Según la RAE, Patria es la “Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”. Un territorio en el que conviven millones de historias ligadas a hechos y circunstancias comunes. Todos los hijos de esta larga y angosta franja de tierra se han visto envueltos dentro de esta historia que conforma la “gran familia chilena” de la que se habló en tiempos de Dictadura. Precisamente, una herida que no ha dejado de sangrar.
Es cierto, tengo tan sólo veinte años, pero de alguna u otra manera me he visto cercano, por diversas circunstancias, a uno de los hechos más relevantes en nuestra historia. A la Junta Militar, a Pinochet, a la Dictadura: una herida de la Patria que no ha dejado de sangrar. Vaya este pequeño análisis a todas las personas que se sientan identificadas con estas líneas o que han perdido algún familiar en el bando que sea, a los que sean cercanos al hecho y a los que experimentaron, en alguna medida, el proceso.
El martes 11 de septiembre de 1973 cientos de personas caminaban hacia su trabajo; el padre Raúl Hasbún se aprestaba a comenzar el rodaje de una película; miles de estudiantes iban hacia sus colegios y liceos, probablemente a celebrar el día del profesor en homenaje a Domingo Faustino Sarmiento en el día de su muerte. En fin, una gran parte del país comenzaba una mañana normal dentro de un ambiente de tensión.
Mientras que en una parte hacía días existían conversaciones para llamar a un plebiscito para decidir la continuidad del gobierno constitucional de Salvador Allende, en otro se conversaba sobre la necesidad de que alguien interviniera. En otro punto muy distante del país los cuatro líderes de las Fuerzas Armadas y de Orden iniciaban la “Operación Cochayuyo”, el plan que derribaría a la Unidad Popular. Era la guerra contra el marxismo que comenzaba. Desde su contraparte las personas fuertes (y peligrosas para sus enemigos) eran alertadas de que debían escapar. En Queule, Provincia de Cautín, estaban marcadas las casas de la gente de izquierda en la comisaría listas para ser allanadas. En esas casas se quemaban retratos, fotos, libros, lienzos, cuadros. Todo lo que fuera signo de que alguna vez Allende fue signo de un gobierno representativo. A esas alturas, del otro lado del territorio nacional, otros estaban enterados de que ese día pasaría algo mejor para Chile, bajo su lógica. Estaban prestos a descorchar champaña y celebrar. La UP había caído.
El resto de la historia es bien conocida. Las radios no paraban de tocar himnos y marchas militares y nadie sabía bien con certeza qué era lo que pasaba. Los que tenían algún medio de comunicación que los conectara con el resto del país tenían algunas referencias de lo que se veía venir. La situación no daba para más y un período de nuestra historia tenía final. Allende cayó. Una Junta lo reemplazaría.
A ello le siguieron los rumores y relatos de personas que habían sido exiliadas, detenidas y torturadas en estadios, regimientos, gimnasios, buques escuela, ríos, caminos, carreteras, casas. Miles de viviendas allanadas y cientos de cadáveres acribillados en la ruta. Mucho después se supo de personas quemadas, de una escuela de guerrilla en la costa de la Araucanía, en Nehuentúe, desmantelada brutalmente, de arsenales de armas descubiertos, de contactos con un líder oriental de apellido Gadafi para que ayudara a la resistencia chilena con dinero (el que finalmente se negó porque quería aportar con hombres y armas).
En fin, un país que luego supo de protestas y manifestaciones, de represión y violencia. Pero también de avances económicos y de nuevos actores que ingresarían al mercado, de progresos en economía que se superponían a las condenas mundiales. De plebiscitos portalianos ganados sin observadores y sin registros, de gente a la que se le olvidó cómo votar. De filas y filas de hombres y mujeres que le dijeron No al Dictador de la República y que vencieron el miedo. La alegría llegó al Chile de los ’90 y Aylwin dirigía la transición “en la medida de lo posible”. De la sombra de la Noche Oscura que seguía desde su mando en el Ejército vigilando que el país que había construido a imagen y semejanza de los ejemplos de O’Higgins (otro dictador más), Portales (que ordenó el Estado a su medida con un talento empresarial discutible) y Carlos Ibáñez del Campo (que como él llegó al poder por Golpes de Estado y porcentajes de votación del 98%, en dictadura y luego como Presidente sobre una escoba). Fue el Comandante en Jefe que más tiempo ha estado y que más reformas hizo, Senador Vitalicio desaforado y detenido en Inglaterra, hombre de armas en retiro que murió el día de los Derechos Humanos. En síntesis, un hombre que “las hizo todas” (y que se fue sin pagar una sola condena… salvado).
Pero tras toda esta historia hay miles que sufrieron y que aún no paran de llorar. La emisión de la serie “Los Archivos del Cardenal” dejó entrever que la Patria dejó de estar de luto pero aún está de duelo.
Si te roban la billetera puedes comprarte otra. Si se te quema la casa sufres mucho, lloras mucho, se pierden tus recuerdos, pero puedes volver a empezar. También se puede recomenzar si se pierde un hijo dirán muchos. ¿Pero qué pasa cuando lo detienen violentamente, lo torturan hasta dejarlo moribundo, lo matan y, en muchos casos, no hay cuerpo para velar? Es esa la pregunta que hasta hoy mucha gente se hace.
Muchas personas hablan hasta hoy de los horrores de la dictadura más mortífera del continente, en la que más gente murió, pero que se tapa bajo un manto de progreso mal entendido y que no ha llegado, hasta hoy, a sus hijos. En las conversaciones entre amigos, en los diarios, en la televisión, en las historias al calor de un mate siempre salen estas historias como hablando bajito para que nadie escuche, como que alguien estuviera vigilando. Siempre se habla de que se llevaron a éste o que aquél no volvió nunca más. Hasta hoy nuestros padres nos dicen una palabra que nació en dictadura y que nadie se ha borrado, que nosotros mismos decimos: “cuídate”. Sólo esa palabra está cargada de un valor muy simbólico.
Es verdad, pueden acusar a toda la gente que aún habla del tema de pegarse al pasado, de resentido, de comunista (porque este país tiene el mal de que todo el que abogue por lo que no es justo de comunista). No se trata de anclarse en una especie de pasado utópico que muchos no vivimos y que quizás no dimensionemos, o de no querer mirar al futuro. Pasa porque es una herida que aún no cierra.
Siempre se acusa al gobierno de Aylwin de hacer reformas tibias: sí, se pudo haber hecho mucho más. Pero hay que ver los hechos en su contexto: Pinochet estaba a la sombra de la democracia y tenía mucho poder. Bastaba mover un par de hilos y la transición se nos iba al carajo. De la mano de un Parlamento que no era de la Concertación con un sistema eleccionario de dudosa reputación las cosas eran bien difíciles. Pasos como el Informe Rettig fueron necesarios y valorados por la historia y su gente. Hicieron que la Patria se quitara el traje de luto, pero no que olvidara lo que pasó.
Insisto, no se trata de mirar atrás y pegarse, sino de que es necesario conversar estos temas que aún están relativamente recientes. Probablemente cuando todos nosotros estemos muertos, nuestros hijos o nietos van a poder mirar series como la mencionada con objetividad, sin nadie que tire para un lado u otro con su vivencia u opinión. Ellos serán más sabios que nosotros.
Conversar de estos temas no es insistir en algo malo ni dañino, es un paso más hacia el entendimiento entre los que vivieron la época y los que estamos algo más lejanos y vemos los hechos desde fuera (ello no le quita validez para nada, según creo). Ver una serie como la que se emite actualmente es reencontrarnos con una de las páginas más negras de nuestra historia en su peor cara para que la Patria llore un poco más la herida y la vaya zurciendo con sus hilos de sabiduría.
Como muchos, no viví ese período ni me gustaría haberlo vivido. Sin embargo creí prudente aportar al debate con esta pequeña columna en una especie de homenaje a tantas personas que se vieron afectadas. En especial al doctor Hernán Henríquez Aravena, muerto a tiros y lanzado al Lago Villarrica, pues mi abuela lo conoció y vio partir a su detención. Le dijo “señora Rosa, me van a venir a buscar. No se preocupe, yo voy a estar bien”. No volvería jamás.
Vaya también mi homenaje a don “Osvaldo” (cambiaré el nombre por respeto a su familia y a la persona que me contó esta historia); activo participante de la Unidad Popular, quien prefirió quedarse a proteger a su familia antes que escapar a la Argentina siendo avisado del Golpe. Lo detuvieron cruelmente y lo dejaron morir de a poco. Su hija, con un valor que me impresiona hasta las lágrimas, lo buscó por años hasta encontrarlo y poder acompañarlo hasta su último latir. Dicen que a los enfermos en el hospital les daban cal en la comida. Súmele a eso las torturas que sólo Dios y los que lo vivieron saben. Vaya mi clavel rojo en su nombre y el de su familia, a la que quiero mucho.
Vayan mis claveles a todos ellos en la tranquilidad del porvenir. Dejo abierto el debate.
(Fotos por Daniela Queupumil).
2 comentarios:
Hola desde el otro lado del charco, España!
Primero decirte que tus palabras me han emocionado, por un sentimiento común.
Desde el otro lado, me he sentido reflejada en tus palabras, porque es mucho más lo que nos une a nuestros países que lo que nos separa. La memoria histórica de ambos no se puede olvidar, porque sin ella no podremos avanzar hacía un futuro realmente democrático.
Hace poco realice un trabajo sobre Memoria Histórica y curiosamente comentaba esto mismo que tu también has sabido plasmar en esta entrada. Utilice como nexo de unión al juez Garzón, que ha ayudado en Chile y Argentina a sentar en el banquillo de los acusados a una parte de los militares que torturaron a la ciudadanía. Tristemente en su país, España, ha sido criminalizado y retirado de sus funciones por intentar llevar la justicia a los que en 1939 perdieron la guerra contra el fascismo y hoy yacen en cunetas sin ser identificados.
Como tu creo que necesitamos conservar nuestro pasado, porque aunque no lo viví, he escuchado el pasado de mi familia las suficientes veces como para saber que ese legado nunca se puede olvidar.
Salud compañero desde el otro!
Hola, desde allende los mares!
Muchas gracias por haber pasado a leer esta columna; y más importante aun si es desde tan lejos, mediante ideas que son capaces de traspasar las barreras de la geografía para llegar al corazón de quienes las leen.
España y Chile tienen muchas cosas en común y eso la historia lo demuestra. El juez Garzón ha pasado a la memoria colectiva, esa que escapa de los noticiarios y periódicos, para instalarse en el buen recuerdo de la gente como acusador de los intocables. Es de esas personas que pasa al inconsciente colectivo y tiene allí un sitial de honor.
Aunque no lo vivimos la historia y la memoria son más fuertes que las barreras del equivocado progreso. Esperemos que ideas como éstas le ganen a las suaves cenizas del olvido que todo lo intentan cubrir.
Mis saludos, desde Temuco, Chile.
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