Juguemos un ratito con la historia y una pregunta que es característica de los seres humanos: ¿Qué hubiese pasado si...? ¿Se imagina si Pinochet hubiese optado por dejar todo botado -gobierno incluido- por la amante que tenía en Ecuador? ¿Se imagina si Allende hubiese dejado todas sus aspiraciones para con el país por una mujer que no era “la suya”?
Primero que todo tengo que agradecer a mi pareja por haberme planteado una pregunta que no deja de ser interesante pues, sobre todo en el primer caso, hubiese cambiado absolutamente el curso de la historia de los últimos 30 o 40 años. Para los que no sabían: Pinochet tenía una amante ecuatoriana de la cual se enamoró perdidamente (lo que podría explicar el mito que dice que su señora “lo tenía cortito” y que en realidad era ella quien tomaba las decisiones). Es más, cuenta la leyenda que había un cajón en su despacho en La Moneda al que nadie tenía acceso salvo él: allí se encontrarían las cartas que se escribieron por años.
Esta historia que puede parecer de novela romántica suele suceder más a menudo de lo que pareciera. Quitémosle los nombres y quedamos con que él está casado y con el proyecto de familia “ideal” pero enamorado, en realidad, de otra persona (en este caso, conocida). La mujer descubre la infidelidad y lo encara. Después de mucho discutirlo se quedan juntos pero él queda con la “espina clavada”: es más fácil echar la basura debajo de la alfombra y seguir nuestras vidas “en el nombre de nuestros hijos”.
Pues bien, en esta historia hay muchos errores; sin embargo, quisiera rescatar uno que es central: no conversar.
Uno de los grandes problemas en la pareja (y es que no nos enseñan a hacerlo) es a buscar mecanismos de resolución de conflictos que sean consensuados. Lógicamente, producto de que dos formas distintas de convivencia y modos de vida distintos se unen comienza un período de ajuste hasta que ambos componentes de articulen bien. En castellano, los dos miembros de la pareja se adaptan a las virtudes y a las “mañas” del otro hasta alcanzar el punto medio o la estabilidad.
Cuando ocurren situaciones así en la pareja en realidad no se conversa: se vomita una verborrea que no entiende nadie sazonada con las palabras más hirientes que existan para aplastar al otro y hacerlo sentir como el culpable.
La idea de todo esto es pasar del simple encuentro a la conversación, y de ésta al diálogo. Porque (aunque es lógico) con la rabia el que es “inocente” termina retando al “culpable” expiándose el primero de toda culpa. Sin embargo, antes que todo, hay que proponerse sentir rabia antes de ese encuentro y llorar lo más posible en el período previo. Luego, uno frente al otro, cambiar la pregunta clave: ¿Qué nos llevó a esta situación?
Esta es una de las situaciones más complejas que puede sucederle a una pareja y es por eso que sería un atrevimiento analizarla toda en una sola hoja. Por eso es que hoy la invitación es a buscar, entre ambos, la mejor manera de llevar la discusión y acordar cómo resolver un conflicto conversando y siendo transparentes con el otro.
Si hubiesen hecho eso (quién sabe si no lo hicieron) la historia de su matrimonio y del país hubiese sido distinta. Quién sabe, Augusto hubiese muerto en Guayaquil con la mujer con la que quería estar o, quizás, la imagen que se proyectaba de él y su señora hubiese sido otra.
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