Chile avanza a pasos agigantados hacia el desarrollo económico y al Ingreso Per Cápita de US$20.000. En este camino ha logrado importantes metas, como la disminución de la pobreza y la indigencia, la mejora de la infraestructura en la que se desenvuelve este progreso, y así miles de otras que por espacio no alcanzaría a nombrar. Sin embargo, la equidad en este país es uno de los problemas más grandes: mientras que unos ganan descomunales cifras al mes, con varios ceros en la cuenta corriente, otros ganan lo básico para poder subsistir. Este tema precisamente afecta de sobremanera en todos los temas del diario vivir pues muchas veces del dinero que ganemos dependen algunas acciones. Recalco, muchas veces, no por completo.
Otro de los grandes males de los países en vías de desarrollo es que se preocupan más de los avances en economía que en el bienestar de su gente. Y más en la gente que le va bien que en los más desposeídos. Más en cómo insertarlos mejor en la lógica del desarrollo neoliberal que en cómo ellos se sienten allí. Cabe recordar que uno de los nombres del neoliberalismo es el de Economía Social de Mercado. ¿Social? Sí, social. La idea es que todos alcancemos los frutos del progreso económico. Hasta ahí todo bien.
Pero, ¿Quién se preocupa de cómo lo pasamos las personas que nos encontramos en esta bicicleta de la cual no podemos bajar? El problema de este sistema (y de todos en general) es que cuando entras no puedes salir más. Te vuelves dependiente y necesitas tener tu propia platita. Necesitas ser el mejor en este mundo competitivo. Si no, no sirves. Todo ello redunda, en una parte, en un daño a la salud mental no sólo de los chilenos, sino de miles de personas en el mundo.
¿Han pensado alguna vez ¡por qué en el último tiempo se requieren mayores asesorías y trabajo sicológico en las empresas? ¿Por qué se invierte tanto en el área de recursos humanos?
He querido, en esta ocasión, analizar muy brevemente uno de los temas más relevantes en este mundo actual: el daño de la salud mental de muchas personas en la realidad de hoy. Como todo ser humano, necesitamos estar contentos no sólo con lo que hacemos, sino con nosotros mismos. Si bien problemas como la depresión y el stress tienen un componente genético en muchas personas también influye lo que pase fuera de la persona.
Y en eso hay tres características que he mencionado que importan a la hora del análisis: la competitividad, el trabajo y el dinero. Todo ello, para demostrar que urge revisar las políticas de salud mental en nuestro país.
Ser primero es ser el mejor, el que todo lo puede, el más capaz (o, como se dice por donde yo vivo, el más “choro”). Es el ícono (título que recibí de uno de mis jefes porque hacía más trabajo del que debía pero siempre callado, que es lo que se espera de un trabajador actual), el símbolo de la productividad en el mundo actual. El problema es cuando uno no es el primero ni el que recibe más por ello. Hay personas a las que se le presiona a competir y otras que se frustran con no tener ese puesto. En este punto comienza la frustración, la envidia, la necesidad por querer ser más y no poder. Todo ello redunda en una baja en el ánimo y en otros males como el no sentirse contento con lo que se realiza.
Ello no puede entenderse si no es en el marco del trabajo. Generalmente esta situación se da en lugares en los que se trabaja con muchas más personas y en empresas que dan la posibilidad de ascender en la jerarquía. Pasa que cuando se ve que uno como trabajador es capaz la carga laboral es aumentada (cuyo efecto principal es que uno llegue bien tarde a la casa); o pasa también que ante la necesidad de incorporar rápido al trabajador a la lógica de la empresa éste no funciona bien y se manda mil embarradas. Todo ello se traduce en lo mismo: baja en el ánimo y una fatiga feroz. Muchos tratan de aprender pero muchos otros no se sienten bien en la pega.
El tercer punto mencionado es el dinero. Y he aquí uno de los males de muchas familias chilenas de extracción media y baja. Muchas de las peleas son por plata, cuando no alcanza, cuando hay que pagar una cuenta, cuando se acerca la fecha de pago, cuando me aburro de hacer el pago mínimo, cuando los zapatos de la niña se rompieron, cuando hay que comprarle un material para mañana, cuando falta pan. Cuando se tiene, ningún problema, asunto arreglado.
Pero, ¿Qué pasa cuando tengo que decir, con el dolor de mi alma, no tengo? Problema familiar. No sólo impacta en la misma salud mental de la persona porque no puede hacer más (en muchas familias no queda de otra que recurrir al siempre salvador avance en efectivo o al préstamo de algún vecino o familiar); sino que también en la salud sexual del trabajador. Cuando no se puede arreglar el problema bajan las ganas. Y así nos vamos en una bicicleta que, si no se sabe solucionar, queda allí por mucho tiempo.
Por estas tres razones muy generales he querido ejemplificar que urge revisar las políticas de salud mental que tiene nuestro país. Siempre está el sicólogo de la posta, pero no muchos van a él. Si bien esta situaciones se dan en la vida laboral también se dan cuando se enfrenta una situación personal difícil, ante la pérdida de un ser querido, ante un conflicto interno, ante una separación. Y así miles de otros hechos en los que urge una ayuda externa.
No sería mala idea que el Estado, a través de los ministerios del Trabajo y (el futuro de) Desarrollo Social y Salud, trabajaran en alianza con las universidades para llegar a más lugares en nuestro país y revisar el estado de sus trabajadores en el tema mental. No sólo es necesario, es urgente, pues tanto nuestros trabajadores como jóvenes y mujeres lo necesitan. En esta alianza con estudiantes de sicología se puede llegar a las empresas, colegios, trabajos y otros.
Además, bueno sería que se iniciaran campañas informativas y de acercamiento a la comunidad. Aún está el prejuicio de que “cuando uno va al psicólogo es porque está loco”. Hay que erradicarlo de las mentes de muchas personas.
Por otro lado, en los colegios (tema al que me referiré en otra ocasión con más detalle) urge tener asesoría psicológica. Si vieran la cantidad de jóvenes que necesitan una ayuda profesional ante tantos problemas se espantarían. No sólo porque es una edad difícil en la que se “adolece”, sino porque muchos tienen historias detrás que afrontan solos.
En estas sencillas palabras he querido plasmar una realidad latente en nuestro Chile de la década del ’10: tenemos que preocuparnos de las políticas de salud mental. Porque si estamos contentos con nosotros mismos somos capaces de afrontarlo todo de buena manera y estar un poquito más felices y enamorados de la vida. No sólo es necesario, es urgente.
Dejo abierto el debate.
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