Si hay una característica intrínseca a todos los seres humanos (y de la cual nadie puede decir que no la ha sentido antes) es el rencor. Cuando vemos a una persona que nos cae mal como por deporte y de la cual no nos podemos sacar de la cabeza el que nos hizo algo. Olímpicamente (ya que estamos en la lógica deportiva) nos lavamos las manos en múltiples situaciones como queriendo echar la culpa al otro.
Ello nos demuestra que somos pésimos enfrentando los conflictos (principalmente porque casi nunca se nos enseña a cómo hacerlo) y somos más malos todavía pidiendo disculpas y reconociendo que en múltiples situaciones lo hicimos mal. Por ello es que, en esta eterna invitación a revalorar el diálogo como mecanismo de resolución de los conflictos en todas las instancias (tanto en el país como entre personas comunes y corrientes como nosotros), quisiera analizar de manera muy breve cómo es que los seres humanos somos pésimos en superar las etapas pasadas cuando hay una pelea de por medio.
Cuando nos enojamos con alguien generalmente tendemos a ponernos arrogantes y a que “nos coman la lengua los ratones”, acompañando miles de conductas de desprecio con una mirada que parece que tuviera un letrero que dijera “peligro, 2000 watts, no acercarse”. Esto distancia más a las dos personas que, cada vez más enojadas, se terminan alejando y, a veces, poniendo fin a tremendas amistades de años.
Es por eso que, en esta ocasión, quisiera invitar a todos los que leen esta columna a que piensen con quiénes están más enojados ahora y por qué y que analicen las causas del por qué están en esa situación. ¿Han mirado mal a esa persona o la han intentado alejar con un campo de fuerza que no se puede acercar a menos de 100 metros de ustedes? ¿Han tirado “palos” del porte de una araucaria para que sientan que están mal?
Es verdad, hay personas a las que derechamente les conviene mantener el conflicto porque alimenta su ego. Sin embargo, no es la idea estar peleados con medio mundo por las puras. Por eso, insisto, se hace súper relevante sacarse esos orgullos idiotas que no hacen nada más que alimentar tonteras y buscar la manera de conversar y pedir disculpas sinceras por las cosas malas que se hicieron y la culpa de ambos en el conflicto.
Porque, díganme si no, pucha que es rico arreglarse con alguien que uno quiere. Si ya las cosas no se solucionan después de mucho conversarlas e intentar distintas vías se puede ir a la tumba con la conciencia tranquila. Pasa que la otra persona o es muy bruta o derechamente no quiere hacerlo.
(O puede también pasar que la cosa era más grande de lo que pensaba).
Nota: para Evelyn, mi gran amiga, a la que todavía quiero ver para pedirle disculpas.
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