¿Cuántas mentes creativas, capaces de transformar hasta los cimientos de nuestra sociedad, no se han perdido por estar trabajando? Sí, es una necesidad, hay que comer. No se puede vivir del pensamiento ni pensar todo el día, pues eso no nos da para vivir. Mucho más aun en este mundo competitivo en el que el mejor es el que trabaja de manera más eficiente.
Más de algún trabajador de nuestro país tiene un pensamiento superior al de nuestra clase política y de los líderes más conocidos de nuestra historia. Es que para poder dedicarse a la política y al pensamiento como profesión, en cuerpo y alma, se necesita dinero para costear todos los gastos diarios y mensuales. No se puede de otra manera.
Cuando entramos a trabajar en la mañana, mucho más si el ambiente de trabajo es bueno, lo hacemos con todas las ganas y el ánimo para cumplir nuestros deberes de la mejor manera. A la hora de almuerzo nos agotamos un poco, pero nos recuperamos con la comida y el reposo. En la tarde, lo único que queremos es irnos para la casa. Nos sentamos en la micro y ya ni siquiera nos quedan energías para sonreír.
Por eso es que, dicho sea de paso, la farándula y las teleseries nocturnas son tan exitosas: llegamos a la casa a descansar y hundirnos en los problemas de otros. ¿Para qué ver los problemas de uno, siendo que son tantos y tan complejos, si puedo ver cómo los otros se agarran de las mechas sin saber qué hacer? En fin, comemos, convivimos un rato, dormimos y así hasta el otro día.
La gente que sabe de física me matará, pero plantearé la idea de todos modos. Entramos al trabajo con una energía “pura”, que vamos desgastando durante el día, a través de lo que se podría denominar “fuerza de trabajo”.
La capacidad que tenemos para pensar, es decir, la “fuerza de pensamiento”, se transforma y supedita a la “fuerza de trabajo”, la que nos desgasta y nos impide pensar con toda la capacidad que podríamos hacerlo. Nuestros niveles potenciales para crear se van desgatando y quedan muy bajos al final del día. Es por ello que cuesta, más que al que no trabaja, estudiar o crear con la magnitud que podría hacerse.
Pero no todo está perdido. Más de algo se puede hacer. La única solución para romper esta lógica de que el trabajo desgasta al cuerpo y a la mente, por ende, a la capacidad creativa, es andar siempre con un lápiz y un papel (en el caso de la gente que escribe) y, cuando baje la carga de trabajo, aprovechar las pequeñas grietas para crear. Esta producción de pensamiento puede ser más costosa y puede dificultarse al ser parcelada; sin embargo, puede resultar.
Lo que se pretende con esto es hacer un llamado de atención a todos los trabajadores del país a los que les gusta pensar, imaginar y mejorar realidades o relatos, para que aprovechen esos ratos libres y den libertad al pensamiento. Porque no es posible que en un mundo como éste, cuando tanta falta hacen los pensadores, la “fuerza de trabajo” se coma a la “fuerza de pensamiento”.
Cuando eso pasa, somos esclavos. Vivimos únicamente para trabajar y comer.
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