Hoy tenía que ir a hacer un trámite (porque mañana viajo por muchas horas y no tengo ni por donde llegar a la hora a dejar mis papeles) y por eso corrí hasta llegar muy tarde. Cuento corto: el auxiliar (cumpliendo órdenes, claro está), no me quería dejar entrar y le alegué hasta por los codos que me permitiera dejarlos. De tanto que alegué una niña de la nada me regaló un número. Ese simple gesto me salvó literalmente el año y los estudios.
No la volví a ver pero si alguien sabe de la historia díganle que le agradezco más que otro poco. Quise contarles esta historia porque, como les cuento, es increíble lo que puede hacer la buena voluntad. Un simple gesto nos puede cambiar la vida o, por lo menos, el día.
Estamos en un mundo tan ajetreado que no nos damos cuenta cómo pasa el tiempo y cómo vamos haciendo todo rápido. Como con suerte tenemos media hora para almorzar y el resto del tiempo para correr a la oficina o al trabajo no nos damos ni cuenta cómo el mundo se nos va diluyendo entre las manos. Y como caminamos tan rápido y tan encerrados entre nosotros mismos las personas pasan como robots.
Y no nos damos el tiempo siquiera para saludar.
¿Cuántas veces ha saludado en el ascensor o dicho buenos días al vecino? ¿Cuántas veces damos las gracias por estar respirando? ¿Cuántas veces nos alegramos por haber abierto los ojos y seguir sanos como ayer?
Por eso, hagamos una revisión del día y, más allá de que pueda parecer una forma de limpiar nuestra conciencia, intentemos hacer más esfuerzos para que esa buena voluntad se materialice en un gesto pequeño por alguien que ni siquiera podemos conocer.
Sin formas de cambiar el mundo que son chiquititas pero se pueden ensayar. (Y si es por plata no se preocupe: no cuesta nada).
No hay comentarios:
Publicar un comentario