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23 julio, 2013

El bandidaje y su respuesta: El Intendente Gorostiaga.

Estamos en Temuco, en 1885. Es año de censo (de la época en que se podía confiar medianamente en las cifras) y nuestra pequeña ciudad superaba las tres mil personas. Por su posición estratégica para el control de la zona, el Presidente Balmaceda decidió ubicar aquí los principales servicios públicos, creando para ello la Provincia de Cautín.

Al año, un Intendente ganaba $4000, destinándose $600 adicionales para el arriendo de una casa y una oficina. Quien ocupó este cargo por primera vez fue Alejandro Gorostiaga, que había tenido alguna participación en las campañas del norte y había participado en la transición política (de lo militar a lo civil) en Angol hacía un tiempo atrás. Para poner orden a esta tierra cargada a la violencia creó la Policía Urbana, pues no existía el contingente necesario.

Este cuerpo policial debía llevara a cabo algunas medidas como vigilar que la gente amontonara la basura, que se pusiera la luz en edificios particulares a modo de “alumbrado público” y prohibir a la gente que construyera en terrenos fiscales. Estas medidas eran aplicadas por funcionarios que efectuaban procesamientos judiciales sin fondos siquiera para la alimentación de los funcionarios ni del alumbrado de los patios. Los sueldos de los funcionarios distaban bastante de los de los demás: 18 pesos mensuales. 

Los seis hombres que conformaban el cuerpo de policía no sólo debían afrontar este tipo de temas, sino que también al creciente bandidaje que llega como la consecuencia directa que generan los nuevos centros de riqueza. Producto de la falta de control y contingente de la nueva Policía y del Ejército, atacará por igual a mapuche y chilenos bajo la más absoluta impunidad. Esta sensación de inseguridad era producto de una realidad conflictiva, fruto de las diversas desigualdades presentes en la zona. Temuco era un centro urbano pobre, con caminos inseguros y, como dirá Óscar Arellano en 1931, de casas “bajas con relación al suelo, lijeras en sus materiales y en su solidez, a tal punto que era una escepción (sic) hallar una cómoda e higiénica, de fea y mala arquitectura y malsanas”. Sólo la instalación de los servicios públicos y la posterior llegada del ferrocarril hacia el fin de siglo cambiarán esta realidad hasta convertir a la ciudad en un floreciente centro comercial y financiero.

La mano de obra predominante en la zona es el de los peones o gañanes, que en palabras de Jaime Valenzuela es el “excedente laboral que no había podido integrarse al sistema económico imperante, puesto que el tipo de producción predominante (...) había sido la ganadera, que requería poca mano de obra permanente”. Es decir, son todos aquellos trabajadores que no caben en el sistema económico, al no poseer una calificación mínima desde el punto de vista de la división social del trabajo.

El origen de los bandidos que asolan la ciudad tendrá ese doble origen. Los que: “en su confesión señalaban como oficio carrilano o ser peón contratado en alguna obra pública privada o no agrícola concentraban su actividad delictual en salteos a mano armada”, buscaban fundamentalmente un salteo rápido que les proporcionara dinero fácil. Eran solteros en su mayoría y, al no tener una familia “que alimentar”, no poseían la presión de buscar trabajo. Existía desarraigo, inestabilidad y falta de perspectivas económicas, lo que conducía hacia el vagabundaje.  

            Como se puede apreciar, existen formas de sentir el territorio que distan notablemente, pues mientras la policía pretende la consecución del orden, la figura del bandido representará un quiebre en las reglas que se pretenden implantar en esta zona anexionada al territorio chileno. El Intendente Gorostiaga será la respuesta del Estado a esta ruptura en los códigos que se pretenden imponer, y el bandidaje representará la dispersión, la falta de control, el vacío de autoridad.


            Esto, por cierto, no sólo quedará así y se cristalizará en la figura de otro referente de la imposición del orden: Hernán Trizano. Pero eso es otra historia. 

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