de las peores herencias de nuestra historia presidencial?

01 julio, 2011

"Monarquía Presidencial": ¿Es Sebastián Piñera la suma de las peores herencias de nuestra historia presidencial?

“Monarquía presidencial”. Esas dos palabras pueden parecer inconexas en este devenir cambiante que se llama democracia. Un sistema político pensado para un número no superior a las 50 mil personas en Atenas, y copiado por múltiples ciudades-estado. En ella, la más pura (que al igual que ahora representaba los intereses de quienes poseían dinero y, por ende, tiempo para hacer política), se garantizaba una representación efectiva. Por lo menos, más que ahora.

En una columna anterior, me he referido al rol de Diego Portales como comerciante fallido. Hoy lo quiero señalar como un transformador. Ni más ni menos que eso; efectivamente este hombre cambió una realidad amoldándola a su visión de mundo contenida en la Carta Magna de 1833. Debía venir el gobierno fuerte y centralizado bajo el alero del “palo y bizcochuelo”, que debía imponerse por sobre todas las cosas con un halo omnipotente digno del régimen monárquico. El Presidente de la República concentraba muchas funciones (como la mencionada por Clara Sczcharanzky en “Estado Nacional” por el indulto presidencial, que tiene el mandatario para decidir por la vida de alguien): ejemplo de ello son las del veto y restricción de las libertades.

El sistema actual no ha variado mucho desde el siglo XIX. Sebastián Piñera, actual Presidente en ejercicio, concentra en su persona e ideología lo peor de la historia presidencial chilena: Arturo Alessandri Palma (a quién estimo ciertamente por su dominio de las masas), Carlos Ibáñez del Campo (una dictadura, una democracia y homosexuales arrojados al mar por la intolerancia), Jorge Alessandri Rodríguez (la más tímida Reforma Agraria) y Augusto Pinochet Ugarte (en el período de Junta de Gobierno como en le presidencial). Vale la pena hacer una pequeña reseña para demostrarles que Chile pareciera que cambia, pero en realidad se queda igual.

En este caso no puedo alejarme de estas cuatro figuras que marcaron el siglo XX, cambalache problemático y febril. Arturo Alessandri Palma, reconocido liberal, amante de los libros sobre psicología de las masas, era capaz de manejar una masa de diez mil personas todos los días que no se movían hasta que les hablara. Sin embargo, a pesar de la espectacularidad de su campaña, innovadora en el uso de las imágenes cuando ni siquiera la televisión nacía, continuó ejerciendo uno de los gobiernos más represivos de nuestra historia patria. Las huelgas aumentaron a niveles exponenciales año con año, varias con resultado de muerte (si quiere saber más del tema le recomiendo dos libros muy buenos “Los mitos de la democracia chilena” y “Psicología de las masas”, dos libros que le llegarán a dar risa y rabia con las similitudes históricas con la actualidad). Sobre él rondan mitos que dicen que si entraban tres comunistas, tres radicales y tres conservadores salían nueve alessandristas, o algo así.

Carlos Ibáñez del Campo, uno de los peores gobernantes de nuestra historia, se caracterizó por ser el antípoda del anterior: viudo, reservado, dicen que solamente con la mirada era capaz de manejar cualquier situación. Pragmático, ejerció el primer golpe de Estado por carta. Al ser el único ministro en función, Alessandri no podía hacer nada. Ambicioso como ninguno, escaló de ser un simple coronel a dominar la voluntad de Emiliano Figueroa en los años 30. Con los recursos del salitre realizó algunas obras de consideración, y creó instituciones como la Contraloría General de la República, vigentes hasta la actualidad. De pensamiento corporativista en sus orígenes (se entrevistó con el mismísimo Mussolini en su oficina), su dictadura se caracterizó por reprimir con violencia extrema a quién se le opusiera: a los homosexuales se los “fondeaba” al fondo del mar. Encarnaba los valores del militar que buscaba el orden y el progreso, tapando las dificultades con un cerco comunicacional que sólo rompieron las manifestaciones sociales. Así fue como, tras no poder controlar las opiniones de la gente, en la efervescencia se tuvo que ir. A él le siguió la “anarquía” o menos conocida como Republica Socialista de Chile.

Jorge Alessandri Rodríguez viene a suceder al “Caballo” Ibáñez luego del término de su contrato, con un general viejo y cansado. Representa las aspiraciones de una oligarquía que ha llegado pocas veces al poder después de 1925: estos gobiernos han sido los intentos desesperados por controlar el poder perdido por siglos, quién sabe, desde los tiempos coloniales. Bajo su mandato, en el cual se apreció a un hombre de pocas palabras, se aprobó el plan de la Alianza para el Progreso, en el cual se contaba, para frenar el avance de la ideología de izquierda que imperó en la década de 1960, crear Reformas Agrarias para solucionar estos problemas. Fue llamada como la “reforma del macetero”: se repartieron las tierras más malas. Tuvo que venir alguien de centro a solucionarle el problema: realmente muy pragmáticos serán, pero no saben hacer las cosas bien. “Seriedad fiscal”, le llaman hoy.

El más dañino dictador de América Latina, Augusto Pinochet, responsable político directo de la desaparición y asesinato de más de tres mil personas, destructor de las vidas de miles de familias, de los movimientos sociales y de los últimos rasgos del Estado de Bienestar que en parte nos defendía (como gasta mucho en nosotros, la gente, no es “Rentable socialmente”; ¿Alguien alguna vez había escuchado ese término?). Este hombre se caracterizó por el dominio de los medios de comunicación a falta del dominio de las opiniones y las conciencias: actos espectaculares, imposición del nacionalismo, prensa absolutamente a sus pies. La economía crece a ritmos insospechados: Chile es un milagro, todo está bien, no es necesario protestar. Por eso, como tiene más plata en la billetera y todo anda bien en el país (aunque la gran mayoría de la gente le sigue yendo mal), no hable. Pan y circo.

¿Qué tienen en común todos estos breves episodios? A todos los sacaron los movimientos sociales y los ciudadanos de a pie. Ya sea por la vía electoral o el hacer que estalle la realidad en la cara. Sebastián Piñera representa actualmente lo peor en la escala de los Presidentes en la historia de Chile: reformas espectaculares (como el adelantar las elecciones su gran primera reforma constitucional que pesa menos que un “Candy”) con una letra chica más grande que la Ruta 5, anuncios que quiere que se aprueben sin condiciones (rescato las palabras de la Senadora Rincón sobre el proyecto de Post-Natal, diciendo que “con qué cara iba a decirles a los habitantes de su región que para que el hombre tuviera un mes del beneficio había que quitare un mes a su mujer).

Representa, además, lo peor de nuestra Monarquía Presidencial: concentra muchas funciones que le corresponden a los demás poderes del Estado. Si bien esto viene desde antes, con Pinochet, hoy se repite la misma historia de los 17 años de noche eterna: el habla, los medios repite, la gente (no) obedece en su mayoría.

Se encuentra en un sistema parecido al de la Constitución de 1833, queriendo rescatar el espíritu de Diego Portales: si revisan las reformas en la página del gobierno (www.gob.cl/cumplimiento) se pretende hacer exactamente lo mismo: quiere quedar como el gran transformador de Chile. Y las coincidencias no son pocas: Piñera, si bien es famoso por ser el símil del Rey Midas (todo lo que toca lo convierte en oro), es más famoso por ser especulador. Dicho sea de paso: su esposa se estira la cara más que un chicle, su hermano carretea como un veinteañero en un cuerpo amorfo y se ve siempre acompañado de alguna mujer que está dispuesta a acostarse con él por ganar dinero (en otros tiempos se llamaba prostitución, hoy algunos se empeñan en llamarle “modelaje”; la anterior esposa bailaba el caño y nadie decía nada). Si quería parecerse a los Kennedy más se parecen a los Cárcamo: estamos todos saliendo “pa’ atrás, pa’ atrás pa’ atrás”.

El gran error de la oposición como clase política en general es no abrir las puertas al debate y las opiniones, como señalara un antiguo candidato a la Presidencia. Si no elaboramos un plan conjunto y transversal en donde tengamos como base reformas estructurales de corto, mediano y largo plazo (me aventuro a proponer nuevas estructuras para los Concejos Municipales: que cada concejal provenga de cada sector de la ciudad para hacerlo más efectivo), siempre en un marco de unidad y verdadera alianza, llegaremos a lograr grandes cosas.

Así como vivimos en la lógica del supermercado, como referí en la columna anterior, en donde podemos opinar pero “nos están mirando”, como diciendo “que no diga que no le advertimos”, desde abajo, desde los que sobran, desde los que opinamos con otro cristal, decimos hacia “arriba”: que no se diga que no le advertimos, la realidad le puede estallar en la cara. Se viene la encuesta CEP. Más bajo, quizás, no puede caer. La Corona de Chile puede que le quede grande.

Dejo abierto el debate.

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