Habitualmente he hecho uso de la palabra escrita en este medio para analizar cómo está el país y cómo se le puede transformar pensando en los ciudadanos de una forma inclusiva y participativa en todos sus niveles.
Sin embargo, hoy no quiero aburrirlos con temas políticos. De cuando en vez quisiera conversarles de algunas de las cosas que le ocurren al común de las personas que viven inmersas en esas realidades. Este va a ser un largo cuento que entre todos construiremos, el relato de qué es lo que le pasa a las personas que viven en ese Chile que, a ratos, suele ser algo complejo de entender.
¿Cuánto tiempo se dedican a darse, ustedes, un regaloneo? Por favor, sáquese el concepto occidental de que regalarse algo pasa por pasar a algún centro comercial y comprarse ropa o pegarse un viajecito de placer muy lejos. Si lo tomáramos así dejaríamos fuera a un montón de gente que tiene con suerte unas cuatro chauchas locas que con suerte alcanzan para la mortadela jamonada que acompaña el pan de la once.
En esta ocasión quiero invitarlos a alimentar el alma, a pegarse un regaloneo que le dé un poquito de comida a esa parte que la sociedad mata a punta de trabajo y estrés: el alma.
Dentro de los cientos de miles de defectos que tiene nuestra sociedad es que todo lo que no puede comprobar científicamente lo denigra hasta el punto de marginarlo. Por eso cuando le dicen “haga ejercicio o dedique un tiempo para relajarse” no es para alimentar el alma, sino para que mejore su salud, es decir, lo tangible: el cuerpo.
Alimentar el alma en este caso va más allá de vivir solo o en pareja, de convivir hacinados con siete personas más en un espacio chico o de encontrarse mal de ánimo. Es ver la existencia desde otra mirada, caminar con otro ritmo las rutas diarias, vestirse de otra manera simplemente con el afán de mostrar los cientos de colores que ocultamos.
Como le decía, para regalonear al alma no es necesario tener grandes caudales en los bolsillos: de vez en cuando se puede apartar algo del vuelto y comprarse un chocolate rico y comérselo en un paseo de domingo en la tarde en vez de fermentar viendo la tele. O puede ser tomar un camino distinto al venirse el trabajo y caminar algunas cuadras más en vez de tomar la micro todo el trayecto sintiendo el viento o los ruidos que siempre le acompañan (incluido el de los autos).
Puede ser también quedarse unos minutos más en los brazos de la persona amada o, simplemente, de saludar con un abrazo más cálido al amigo que siempre está con nosotros. Puede ser leer un buen libro (o conseguir uno en la biblioteca más cercana, es gratis) o recostarse un ratito después de comer con la luz apagada y una buena canción de fondo cerrando los ojos y, simplemente, dejándose llevar por las ideas que nazcan. Se sorprenderá hasta dónde lo pueden llevar esas ideas locas que salen en momentos como esos.
¿Se dio cuenta que incluso sin nada de plata de puede alimentar el alma y pegarse un rico regaloneo? Porque podrán incluso ponerle precio al aire y a la fuerza de nuestro trabajo, pero mientras el alma sea una masa luminosa e intangible que nos mueve a muchas cosas, escuchándola atentamente, será el último refugio de nuestra libertad. Oigámosla un momento y démosle un poquitito de comida de vez en cuando y así el alma nos devolverá en la misma medida.
Haga eso de vez en cuando y a la mañana siguiente mírese al espejo. Y verá que el alma le responde con una sonrisa.
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