Antes de leer la siguiente columna quiero hacer la siguiente pregunta: cuando le preguntan qué estudia, cómo contesta: ¿Historia o Pedagogía en Historia? ¿Castellano o Pedagogía en Castellano? ¿Ciencias o Pedagogía en Ciencias?
Seguramente quedó pensando algunos segundos y llegó a la conclusión de que no lo dice muy a menudo. En la columna anterior titulada “Pedagogía: el hermano pobre de la discusión” he realizado un análisis de un aspecto olvidado en esta coyuntura histórica: la ciencia de la educación está siendo olvidada por todos. Todos hablan de nuestra profesión menos nosotros. No se quede, por favor, sólo con el título, lea la columna completa.
Durante décadas la profesión docente fue una de las más valoradas, por sobre otras como la de médico o abogado. Tras la Revolución Francesa y la reivindicación del cuerpo como símbolo de la libertad personal e individual los demás oficios nombrados adquirieron relevancia: el primero porque había que cuidar el medio que las representaba, el segundo porque había que defenderlas. Es así como, de modo gradual y a pesar de que la transmisión del conocimiento sigue siendo valiosa en la sociedad contemporánea, va cayendo por debajo de ellas.
Sin embargo, en Chile vivió una era dorada tras la instauración de las Escuelas Normales. Muchos de los que hoy estamos estudiando pedagogía fuimos formados por profesores normalistas. Siempre se cuenta que existía otra mística en la Escuela, una distinta que fortalecía los valores de la persona por sobre todo, el compañerismo, el amor por la profesión. Era la más valiosa y había que cuidarla como un tesoro.
Tras la adscripción a una nueva lógica con el Gobierno Militar debieron convertirse en un producto más de la oferta educacional de las distintas universidades. La “era dorada” de las Escuelas Normales había muerto para no volver.
Y yo me pregunto: ¿Dónde quedó ese amor que nos inculcaron tanto por la profesión? ¿Dónde quedan las prácticas tempranas vinculadas directamente al aula? ¿Por qué a muchos se nos enseña tanta teoría si al ser contrastada en el aula no se condice para nada con los apuntes del cuaderno?
Se pueden detectar fácilmente ciertas falencias en esta área, a saber:
· Las universidades no vinculan tempranamente a sus estudiantes con las prácticas (se limitan a la observación y no a la intervención; recién en quinto año tenemos una práctica “como la gente” en muchas casas de estudio).
· Comenzamos a ver gente con una beca que más que beneficio es una ESTAFA (la “vocación” se reduce a tener más de 600 puntos como si eso fuera garantía de algo y más encima si se arrepiente debe pagar la beca completa)
· Vemos estudiantes que ingresan a pedagogía sólo porque les alcanzó el puntaje (son bien bajas las exigencias para entrar, como si fuera una carrera fácil).
· Existen personas a los que jamás se les inculcó amor a la pedagogía y se introducen tanto en la especialidad que al final terminan con las ganas de investigar y no de llegar a hacer clases (y menos van a sentir ese amor).
· Después de titulados ganamos un sueldo mísero para todo lo que hacemos (planificar con el tiempo que ello implica; stress y dolores de cabeza, garganta y otros por la cantidad de estudiantes en sala a los que hay que enseñar de la mejor manera y de forma personalizada según la JEC; y preparar material).
· No tenemos el reconocimiento social que nos merecemos por hacer esta tarea que requiere de un tremendo esfuerzo emocional y de concentración.
· Nos encontramos ante el constante juicio de la sociedad por un trabajo en el cual todos se sienten con el derecho a opinar (pero vaya uno a decir algo del trabajo del médico, no ve que él es intocable).
· Estamos en un sistema de evaluación docente que es bastante cuestionable no en el sentido de que no se nos evalúe, sino que en su forma (el que tiene plata compra el portafolio y lo único que hace es grabar el video; ¿Y la ética?)
· Se nos engaña diciéndonos que primero la prueba Inicia será de referencia pero al final será obligatoria (administrada seguramente por las Universidades de Chile o Católica; y al que le irá mal en la prueba y no es mal profesor, ¿Qué va a comer? ¿Lo vamos a convertir en otro cesante ilustrado más?).
Esta columna puede saber un poco amarga al paladar por centrarse más en el reclamo que en la solución, a diferencia de las demás. Sin embargo, aunque suene repetitivo decirlo, si los profes lo dicen no es porque se quejen todo el día, sino porque la realidad de la profesión es así.
Por ello lo ideal es que en estos tiempos en que se discute una reforma educacional de proporciones se ponga sobre la mesa este tema importantísimo. Porque si se discute es sólo porque a las demás carreras les interesa cómo pagar la educación, no porque realmente les importe de sobremanera qué pasa con el profesor.
Porque si integramos a este actor fundamental en estos días vamos a ennoblecer y dar el adecuado reconocimiento a quienes realizan una de las labores más nobles del mundo: ser profesor. Para que ya no sea el oficio más desvalorizado de Chile.
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