Tweet Segui @dini912030 Maleta de Opiniones: Los cuerpos masacrados y la búsqueda incesante.

10 marzo, 2012

Los cuerpos masacrados y la búsqueda incesante.


En 2013 habrán pasado cuarenta años desde el momento más crudo de nuestra historia reciente. Habrán pasado cuarenta años desde que a cientos de familias les arrancaron un pariente, un amigo, un hijo, un amor. Quizás suene repetitivo el tema que saco a colación, pero es que este país sufre de un mal que, en toda su vida, no ha podido sacarse: el olvido.

Chile siempre mira hacia adelante, como con ese complejo de decir “mamá, mamá, cuando grande quiero ser...”. Siempre se compara con los mejores e intenta llegar a los puntos más altos del planeta en todo. Siempre ha querido figurar y ser el centro de la conversación mundial. Es un país infinitamente hermoso y de tremendas potencialidades, con cientos de posibilidades de desarrollo económico y social.

Pero no tiene memoria. Todos se lo han dicho hasta el cansancio, pero nadie hace caso.

No bastaba con balear el símbolo de la República, no bastaba con tomar prisionera a las mentes a través del respiro del miedo: había que masacrar a los cuerpos y mutilarlos para hacer que la gente los viera y supiera lo que podía pasar si es que hablaban. El nacionalismo exacerbado no era suficiente para hacer que la gente reconvirtiera el proyecto anterior a las nuevas autoridades: había que detener a las mentes pensantes para que cayeran en el olvido y cerraran la boca por Decreto-Ley.

La Transición -sí, esa con mayúscula, esa que habla del proceso-, se simplificó a un proceso político que podía ser cerrado entre políticos. Lo consiguieron bastante bien en los dos esfuerzos más grandes que la situación “permitió”: las comisiones Rettig y Valech. Sin embargo, las cúpulas políticas nunca comprendieron que le pertenece a la comunidad entera.

La gran culpa de nuestras autoridades es que nunca se abrió una gran tribuna pública nacional para que todos desahogaran las legítimas penas y pesares, de ambos bandos, que en ese momento por sus mentes corría. Los años 1990 a 1992 eran claves para emprender un gran proceso de reencuentro verdadero que, aunque durara tiempo, podía haber sido efectivo para obtener la sanación de las heridas.

Pero no, no se hizo nada.

Quienes cometieron los crímenes hoy cargan con la culpa de sesenta mil cuerpos masacrados y memorias fragmentadas, dispersadas en cada rincón de la tierra queriendo recuperar el alma después de tanta violencia, de tanto odio y de tanto rencor. Culpa tuvieron quienes tomaron las armas y astillaron los cráneos de quienes fueron arrestados.

Culpa tienen quienes negociaron la democracia antes de las elecciones de 1989 y que pactaron un acuerdo secreto por el cual Pinochet sería el principal blindado. Culpa tienen quienes llenaron nuestra democracia libre y limpia de olvidos rápidos, dolores enterrados y reparaciones de a goteras.

Estas consideraciones que, quizás, no pueden tener un hilo conductor -en el intento arrogante de ponerse en el lugar de quienes han llevado ese dolor por cuarenta años y quienes interrumpieron su vida por el odio cruel-, pueden resumirse en el siguiente ejemplo: imagínate atado de pies y manos, con la boca amordazada, con los ojos cegados por una venda oscura, con miedo, sin agua y sin saber dónde estás, apuntado en la frente con un fusil, pensando en qué pasará con los tuyos. El militar te dice “aprovecha de correr que te dejaron libre”, te desatan, corres cien metros y un disparo por la espalda corta tus sueños para siempre.

Por eso, quizás, en cada uno de esos cuerpos se encuentra el mejor ejemplo de la Transición y la democracia actuales. Nos sentimos libres pero nos disparan desde la nada. Y en esos cuerpos está el dolor eterno de cuarenta años de historia nacional, para algunos, un dolor que no pasa hasta que estén los cuerpos con quienes siempre los esperaron.

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