Es la sobremesa de un día cualquiera, a la hora de almuerzo, después de comer porotos con maíz. Lo mismo de siempre en la tele, porque ya no hay mucho que escoger cuando se tienen los cinco canales básicos más los regionales. Es hora de reportajes repetidos en la televisión, cuando no deja de salir la pregunta que abre la conversación: “¿Te acuerdas, hijo, de que antes no teníamos tantas cosas?”
No podemos ser peladores, hoy la pobreza es más llevadera. Ya la gente no se muere de hambre en las cantidades en que pasaba a principios del siglo pasado, o hace cincuenta años. La medicina está mejor: hoy accedemos a medicamentos en mayor cantidad que hace dos décadas. Hoy en las casas tenemos televisores, refrigeradores, camas cómodas, un techo que no se gotea como antes, un equipo de música (la máxima realización de los noventa). Y así, un sinfín de cosas que nos hacen pensar que, efectivamente, estamos mejor.
Pero no nos engañemos del todo. No sólo anda la sensación de que el sueldo que ganábamos antes alcanzaba para comprar hartas cosas. Hoy, el carro ya no se llena. Y ahí salta el crédito salvador que todo lo viene a resolver, en estos tiempos en que la pobreza es más llevadera. ¿No será, entonces, que esto va más allá del alza de los alimentos y los bienes, y se nos quiere empujar a la obtención de créditos?
Como alguien señaló una vez, el crédito es la forma en que los sectores populares resuelven la contradicción del trabajar y trabajar pero no acceder a los bienes que se necesitan, o entrar a un mejor nivel de vida. Con la democratización de la banca, no sólo se corre el riesgo de prestar indiscriminadamente, sino el de que los dineros no lleguen de vuelta en las cantidades esperadas.
Yo no quiero pensar mal, pero quiero dejar la duda lanzada sobre la mesa. Una primera estrategia para empujar a las masas a la”sociedad del consumo” era la democratización de la banca, porque era una manera de ampliar la cartera general de clientes. Muchos no podían, por lo que no alcanzaba.
He aquí la segunda estrategia. Con las mejores condiciones del país de un tiempo a la fecha, era inevitable ofrecer recursos a diestra y siniestra para que la gente mejorara su vida. Pero, ¿Cómo empujarlos de manera definitiva a todos? Pues bien, la respuesta era simple: aprovecharse del alza de los productos y servicios de toda especie. Había que devaluar al principal instrumento de cambio: el dinero.
La tercera estrategia no podía ser otra que el ofrecimiento de créditos muy baratos para que la gente accediera a lo que quería. En una sociedad con estímulos de sobra, llena de necesidades creadas, sin bienes que puedan declararse absolutamente “libres”, con publicidad que sobreestimula a la gente a comprar sin freno, no sería novedad que nos arrastraran a esta vorágine de la cual no podemos salir.
Insisto, no quiero especular innecesariamente, más aun de esta manera. Sin embargo, dejo esta reflexión sobre la mesa para que reflexionemos un poco más que ayer sobre el por qué no nos alcanza el dinero y por qué anda medio mundo con tarjetas de crédito y préstamos en el aire.
Más de alguna conclusión podremos aportar al debate.
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